Cuando tenía 16 años perdí la virginidad con mi novio de instituto. Fue tan horrible que he borrado de mi memoria aquella fallida primera vez, pero por desgracia si recuerdo las siguientes. Para poneros en antecedentes, una vez sin venir a cuento me escupió en la cara mientras lo hacíamos. Hacer esto con veintitantos y de forma consensuada me parece perfecto, pero cuando no te lo esperas ni tampoco lo has hablado jamás es muy humillante. Entendí que no me respetaba y no fue la única vez que un hombre me hizo sentir así.

A lo largo de mi vida he estado con bastantes tíos. He estado soltera mucho tiempo y cuando me ha apetecido, he salido a ligar. No tengo que justificar lo mucho que folle o deje de follar, para qué nos vamos a engañar. El caso es que con bastantes de estos chicos he notado algo que me ha llamado la atención y es lo mucho que han centrado el sexo en ellos mismos, ignorando mi placer y mis necesidades. Por suerte no todos han sido así, pero sí los suficientes como para que me parezca algo preocupante.

La dinámica era esta: estamos en la cama, me comen durante un minuto (lo justo para lubricar el asunto) y me la meten hasta que se corren. Después se acabó el sexo. Lo peor de todo es que han considerado esto un polvazo y quieren repetir. ¿Un polvazo? ¿En serio? Será para ti, colega.

Really?
Really?

Primero pensé que estos hombres tenían una idea distorsionada del sexo, pero con el tiempo descubrí que el problema iba mucho más allá. Me parece una cuestión de feminismo y respeto. Muchas personas crecen con la creencia de que las mujeres debemos someternos a los hombres. De verdad, no me lo invento. Están convencidos de que nuestra función en el mundo es servirles, ya sea cuidando de la casa y de los niños como se hacía antaño, arreglando los marrones de nuestro jefe, u orbitando alrededor del placer masculino en el dormitorio. Yo digo basta.

El sexo debe ser tal y como a ti te guste. Si te va el bondage, que te aten o ata tú. Si te gusta escupir, genial. Si te molan los azotes, azota. Si quieres mear encima de una persona, de puñetera madre. Si prefieres el misionero con las luces apagadas, dale duro. Todo es genial siempre y cuando haya consenso, estéis disfrutando ambos y os respetéis mutuamente. De lo contrario en tu cama no habrá placer, sino una falta de empatía enorme.