Hola gente, soy Saida, tengo 24 años, y el viernes, 17 de junio de 2016, fue mi primera vez.

Reconozco que llevo soñando con este momento desde hace mucho tiempo; he estado dándole largas al mundo y a mi misma para evitarlo, pero ha pasado. Que conste que he estado muy asustada, pero a la vez ilusionada. Quería que mi primera vez fuese perfecta. Y sí, señoras y señores, estoy hablando de una perfección idealizada de sueños de princesa que, por supuesto, no se ha cumplido. Os contaré, a continuación, mi primera vez con tacones.

Y me parece oír entre los lectores bufidos de incredulidad; ¿Cómo, a sus 24 años, NUNCA ha usado tacones antes? Pues, mi buena gente, si dejamos de lado los botines y tacones bajos, y esos zapatos de tacón con los que, inmediatamente después de ponermelos y decir «pues voy bien», me caí por las escaleras de forma ridícula, no, no he usado tacones. Soy más de deportivas y sandalias del Decathlon.

cats

Pero centrémonos; viernes noche, cena de graduación. Estreno vestido y también esos -¡ESOS!- increíbles zapatos de Asos, preciosos y de todo.

Durante toda la semana me los fui poniendo, dentro de casa, para que nos amoldáramos el uno al otro. Eran tan cómodos, eran tan fáciles de llevar. Pero claro, DENTRO de casa.

A las ocho y poco fui a coger el metro. ¿Alguna vez, de niños, habéis escalado un árbol? ¿Y al llegar arriba, os habéis dado cuenta de vuestro gran error, ya que no podéis bajar? Así me sentía yo; en casa estaba cómoda porque era un entorno pequeño y conocido, pero al salir al exterior ¡ay! Olvidé cómo caminar. No quiero decir que los zapatos fuesen inestables; simplemente me moría de miedo a caerme. Pero no podía echarme atrás -que los zapatos me costaron un pellizco-, debía enfrentarme a mis demonios.

23:00. La noche transcurre con normalidad. Me lo paso genial con mis amigas, e incluso me hago fotos con los profesores. Pero todo se complica a la hora de ir de fiesta; tanto rato con esos zapatos me iban pasando factura. Una cosa era hacerse fotitos y poco más, y otra muy distinta era caminar por Barcelona en zancos.

Yendo con mis amigas hacia Marina no pude aguantarlo más; saqué del bolso mis sandalias hipercómodas. Y así fuimos a L’Ovella Negre, a tomarnos unos mojitos.

Moraleja: Ten siempre un as en la manga. Por muy cómodos que sean unos tacones, nunca se sabe lo que pasará ¿A las tres horas te dolerán los pies? ¿Se romperán? Con todo, me quedo con lo bueno; pude correr con los tacones y, además, no me maté con ellos puestos.

Saida Ibraimo