Una abuela senil y un pijama de Winnie-the-Pooh mancillado

 

Parece que mi vida consiste en coleccionar momentos vergonzosos y agobiantes para que, al cabo de un tiempo, cuando se me pasa el traumita, la gente se pueda reír con ellos (y conmigo). Una de esas historias es la que os traigo hoy y, por favor, amiga, si estás comiendo, te recomiendo que pares mientras lees. 

Aquel chico veraneaba con la familia en una casa en la playa y solían invitarme a pasar unos días con ellos. No sé si a vosotras os pasará lo mismo, pero yo cuando voy a casa ajena me gusta llevar mis mejores galas, así que el típico pantalón dado de sí con una mancha insalvable de regla y la camiseta de GRÚAS MANOLO se quedaron en el cajón y, en su lugar, me llevé para estrenar un pijama monísimo de Disney. En concreto, uno de Winnie the Pooh, en tonos pastel y con los personajes representados como en las ilustraciones del libro original, vamos una monada vintage que te cagas. Yo no solía tener pijamas tan cuquis, así que iba yo más feliz que una perdiz. 

Pues bien, me desperté a la mañana siguiente y fui directa al baño a hacer el primer pis de la mañana. Aunque la casa estaba en silencio, oí algo de movimiento en el cuarto de la abuela. La señora era nonagenaria y un poco senil. Con un poco senil me refiero a que no tenía nada grave, pero chocheaba como es propio de la edad y tenía sus manías, entre ellas, no dejarse ayudar en nada. Yo no estaba muy al tanto de su estado en ese momento, su nieto evitaba sacar el tema, así que lo que estaba a punto de ocurrir era completamente inimaginable para mí.

Desde el momento en el que me senté en la taza del váter noté un olor fuerte. Tengo que aclarar que soy miope y no llevaba puestas las gafas, tal y como me desperté me fui pitando de las ganas que tenía de mear. Primero pensé que quizá ese olor viniera de la papelera, porque claramente olía a mierda. Pero no, era demasiado fuerte. Me levanté para confirmar que alguien había olvidado tirar de la cisterna cuando me encontré… ¡restos de mierda refregados por toda la taza!

De verdad que quería gritar y llorar y morirme todo a la vez, pero debía contenerme porque estaba en casa ajena. Agradecí que hubiera toallitas a mano para limpiarme los cachetes del culo, porque sí amigas, me manché de CACA AJENA y os juro que sigo traumatizada por ello. 

Cuando terminé me fui corriendo al cuarto para despertar al chico y contarle lo ocurrido. Le sentó mal que lo despertara, pero, joder, ¡era caca ajena en mi culo, debía entenderlo! Entonces fue cuando me explicó con más detalle lo de su abuela y sus achaques y que negaba todo tipo de ayuda, así como su incapacidad para valerse por sí misma. Estábamos en plena conversación cuando le dije: “Oye, no sé si son alucinaciones mías, pero me sigue oliendo a mierda” a lo que me respondió “A mí también me huele”. 

En un acto reflejo, me giré para tratar de verme el pantalón por detrás y fue entonces cuando el chico puso un gesto de desagrado. No solo me había manchado la piel, ¡sino también mi pijama! Yo estaba en shock, de verdad, porque no llegaba a comprender cómo la mierda se había extendido tan fácilmente y me daba pánico comprobar si mis bragas también se habían manchado.

Al verme horrorizada, el chico fue al baño y comprobó que la taza no era lo único que se había manchado. Todo el váter por abajo tenía una especie de reguero y sí, era justo coincidiendo a la altura donde suele rozar tu ropa con el inodoro cuando estás sentada. Lo limpió y me pidió que no dijera nada para evitar una discusión entre su abuela y su madre, que él se encargaba de lavar mi ropa. 

Entendí sus razones y no le di más vueltas, pero desde aquel día se me hizo muy difícil mirar a la cara a esa señora. En cuanto al pijama, aún lo tengo y me lo pongo, pero qué queréis que os diga, creo que a Winnie the Pooh también le cuesta mirarme a la cara.

 

Ele Mandarina