Hace bastante tiempo, en mis años de universidad, dedicaba los veranos a trabajar como socorrista en una piscina de mi ciudad. Era un trabajo divertido ya que estaba al aire libre, hablaba con la gente, podía tomar el sol y los días de lluvia no hacíamos nada más que resguardarnos en el cuarto del botiquín y leer o jugar a las cartas.  

Sin duda el mejor verano fue el que mi amiga María trabajó conmigo. Cada una vigilaba una piscina y el botiquín estaba en medio de las dos, a la hora de comer nos juntábamos y comentábamos los planes para después.

Un viernes que amenazaba tormenta, aunque finalmente solo cayeron cuatro gotas, las instalaciones estaban prácticamente vacías por el mal tiempo y se respiraba tranquilidad.

  • ¿Nos hacemos un porro? – me preguntó María sacando del bolso una bolsita con marihuana -me lo ha dado el Canario, pero me ha dicho que tengamos cuidado que se la han traído de no sé dónde y es un poco alucinógena…
  • Pero si no sabemos liarlos – la verdad es que no consumíamos casi nunca y no habíamos liado un porro en la vida, tan solo fumábamos si alguna vez alguien nos lo pasaba.
  • Pero tengo una liadora.

María sacó un pequeño aparatito que había comprado en un estanco y nos pasamos la tarde liando canutillos de marihuana y guardándolos en la cajetilla de Malboro que teníamos a medias.  No llegamos a fumarnos ninguno porque a última hora empezó a llegar gente y salimos a cubrir nuestros puestos.

¡Somos socorristas responsables!

Por la noche, como cualquier viernes entonces, salimos con el resto de nuestros amigos, fuimos a cenar a un bar donde empezamos a beber vino, cervezas, algún chupito y sobre las dos de mañana cuando cambiamos de sitio, María me dio el paquete de Malboro con los porros y se fue a casa porque ella tenía que trabajar en la piscina por la mañana, yo por alguna razón libraba el sábado.

  • ¿Me puedo quedar a dormir en tu casa esta noche? Así no tengo que coger el coche – nuestra amiga Eva que vive en Italia, estaba de visita en la ciudad el fin de semana, pero la casa de sus padres está en un pueblo alejado de la ciudad.
  • Sin problema, están mis padres, pero no les importará- por aquella época todavía vivíamos todos con nuestras familias.

La noche siguió su desarrollo como la de cualquier viernes, copas, chupitos, bailar, reír, otro chupito, una cerveza, más chupitos… y en un momento, uno de nuestros amigos me dijo:

  • Joder estoy sin tabaco, ¿me acompañas a comprar?
  • Sí, vamos – metí la mano en el bolso para sacar la cartera y entonces vi el paquete de Malboro– ¡espera yo tengo! No me acordaba …

Le di un cigarrito perfectamente liado, bien redondito, después de todo lo que habíamos bebido ya no me acordaba de que aquello que llevaba en el bolso no era tabaco, ni siquiera al olerlo, ni siquiera al encenderlo, ni siquiera al fumarlo, ¡ni siquiera al fumárnoslos todos entre los dos!

A eso de las 5 de la mañana, con todos los garitos cerrados y camino a casa, íbamos mi amigo, completamente borracho y fumado sin saberlo, porque no, él tampoco se había dado cuenta de que no estábamos fumando tabaco y mi otra amiga un poquito bebida, pero no tanto.

  • Me hago pis, no llego a casa- decía yo dando saltitos
  • Pues ponte ahí entre dos coches, ahora no te ve nadie, yo te tapo- me dijo Eva

Me situé entre dos coches que estaban aparcados en línea, sí ya lo sé, esto está muy feo, pero era cuestión de vida y muerte, si no, me lo haría encima y ya no quedaba nada abierto. Así que me bajé los pantalones como pude y ella tapándome por detrás y él de espaldas a mí tapándome por delante, me cubrieron.

 

Por fin llegamos a casa, mis padres estaban dormidos, le dejé un pijama, nos desmaquillamos de mala manera, me quité las lentillas, dudo mucho que me lavara los dientes y a dormir. Mi cuarto tenía dos camas con una mesita de noche en medio, mi hermana y yo dormíamos ahí hasta que ella se casó.

En medio de nuestro plácido sueño de borrachas, abrí los ojos, me hacía pis otra vez, ¡mucho! Con todo lo que había bebido podría estar meando una semana sin parar. Me levanté de la cama y dije:

  • Voy a mear aquí entre estos dos coches…

Y sí, eso hice, me bajé el pijama y me puse a mear entre los dos coches, solo que no eran dos coches, sino dos camas y la alfombra y los calcetines de mi amiga que estaban en el suelo y sus zapatos…

  • Oye, ¿estás meando? – me preguntó una vocecilla ronca que me sacó del trance.

¡Joder, qué estoy haciendo! Fue como si al oír a Eva volviera de mi sueño o de mi alucinación y me llevara de regreso a mi dormitorio. Me subí los pantalones corriendo y me metí en la cama.

  • ¡Qué bah, tía! Tengo un orinal.

¡¿Un orinal!? ¿Qué dices, cómo se va a creer eso?

El caso es que se lo creyó, por la mañana se levantó con su resaca y su cara que era un poema mirando sus calcetines y zapatos empapados. Le presté unos míos, nos tomamos un cola cao que mi madre nos había hecho a sabiendas de que no es lo que mejor le cae al estómago después de una noche de fiesta y ella se fue a su casa con cara de circunstancias.

Me pasé la mañana arrastrándome por la casa, intenté limpiar la alfombra frotando con agua y jabón, confiando en que mi madre no notara nada, pero las madres, o al menos la mía, son como sabuesos de la policía y a eso de las dos de la tarde, mirando Los Simpsons pero sin ver, con mi resaca descomunal, apareció mi madre por el salón con la alfombra en la mano, muy cerca de su cara, oliéndola.

  • ¡Has vomitado en la alfombra! Menuda borrachera tenías que llevar …

No paraba de gritar y de oler la alfombra, me estaba dando bastante asco, pero solo pude decir:

  • No he vomitado, no, no he vomitado te lo aseguro…
  • Entonces, ¿ha sido Eva?

En ese momento, unos breves segundos de meditación me hicieron dudar si inculpar a mi amiga, que no tenía ninguna culpa y que encima se había llevado sus calcetines y zapatos mojados de pis en una bolsa de plástico, o confesar lo que había pasado y aguantar el sermón como una mujer responsable de sus actos, ¡salvo vidas en el trabajo por el amor de dios!

  • Sí, ha sido ella…
  • Ay esta chica …- murmuraba mi madre mientras se iba con la alfombra en la mano.

Marina Castro