Os voy a hablar sobre el que siento que ha sido el mejor día de mi vida.

Ese día me desperté sobre las 9 de la mañana sin alarma ni nada. Salí de la cama, cogí mi tazón de cereales y volví a meterme entre las sábanas. Estaba mentalmente cansada y como no tenía nada mejor que hacer decidí disfrutar la mañana remoloneando un poquito. Porque si te gusta y te apetece, ¿por qué no?

Dos horas más tardes necesité levantarme y de camino a la cocina me asomé por la ventana para ver el suelo mojado con el que se había despertado el día. La brisa fresca que por fin había llegado, tras un veroño muy caluroso, entró bajo mi ancha camiseta del pijama, erizando la piel de mis lorcitas delanteras y espalderas (sí chicas, estoy hecha de lorcitas, y son taaan suaves y achuchables que no me importa reconocer lo que me encanta jugar con ellas) y acaricio mis piernas desnudas, pasando por cada surco que forma mi querida celulitis (también debo reconocer que hace unos meses no era tan querida, pero poco a poco he aprendido a aceptarla, y verla como parte de mi).

Bueno, volvamos a ponernos en situación. Yo asomada en la ventana, en braguis y camiseta. Y tras de mí, mi abuela sentada en el sofá mientras veía Telecinco y bordaba las iniciales de mi nombre en unas toallas de baño (El típico juego de tres toallas que toda madre tiene colgada en el baño de su casa, y solo están ahí para eso, para estar colgadas, y ¡que nadie las toque!).

“Esto es para cuando te cases”, me dice ella. Sí, chic@s. Mi abuela, que a veces se las quiere dar de moderna comentando los programas de Mhyv (muy fan ella de los viceversos), no puede negar haber nacido en la época en que lo hizo, y por tanto tener algunos ideales característicos del Paleolítico. Que no es que no me haga ilu casarme, pero no está en mis planes todavía.

Pues, total. Mientras estoy sintiéndome como la prota de una película cuando está en el momento en el que empieza a encontrar sentido a su vida, y todo es mágico, suena una melodía preciosa y aparece, de la nada, una luz intensa que hace que todo parezca perfecto. Entonces, mi mente intenta sabotear el momento imaginando que mi querida abuela está mirándome por la espalda y pensando “Lo guapa que estaría mi nieta con unos quilitos menos”, “Hay que ver los quilillos que ha cogido en el último año…”, “Yo a su edad no tenía esas piernacas llenas de celulitis” “Si hasta su madre tiene mejor cuerpo…”

Y yo, que hasta hace poco era le típica que lloraba cuando pensaba cosas similares, me sorprendí a mi misma cuando con letras grandes y la tipografía de las onomatopellas de un cómic de superhéroes, un “¡ME IMPORTA UNA MIERDA!” apareció en mi mente cual avioneta que pasa en verano por la playa con publi en un cartel. ¡¡¡¡¡¡U-NA MI-ER-DA!!!!!!!

Y lo mejor es que era verdad. Me importaba una mierda lo que pensara mi abuela, el vecino que podía estar observándome desde la ventana de enfrente o el rey de España. Yo me quería, me gustaba, me imaginaba preciosa en esa ventana y no me importaba si no les parecía igual a los demás. No me importaba si nunca le iba a gustar a nadie más, porque me gustaba a mí y eso era lo que deseaba y por lo que había estado luchando desde hace mucho tiempo.
Y ese fue el día en el que me enamoré de la persona que soy, de mi cuerpo, de cada parte de mis ser. Siendo consciente de que no soy perfecta, y tengo defectos, pero aceptando y queriendo cada uno de ellos, porque todos forman parte de mí, y contribuyen a ser quién soy.

Por supuesto, acepto que no todos los días te quieres al mismo grado. Como en toda relación hay días buenos y malos, pero lo importante es seguir cuidando ese amor.

Lo cierto es que había oído hablar a personas que decían haber aprendido a quererse, pero  siempre pensé que ese estado no podía ser tan real como decían, o quizá yo no tendría el privilegio  de poder experimentarlo. Pero pasó… y dejadme deciros que es lo más puro que he sentido nunca. Así que no temáis, os llegará y será el día menos esperado. Ante un espejo, durmiendo la mona, o asomados a una ventana, como yo. Pero llegará…

Laura V.