Mis gustos musicales siempre han sido muy eclécticos. Tanto puedo amanecer escuchando La Oreja de Van Gogh, como pasar la tarde con rap de los 2000 de fondo, como limpiar mi casa con Camilo Sesto (esto sólo porque me recuerda a mi infancia, tampoco me crujáis). El caso es que puedo admitir que escucho música romántica, admito que escucho música con carga social y valores y, a pesar de haber empezado a salir de marcha escuchando La Gasolina o Pobre Diabla, no podía admitir que esa música me gustaba, ya que moralmente no era adecuada. 

Me convertí en una de esas personas superiores a los demás que solo ven, escuchan y leen cosas con un contenido que signifique algo profundo, que comparta mis valores, que represente un poco lo que quiero proyectar en el futuro (en el mío y a nivel social). Soy una persona abierta y radicalmente feminista, no podía tolerar que se me moviesen solas las piernas si sonaba de fondo una canción de Don Omar. Y, sinceramente ¡eso es muy cansado! No todo tiene que ser intenso, revolucionario, no todo tiene que significar algo y, lo más importante, no podía renunciar tan joven al perreo. 

Empecé destripando música socialmente aceptada que era infinitamente más machista, incluso misógina, que el reggaetón. No os podéis imaginar la de mierdas que nos hemos comido entre los 80 y 90 mientras cantábamos a pleno pulmón emocionadas. ¿Y quienes ponían en el coche a Calamaro hablando de esa chica que es de su propiedad o a Luis Miguel dándole permiso de irse a una mujer que le pertenece, van a venir a decirme que no puedo bailar mientras me retumba en los oídos “Dile que bailando te conocí…”? 

Quise profundizar un poco más en esto antes de que los altavoces de mi casa volviesen a dejar salir ese ritmo de “atún con pan”, así que me puse a ver qué ocurría a nivel histórico con la evolución musical. Y si, señoras, es exactamente lo mismo siempre, todos los estilos nuevos son ridiculizados por las generaciones anteriores por ser insulsos, faltos de contenido, de talento. SI, efectivamente, alguien dijo: “¡Oh! ¿y le llaman música a eso?” refiriéndose a lo Beatles, a Frank Sinatra, a Freddie Mercury… ¡Incluso a Juan Pardo! Seguramente Mozart fue rompedor y las personas mayores decían “Ahí viene ese con sus Cuartetos Haydn, se creerá músico aún encima”. Así que mi primera conclusión fue que odiar los nuevos estilos es algo histórico, generacional y, por más que lo neguemos, no vamos a aceptar que después de nuestra música favorita, la que nos recuerda nuestros mejores momentos vitales, pueda surgir algo nuevo, no mejor en calidad, pero al menos igual. Que puede o no gustarte, pero eso no hace que quien lo interpreta sea un memo. (Ojo, a veces sí).

Ya estaba a punto de darle a play a un tema de Aventura con mucha culpa todavía, cuando escuché a Henar Álvarez en uno de sus programas hablar del racismo que envuelve la teoría de que el reggaetón es música inferior, y es que el problema no es sólo que usemos el argumento machista para descartarla, es que los ritmos latinos llevan años siendo discriminados por ser más ridículos o menos profesionales. Nos cuesta entender que sí puede estar bien hecho algo que al escucharlo nos hace sentir alegría, ganas de mover el culo o limpiar la vitro con más ansia que nunca.

Seguía explicando, además, que si el problema eran las letras (además de lo dicho anteriormente del pop, el rock y otros estilos de toda la vida), hoy en día existía música urbana hecha por mujeres, había ritmos latinos acompañados de letras que, en vez de poner el foco en la mujer como objeto, la ponía como sujeto, ahora nosotras podíamos desear y no solo ser deseadas. Hay artistas que hablan de lo que ellas quieren, o simplemente hablan de pasarlo bien ¡y no pasa nada! Que estar siempre buscando una lucha produce mucho hartazgo. Que la vida es corta, viene cargada de dramas, y se soporta mucho mejor si te permites de vez en cuando menear el culo y cantar a todo pulmón. Y a veces, de sorpresa, me encuentro algún puya, un recodo de crítica social, y me lo tomo como un regalo que me hacen. Si, me lo hacen a mí, porque después de la cantidad de empoderamiento que escucho ahora de Naty Peluso o Karol G, creo que esas cosas me las dedican a mí, que saben que lo necesito. Y si de vez en cuando suena alguno de aquellos temas (que para hacernos sentir mayores llaman reggaetón antiguo) lo disfruto sabiendo que cada cosa, contextualizada en el tiempo y el lugar que sea, puede tener sentido. 

Ahora ya me siento preparada para que mis hijos en unos años empiecen a traer música a casa que no suene a nada de lo que haya oído antes e intentar reaccionar de una forma asertiva, sin decirles clara-mente que me parece una mierda.

 

Luna Purple