No soy una persona que tenga buena memoria, de hecho, si preguntas a mis amigas te dirán que el mejor regalo que puedes hacerme es una agenda, un cuaderno, o un dispositivo alexa con todos los eventos y fechas importantes grabados en ella. Malditos sean mis procesos cognitivos básicos.

No, no soy una mujer de memoria (aunque a mí no sea fácil olvidarme). Pero si, tengo recuerdos preciosos y, casualmente todos y cada uno de ellos están envueltos por una banda sonora, una melodía, una canción, un tarareo.

Recuerdo a mi padre poniéndome canciones de los Rolling, de Pink Floyd o de los Beatles en un tocadiscos vetusto al que enchufábamos unos cascos que eran más grandes que mi propia cabeza. Recuerdo la mano de mi madre que me cogía fuerte en el primer concierto de Mecano y de mi vida. Recuerdo el olor a sopas de ajo de la cocina de mi abuela mientras ella cantaba alguna copla o la canción del un, dos, tres conmigo. Recuerdo a Gloria Estefan salir de una bola desde lo alto de un escenario en aquellos años donde el Wizink center se llamaba Palacio de los Deportes.

Ese Palacio de los Deportes que me ayudó a pagar mi carrera de veterinaria, mientras acomodaba a la gente por apenas 5 euros la hora, pero que me ha regalado poder escuchar a The Cure, El Canto del Loco o ver el Circo del Sol en directo.

Mi vida, como diría Galeano, está hecha de pedacitos de gente, pero también de música y sueños. Cuando estoy triste me pongo a Sidecars y me curan el alma. Cuando estoy contenta te perreo a Rocío Jurado. Cuando quiero cocinar ando descalza con Charles Trenet de fondo. Cuando viajo me gusta Passenger. Y he ido a tantos países como giras de Take That han sucedido.

La música me ha dado a tanta gente buena que si las pusiera en fila estoy convencida de que daríamos un par de vueltas al mundo. Me ha cosido tantas veces los pedazos rotos de mi corazón que Singer tendría más dinero que Inditex. Me ha enseñado, poesía, sobre todo poesía. Me ha hecho superar un cáncer, varias rupturas y alguna que otra perdida.

No puedo escribir si no es con música, no puedo trabajar si no es con música. No vamos a un bar sin música. Quedamos para ir al teatro, al cine, a un concierto, a un recital.

Decía el otro día que este año no quería cumplir años, porque un año sin festivales, viajes y conciertos es un año perdido. ¿Imaginas cómo sería una vida así?.

Este 2020 nos tiene a todos alterados. ERTES, despidos, mierda, mucha mierda. Pero la cancelación de centenares de festivales, giras, conciertos y espectáculos de todo tipo durante este JODIDO año 2020 ha hecho que el mundo de la cultura esté en un situación verdaderamente demoledora.  Un colectivo especialmente desprotegido: los técnicos de luz, de sonido, de montaje, transportistas, etc.  Toda esa gente que ha hecho posible que mi vida haya sido una delicia durante mucho tiempo. Ahora mismo escribo esto escuchando el nuevo vinilo de Sidecars, GRACIAS.

La cultura es segura. He asistido al concierto de Izal y Carlos Sadness este último mes. Con medidas mayores que las que veo diariamente en el transporte público. GRACIAS.

El sector tiene prevista una movilización masiva hoy. Y yo no puedo hacer mucho más que aportar mi granito de arena. Que animaos a comprar discos, a ir a eventos, a estar seguros, porque ellos nos cuidan, os lo aseguro. Y a pedir, que se regule su situación, que nos bajen el IVA de esta medicina que es el ARTE. Y CURA, JODER QUE SI LO HACE.