Mi hijo siempre fue de esos niños que van al baño con mucho esfuerzo. Pasa casi media hora encerrado cada vez que la llamada de la naturaleza lo arrastra al baño. Desde que cumplió los 12 empezó a llevarse lectura para el baño (lo cual sigo creyendo que aumenta el tiempo que pasa allí) y a los 13 empezó a pedirme el teléfono para jugar a algún juego online que había descargado en él. Nunca fui muy partida de dejarle mi teléfono, pero sabía que lo pasaba mal tanto rato allí, así que se lo permitía de vez en cuando.

Un comentario de una compañera de trabajo sobre su hijo y el móvil me hizo mosquearme y decidí, la siguiente vez que le dejé mi teléfono, recuperar el historial de visitas del navegador. Allí estaba, lo que más miedo tenía, mis temores confirmados, una página pornx como última web visitada.

 

Estoy muy a favor de la autoexploración y él era todo un adolescente. Pero había muchas cosas mal en aquello. Para empezar, que utilice el teléfono de otra persona (más aun si es el de su madre) para algo así. Después el hecho de que se ponga con eso a medio día, mientras su padre y yo esperamos a que salga del baño para lavarnos los dientes y salir pitando a trabajar. Hay momentos y momentos en el día sin tener que interrumpir la rutina familiar.

Todo esto me parecía mal pero, desde luego, lo más importante era advertir a mi hijo de que, lo que allí estaba viendo, no era real, no era ni parecido a la verdad y lo perjudicial que podría ser para él y para las personas con las que se relacione el hecho de haber aprendido todo lo que sabe en lugares web donde la mujer debe ser humillada para sentir placer y el hombre debe ser violento y puede vejar a su compañera a su antojo para poder tener un orgasmo, pues es lo que debe gustarle. Los mensajes tan venenosos que el porno transmite es duro incluso para personas adultas, pero para un niño al que la educación sexual recibida se limita a haber puesto un preservativo a un plátano en el instituto, era una bomba de relojería.

Me fui a la librería y compré varios libros sencillos sobre consentimiento, sexualidad y el cuerpo adolescente. Cuando salió del instituto al día siguiente, le pedí que trajese unos helado del bar de abajo y, tranquilamente, sin juicios ni culpables, le expliqué como pude lo que había averiguado y por qué no debía repetir aquello.

Fue una conversación reamente incómoda al principio. Yo no quería estar allí y él menos todavía. Pero, tras la charla inicial sobre la privacidad y cómo elegir el momento para algunas cosas, él se fue relajando hasta poder hacer preguntas abiertamente.

Pasamos más de dos horas hablando sobre el placer, el respeto, el consentimiento y sobre en qué deberían consistir las relaciones en pareja. No eso del placer de uno y la sumisión de otra.

En la siguiente reunión del ANPA, conseguí que accediesen a llevar a unas jóvenes formadas un poco más actualizadas a dar charlas sobre sexualidad y que despejen las verdaderas dudas de nuestros adolescentes antes de que, siendo víctimas de lo que otros adultos venden, acaben siendo verdugos de relaciones de poder y control.

Es mejor hablar claro que esperar a que ocurran cosas desagradables o directamente desgracias. Me alegro mucho de que mi hijo confíe en mí y se atreva a hablarme de algunas cosas, pero es algo que nos  ha costado mucho trabajo y que ahora da sus frutos. Con este tema, la confianza fue crucial y nos llevó a ayudar a varias familias que estaban en una situación parecida.

 

Luna Purple