Creo que mi pequeña historia no es solo mía, es nuestra. Digo nuestra porque sé que muchas, por desgracia, muchísimas chicas se verán identificadas con lo que escribo. Pero está teniendo un desenlace feliz, feliz gracias a lo que hoy en día tantísima gente tacha como crimen: el feminismo.

Tengo diecinueve años, mido 1.76 y peso 71 kg. Mi índice de grasa corporal es de 22.3% (lo que viene a ser, bastante bueno). Analíticas, bien. En general, soy una persona bastante sana. Sin embargo, pese a estar dentro de lo que se considera «normal», la gran frustación de no poder llegar a ser lo que se denomina «perfecta» ha llegado a ser un bullying constante. Un bullying interno, de mí, para mí. Muchas mañanas, antes de ir a clase, si me miraba al espejo era con la luz apagada (viéndose lo mínimo). Si alguien la encendía, alguna que otra vez fingía sentirme mal para no ir a clase, me sentía fea, gorda, como si fuera el ser más horrible del universo.
Al ser alta, siempre he tenido tallas un poco más grandes que la mayoría de mis amigas, 40-42, yo me acababa frustrando. Me sentía fatal. Me acuerdo la primera vez que mi madre me compró una chaqueta que era una «L». Ese día lloré muchísimo, lo pasé realmente mal. Y eso, que nunca llegué a ser una chica de tener unos «kilos de más». Simplemente era más grande que el resto.
A medida que iba creciendo la cosa iba torciéndose aún más. A las personas gordas, les dicen constantemente -como gurús sanitarios, mientras se fuman un par de cigarros-, que deberían bajar peso para mejorar su salud. A mí muchas veces me decían que si tonificara o bajara un poco de peso estaría «perfecta». ¿Perfecta para qué? Ni que mi ilusión en la vida fuera ser monitora fitness como para estar hecha de fibra pura. Miraba todas las calorías (aunque me lo seguía comiendo), más de una vez evitaba salir para no comer alimentos que engordaran.  Pero mi físico no sólo cambiaba a medida de los años, yo también.
He tolerado de otras personas comentarios muy machistas sólo porque se menospreciaba a otra chica en torno a mí, tipo «Es que ¿a dónde va esa culocarpeta? tú tienes mejor culo» o «¿No fumas? Pues mejor, porque una tía que fuma queda súper feo y hortera». Me he decepcionado muchísimo.
A medida que pasaban los meses me volvía más insegura, sentía que le caía mal a todo el mundo, aunque no fuera así, pero me sentía muy pequeña al lado de cualquier persona (aunque tenía mucho carácter).
Lloraba casi todos los días, no quería salir. Estando preparada para salir de fiesta, me rajaba, me quitaba el maquillaje y me echaba a llorar. Para colmo, no he tenido muy buen ojo con los tíos, supongo que porque me he ido siempre a los de palabra fácil para sentirme querida cuando yo no lo hacía. Aceptaba cualquier cosa, aceptaba ser un amor de segunda y mentía sólo para sentirme querida, aunque sabía que no era verdad, y que sería efímero. R I D Í C U L A era la palabra que más retumbaba en mi cabeza. Dejé de quejarme, no porque me sintiera mal, sino porque pensaba que la gente me tachaba de victimista, ya que mi vida en general siempre ha sido muy buena, externamente.
Mis complejos me hacían perderme muchas cosas -y a muchas personas- y yo no era capaz de verlo.
Entonces, empecé a leer un poco más de feminismo, y a vosotras, WeLoversize, en una etapa muy muy negra, de llorera cada día. Las primeras páginas me rompieron el corazón, porque me sentí muy identificada. Pero por otro lado empecé a decir: «joder, es verdad, ¿y si tengo estrías o celulitis? ¿qué ocurre? ¿molestan a alguien? ¡Si a mí en el fondo me dan igual!» y empecé a replantearme cosas que nunca me había planteado, lo más básico: que nuestro cuerpo es nuestro y si tú estás cómoda en él, ¿qué más da?
Cuando dijisteis «gordas es un adjetivo, como alta o delgada, el problema es que se ve como un insulto» mi mundo fue cambiando. Ahora solo me faltaba razonar si mi cuerpo me incomodaba o era la sociedad la que me hacía sentir que me incomodaba. Seguí indagando, leí sobre la hipersexualización del cuerpo femenino, de las doctrinas de la moda y las multinacionales sobre las mujeres, sobre muchas chicas como vosotras, y de verdad, es liberación. El feminismo es LIBERACIÓN. Liberación de no seguir normas sociales, liberación de estar en tu cuerpo y no llorar cuando te miras al espejo. Liberación. La primera revolución es sentirte hermosa. ¿Cuántas mujeres no llegan a conseguir lo que se proponen, porque, entre otras cosas, se miran al espejo y ven una hoja débil, una persona que no vale? Creo que amarte a ti misma es clave en el feminismo, es la base, es amarte encajes o no en los cánones. Porque cuando eres muy delgada, «nadie quiere a un saco de huesos», cuando tienes kilos de más, «nadie quiere a una gorda» y cuando estás en la mitad «si bajaras un pelín de peso…». Es infumable. Es insufrible.
De verdad, gracias comunidad WLS y feministas, tanto hombres como mujeres, por hacerme a mí, y a mujeres como yo, libres de farsas impuestas. Libres de mirarme en el espejo, tener unas orejas del demonio y pensar que me favorece un montón el toque oso panda. De poder reírme de mi cuerpo. De aplaudir a las gordas que se ponen mallas, de aplaudir a los hombres que se maquillan, de las mujeres bajitas que se ponen faldas largas y de las que visten como les apetece, ya tengan la mayor celulitis del mundo, unas tetas gigantes, no tengan mucho culo o entren tanto en una 34 como en una 48. Os quiero. Y os voy a defender siempre por hacer que me vaya liberando de esta voz interna. que sí, que hay recaídas. Pero venceremos.

Raquel de León