Recuerdo como si fuera ayer cuando los niños de mi generación obedecíamos a los padres, respetábamos a los profesores, cedíamos el asiento en el metro o el autobús a la gente mayor…, en general, aquella época en la que el respeto hacia los demás estaba por encima de muchas cosas. Con el tiempo, las nuevas generaciones de niños y jóvenes son cada vez más maleducados, no se levantan en el transporte público para ceder el asiento, no respetan la mayoría de las cosas que nosotros hemos respetado antes que ellos… Yo soy la primera que voy corriendo en el metro por las mañanas, cagándome en todo aquel que no tiene prisa, que tarda en sacar el abono, que se para en el lado izquierdo de las escaleras mecánicas (malditos, merecéis un empujón), pero sigo siendo respetuosa con los demás, principalmente porque hay pocas cosas que me molesten más que la gente maleducada, y por desgracia en el día a día en general (y en el trasporte público en particular) de una ciudad grande, cada día abundan más.

El que escucha música sin cascos:

Yo no sé si es que este espécimen ha interiorizado mucho lo de que los auriculares son malísimos y te van a dejar sordo para siempre, o es que cree que está prestando un servicio social a la gente que le rodea. Que si lo que escuchan fuera al menos Dire Straits bueno y vale, pero no, por lo general es reaggeton a todo volumen y eso, salvo en clase de zumba, es algo que mis oídos nunca quiere escuchar… En cualquier caso, merecen una hostia bien dada que les tire el móvil al suelo y nos libre a los demás de este sufrimiento. Si encima son de los que cantan, es para matarlos… También están los que si que llevan cascos pero a un volumen tan alto que es como si no los llevaran. Tímpanos destrozados para ellos y para todos los que estamos a su alrededor…

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El que ve series en el móvil o la tablet sin cascos:

Esta versión es aún peor que la anterior por dos razones: 1. porque la música, por mala que sea, al menos te entretiene. 2. porque si es un capítulo nuevo de una serie que estás viendo no podrás evitar escuchar y mirar. Una vez a uno le informé amablemente de que al resto del vagón no nos interesaba lo que estaba viendo. Algunos hasta me aplaudieron.

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El que escupe por la calle:

Salvo que seas chino y estés en China es intolerable que la gente escupa por la calle. De hecho, hasta que lo hagan en China me parece asqueroso, por mucho que sean sus costumbres. Y si encima lo haces sin ni siquiera mirar a tu alrededor para que tu escupitajo no caiga sobre otra persona lo que te mereces es un escupitajo en la cara. Y una hostia bien dada, por tus padres, de pequeño, para enseñarte a ser educado.

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El que habla por el móvil a gritos en el transporte público:

Si quisiera enterarme de las conversaciones ajenas pondría la oreja, pero como para mí son algo completamente irrelevante, cuando voy en el metro o en el tren me meto en mi libro o en mi música (con cascos) y no necesito escuchar la vida de los demás. No sólo me parece una falta de respeto hablar a gritos en su sitio que está lleno de gente, si no que no puedo entender que a estas personas no les importe compartir su vida y su privacidad con los demás, ¿necesitan su opinión?, ¿su aprobación?.

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El que se rasca los huevos en público:

Así, sin vergüenza alguna, delante de todo el mundo, raca raca raca, como si estuviera en el sofá de su casa viendo la tele y bebiendo cerveza. Raca raca raca, me coloco los huevos en su sitio y listo. Y si encima se huelen la mano después de rascarse peor aún. Asco absoluto. Una patada en los huevos y solucionado.

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El que te toca en los bares:

Ya sabéis de quién os hablo, de esta gente que para ir al fondo del bar o para coger su copa de la barra te aparta cogiéndote de la cintura y se arrima, como si fuera una persona de confianza, como si tuviera derecho a tocarte donde y cuando le dé la gana… Este tipo de gente me da mucho asco, me repele, me cabrea, y además me provoca unas ganas de partirles la cara y pegarles un rodillazo en los huevos. Así, sin preguntar si les molesta que les toquen…

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El que huele a sudor desde primera hora de la mañana:

No hablo de los que tienen un problema de salud que hace que por mucho que se laven siempre huelan a sudor. Hablo de los que huelen a podrido, de esos que se nota a la legua que llevan dos días sin ver la ducha, de los que irían a trabajar en pijama si pudieran… Me provocan asco y repelús. Que yo el olor a sudor en el gimnasio lo tolero, incluso en el metro a última hora de la tarde al volver de trabajar, pero a primera hora de la mañana, cuando tú te acabas de duchar y acicalar y poner ropa limpia, no, me parece de guarros. No vivimos en la Edad Media, cosas como el gel, el champú, los desodorantes, etc. están al alcance de cualquiera y el que no se ducha es porque no quiere.

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El que no respeta el espacio vital de los demás:

No tengo nada más que decir, odio a todos aquellos que estando el metro vacío se tienen que poner siempre pegados a los demás. ¡Un poco de respeto! No quiero tu pelo en mi libro, ni tu respiración en mi nunca, ni tu cara tan pegada a la mía que te puedo ver hasta las marcas de las espinillas que te salieron de adolescente… Y mucho menos necesito tu conversación. ¡Si necesitas contacto vete a restregarte por las esquinas!

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La vieja que vive en el piso de arriba:

Mi vecina de arriba es como la vieja de la película ‘Duplex‘: a la hora de pedirte por favor que le subas la compra 4 pisos sin ascensor porque está muy mayor, y de contarte que ella nació en este edificio y que lleva viviendo aquí toda la vida es un encanto. Ahora, que para pasarse el día moviendo muebles a la muy perra no le falta fuerza. Si me acuesto a las 11.00-12.00 de la noche, ahí está la tía venga a mover muebles, si me levanto a las 7.30 de la mañana también, mueble p’arriba, mueble p’abajo. Y si un fin de semana me da por echarme la siesta, también está ella allí, lista para mover todos los muebles que haga falta. Y no es que sea un ligero movimiento del tipo ‘aparto la silla para levantarme y luego la vuelvo a colocar’, nooooo, sus muebles de 300 años de madera maciza pesan y cuando se arrastran hacen un ruido que me tiembla hasta la lámpara, no importa dónde esté: en mi habitación, en el salón, en el baño… Es que no me deja ni cagar tranquila…

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