Llevo cinco años viviendo en Madrid. Los cuatro de la carrera y el año de Máster.

He estado matándome esos cinco años, que si prácticas sin cobrar un duro por aquí, que si idiomas por allá, que si voluntariados por este otro lado… porque era consciente de que en mi campo (Cooperación Internacional) es muy difícil encontrar trabajo y tu currículum tiene que destacar como si tuviera purpurina, lentejuelas y luces de neón. Ya otro día hablamos de lo horrible que es este hecho.

La cosa es que he tenido la “suerte” (me niego a veces a llamarlo suerte, aunque claro que ha jugado un papel, por lo mucho que lo he buscado, me he movido y he currado para conseguirlo) de encontrar trabajo nada más salir del Máster.

Llevo tres meses trabajando (me he quedado sin verano, claro que sí, qué se le va a hacer) y cobrando. No mucho, no nos engañemos, pero lo suficiente como para independizarme y notar diferencias.

Porque claro, como estudiante, mis padres me daban un dinero al mes que para vivir en Madrid resultaba insignificante, justito justito.

Ahora no voy tan justita y se nota mucho. Pero no en lo que creéis. No me corro unas juergas impresionantes, no estoy todo el día de viaje, no me compro caprichos innecesarios. Nada de grandes diseñadores, nada de limusinas, nada de Iphones X. No. En lo que se nota es en lo siguiente:

  • Pedir un taxi para volver de fiesta ya no es hipotecarse de por vida. ¿Duele? sí. Los humos del pasado hacen que casi sienta dolor físico al subirme a un taxi. Pero de vez en cuando, igual una vez al mes, te permites ahorrarte toda esa caminata a Cibeles en tacones, el frío (que aún no hace, pero llegará), el esperar los 20 minutos de pie allí y el trayecto interminable y lleno de gente apocalíptica del Búho (autobús nocturno). Más luego llegar de donde te deja, a tu casa. Que a veces te dan ganas de no salir de fiesta solo por ahorrarte ese rollazo patatero. 

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  • Las compresas. Esta es la principal mejora en mi calidad de vida. Para mí, y seguramente para todas las mujeres, las compresas de calidad decente son un lujazo criminal (ni que fuera un artículo de primera necesidad y de higiene básica, claro…). Y los tampones ni te cuento, ¿6 euros una caja de tampones? Con presupuesto de estudiante, ni loca. Te acabas comprando las compresas marca blanca, blanquísima (blanco polar) del supermercado de turno, que un poco más y son un clínex con dos tiras de celo a cada lado. Mis reglas son la mitad de incómodas (que no el doble de cómodas) desde que me permito estos “caprichitos” (nótese la ironía).
  • En la misma línea, las cuchillas de depilar. He tenido que salir del agujero negro de la economía para darme cuenta de que hay cuchillas que sí que depilan sin necesidad de hacer 10000 pasadas, dos cortes y tener que dar puntos. Yo pensaba que las desechables estaban “bien”. Pobre de mí.
  • La comida sana. Que parece aquí que comer sano es difícil solo porque no está tan rico. Se habla poco de lo jodidamente caro que es. Que cuando te quieres dar cuenta haces cálculos mentales, de estudiante, y deduces que si esta semana comes sano, el fin de semana vas a tener que pasarlo en casa con tus pelusas y el dedo metido en la nariz.emma-stone-gifs-eating-cutie-cupcake0406

 

  • El alcohol. Hubo una temporada (larga, ¿eh? Añito y medio tranquilamente) que mi presupuesto para alcohol cuando salía eran 2 euros. O media botella de alcohol del malo, malísimo, abominable (el Knebep de 4 euros del Mercadona, por poner un ejemplo) o una botella de vino tinto del Lidl que había debajo de mi casa. Ahora tampoco os creáis que me he vuelto mucho más “guay”, pero por lo menos ya las botellas de 12 euros no me parecen una ilusión imposible, y todo mi cuerpo me lo agradece que no veáis.
  • Los zapatos. Mira que yo crecí con la enseñanza de que merecía la pena (y merece) gastarse algo de dinero en unos zapatos decentes, pero gastarme más de 15€ en unos zapatos casi me infartaba el corazón. Me pasé 5 años comprando y rompiendo zapatos, haciéndome un daño horrible en los pies y teniendo que volver a casa de fiesta porque se me había roto alguno. Que luego piensas que te hubiera merecido más la pena gastarte el mismo dinero que te has gastado en 5 pares de zapatos, en un par decente que te hubiera durado más tiempo que los otros 5 juntos, pero te sangra menos ir soltando de poquito en poquito. 

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  • La dignidad viajil. Tampoco es que ahora vaya en first class a ningún sitio (no considero que vaya en first class ni a la cama) pero eso de pegarme 9 horas en un autobús chatarrero, pasarme más tiempo viajando que en el sitio al que iba y salir a las 4:00 de la mañana, en la estación de Mordor, solo por ahorrar dinero, más o menos se ha acabado.

No sé si alguien más se va a sentir identificado conmigo. Yo sí que es verdad que recibía menos dinero de mis padres que toooodos mis amigos y amigas. También es verdad que nunca podré agradecerles lo suficiente el esfuerzo que hicieron económicamente por mantenerme en Madrid, y por darme la oportunidad que ahora estoy aprovechando, y nunca en mi vida se me hubiera ocurrido pedirles más.

Sólo quiero concluir diciéndole a esa gente que siempre prefiere ir al Montaditos, a esa gente que prefiere beber en casa antes de salir, a esa gente que se empeña en coger los billetes con 5 siglos y dos décadas de antelación, esa gente que va siempre con las medias rotas: OS ENTIENDO. Y SIEMPRE OS VOY A ENTENDER. Estamos juntos y juntas en esto.

Autor: Kandreonita.