Aquel Halloween en el que mandé al repartidor de Correos a urgencias por un susto
Halloween en casa es una gran fiesta. Nuestra familia lo celebra por todo lo alto. Montamos la “terrorífica” ambientación una semana antes de la noche del 31 de octubre y durante días recibimos la visita de curiosos que se acercan a tomar fotos de nuestra decoración y a sacarse selfies con nuestros monstruos.
Como no podía ser de otra manera, en nuestra casa también se hace “truco o trato”. Que si es una “americanada”, que si “vaya tontería”… blablablá, no he venido a debatir sobre “Halloween sí o Halloween no”. Halloween, sí, por si había dudas. Los niños del barrio se lo pasan genial y nuestra fiesta es esperada por mucha gente. Tenemos un desfile de “pequeños demonios” en busca de chuches desde las 4 de la tarde hasta las 10 de la noche. Es una vivencia muy divertida que, además, ahora compartimos con nuestra propia hija y creamos unos recuerdos inolvidables.
Inolvidables para bien y para mal.
De susto en susto
Este año pasó algo. Cada año, nuestra casa gana más y más fama y vienen muchísimas personas. Nos vamos turnando para abrir la puerta porque a veces resulta agotador. Recuerdo que eran las nueve de la noche y estábamos cenando nuestra tradicional “cena asquerosa”: manos cortadas (salchichas), quiche con cucarachas (dátiles), ojos (huevos)… Y picaron la puerta. Era mi turno. A partir de una determinada hora, ya entrada la noche, suelen venir chicos y chicas más grandes. Los del instituto. Me puse una máscara con luces LEDs de ‘La Purga’ y di un par de sustos a más de uno. De esto que botan para detrás y todo. El cachondeo era tal, que seguí un rato más abriendo la puerta para sorprender a los valientes invitados.
En una de estas, superadas las nueve y media, vuelven a picar. Salgo con el disfraz de bruja y la máscara, activo todos los Animatronics del jardín y ¡¡BOO!! Casi lo mato. Era el repartidor de Correos que, aún me pregunto, qué hacía trabajando tan tarde. Pobre hombre. ¡No necesitábamos ese paquete de Amazon para nada! Se metió semejante susto que se tuvo que sentar con falta de aire. Pensé que lo perdíamos. Él se llevó un susto, pero yo también.
Mi marido no se lo pensó dos veces y lo metió en el coche y lo llevó a urgencias. Yo me quedé en casa con los invitados y un mal rollo que te cagas. Me puse a recoger todo el interior: la fiesta había llegado a su fin. A las dos horas aparece mi marido con el repartidor, totalmente recuperado y queriendo coger su moto para volver a casa.
Me disculpé más de mil veces. Se me caía la cara de vergüenza. Os lo juro. Me sabía fatal no haberme cerciorado de la visita a través de la mirilla de la puerta y confirmar que era un currante no un chaval pidiendo golosinas. Después de 16548 “perdones” y 935623 “lo siento”, él me contestó: “¿Puede sacarme una foto con la niña del columpio?”. Se lo había tomado con humor, comprendiendo la situación y su malentendido.
El repartidor de Correos no solo se llevó varias fotos de recuerdo, sino que le preparé un tupper de manos, cucarachas y ojos, junto con golosinas de “truco o trato”. Ya me dijo que el próximo año se pedía la noche para poder venir disfrazado con su hijo y hacer “truco o trato” sin microinfartos.
María RM