Cada vez hay que tener más estómago para interactuar en redes sociales, porque cada vez ponemos las líneas rojas más lejos. Hemos ido normalizando abuso tras abuso, y se van difuminando los límites entre lo que está bien y lo que está mal.
Caracteres que nos hacen humanos son la empatía, la comprensión y la sensibilidad. Y yo he visto últimamente cosas en redes que me hacen pensar que cada vez somos menos humanos.
1. La abuela de Cádiz
Hace poco conocimos el caso de María Muñoz, una mujer de 88 años que ha vivido durante casi 60 años en un barrio céntrico de la ciudad de Cádiz. La mujer, a su edad, tuvo que afrontar una amenaza de desahucio inminente por no poder asumir la compra de su vivienda de alquiler, a la que instaba la propietaria.
Fue el Cádiz Club de Fútbol, el equipo de su ciudad, el que salió al rescate de la anciana: compró su piso y le dejó el alquiler al mismo precio. Una sociedad anónima deportiva haciendo lo que debería hacer un Estado garantista.
Me llamaron la atención la multitud de comentarios sin reparos en mostrar una nula empatía hacia la anciana, una mujer muy vulnerable. Venían a decir que era impensable que, en esta era, hubiera gente pagando un alquiler tan irrisorio en el centro de una ciudad que recibe mucho turismo.
Los cachorritos más radicales de la clase media aspiracional se han aprendido bien la lección: ven la vivienda como un bien con el que especular para vivir de las rentas sin dar un palo al agua. Ingresos pasivos, lo llaman, y hay por ahí cientos de gurús explicando como hacerlo (y generando ansiedad y frustración por el camino). Ven bien hacer caja con un bien de primera necesidad caiga quien caiga, aunque sea una mujer en los últimos años de su vida.
2. La chica musulmana
Me ha aparecido varias veces en TikTok una chica que no sé con qué contenido comenzó en la red social, pero ha tenido que cambiar al activismo antiislamofobia. No sé si será el ascenso de la ultraderecha, pero los comentarios racistas y xenófobos antes eran censurables y ahora se ven normales.
La chica recibe comentarios del tipo: “Imaginaos el olor que llevará con la cabeza todo el día tapada, sin que respire el pelo”. Ella contesta con una entereza y un respeto que no merecen quienes están detrás de semejantes palabras, pero que frenan la escalada de tensión.
Sus respuestas, lamentablemente, de poco sirven. Quien hace esos comentarios desde el anonimato en redes quiere provocar una reacción y tener su minuto de gloria, probablemente. No están dispuestos a desaprender ni replantearse sus convicciones y su actitud de mierda.
3. La burla a las palestinas
Esto sí que supera todos los límites. Hace poco vi un vídeo de una mujer israelí vistiendo hijab negro y fingiendo llanto sobre una sandía envuelta en un trapo, simulando la cabeza de un bebé. Después alguien gritaba “¡Corten!”, y la mujer se quitaba el atuendo, soltaba la sandía y se dejaba ver radiante. Estaba convencida de que las palestinas fingen sufrimiento para buscar atención mediática internacional.
No hace falta que recuerde los últimos grandes atentados del ejército israelí sobre el pueblo palestino, ni la cantidad de hombres, mujeres y niños muertos, ¿verdad? Lo que hacen muchos israelíes es una deshumanización en un sentido literal del concepto: despojar de los caracteres humanos. En este caso, mediante la caricaturización y la mofa.
El Holocausto es el gran ejemplo histórico de la deshumanización. Los nazis enumeraban a los judíos en los campos de concentración. Los mataban de hambre hasta verlos como criaturas de aspecto cadavérico y no como personas. Les gritaban e insultaban constantemente, les pegaban y explotaban con trabajos forzosos. Los mataban en masa sin posibilidad de despedida o ritual, sin saber ni sus nombres o historias. Veo algunos parecidos razonables con lo que está pasando ahora en la franja de Gaza.
Cuesta no dejarse llevar por el desánimo viendo esto. Cuesta no pensar que la crueldad va a seguir rompiendo límites.
Vamos a esforzarnos por conservar la decencia moral: denunciemos comentarios, enviemos mensajes de ánimo y apoyo a las víctimas, aprendamos que no siempre tenemos que opinar y, cuando lo hagamos, escribamos como si le habláramos a un ser querido que tenemos justo delante. Paremos la escalada de odio o lo vamos a lamentar.
Esse