Así viví mi primer Ramadán

 

Soy española, criada en una familia sin ninguna convicción religiosa definida. Entiéndeme, celebramos la Nochebuena, los Reyes Magos dejan regalos el 6 de enero y nos vamos de vacaciones en Semana Santa, pero no nos consideramos católicos, apostólicos ni romanos. 

Desde hace dos años, estoy saliendo con un chico musulmán. Él no me “obliga” a implicarme en sus tradiciones, pero sí que me cuenta el origen de lo que practica y qué le aporta a nivel personal.

El pasado mes de abril fue el Ramadán. Mi novio me lo pinta tan bien que, en esta ocasión, decidí acompañarle en la experiencia. Os cuento un poquito de qué va la cosa y cómo viví mi primer Ramadán. 

¿Qué es el Ramadán

Que me perdonen las amigas musulmanas que haya por aquí, yo voy a explicar qué es lo que me contaron a mí (sin consultar Google). Mi chico me habla del Ramadán como un periodo de reflexión, contención y ayuno, que se celebra en el noveno mes del calendario islámico; de esta manera, va cambiando la fecha según el año.

Él, que es súper deportista, siempre recuerda un Ramadán en plena ola de calor de julio; esta vez, el Ramadán me pilló en abril. 

¿En qué consiste el ayuno? 

De sol a sol, literal, no se puede ni comer ni beber nada. Además, tampoco se puede caer en vicios, como tabaco, o en placeres, como el sexo. Él suele hacerme hincapié en que cada familia lo vive a su manera: quizá, algunos deciden beber agua o comer una dieta especial un día que se requiera mucha intensidad física; es decir, según su opinión, no hay una regla escrita ni estricta. 

Yo decidí hacerlo como él. 

En cualquier caso, quiero aclarar que hablamos de un ayuno controlado, consentido y con una organización, planificado: dejas de comer con unas pautas; y, después, comes con otras. Bajo ningún concepto, me refiero a un ayuno derivado de un trastorno alimentario ni con fines de adelgazamiento. 

Primero la mala noticia: lo que se me hizo más difícil

Al principio, empiezas muy motivada y sientes que puedes con todo. “Esto no es nada”, “Lo que voy a ahorrar en papeo”, pero el primer día ya echas de menos el cafecito de la mañana y, una vez superado el día 20 de Ramadán, estás desesperada porque se acabe. En la recta final, estaba cansada, hastiada. Casi tiro la toalla. No sentía ansía de comer por comer, sino que estaba deseosa de tener la libertad de tomarme una infusión por la tarde o de probar el grado de cocción del arroz mientras cocino. 

Además, como mi chico, también practico deporte tres veces por semana y ha sido especialmente duro acudir al gym a sudar la camiseta con el estómago vacío. A veces, incluso, volvía a casa mareada y sin ganas siquiera de probar bocado pese a “estar permitido”. 

Otra cosa que hice mal: los primeros días, que me creía yo más lista que nadie, me pasé por el arco del triunfo los consejos de mis suegros sobre qué comer después del ayuno. Y no se me ocurre otra cosa que pedirme una pizza. Dos, más bien. Aquello fue una bomba. Una bomba de materia fecal. Terrible. ¡Qué retortijones! Así que mal. A las horas llamé a la suegri: “¿Cómo decías que se hacía el cuscús?”. 

Beneficios psicológicos que extraje de practicar el Ramadán

Aprendí sobre el autocontrol, la gratitud y la empatía. 

Descubrí que se trata de un trabajo de autocontrol y entendí que es positivo “entrenar” esa faceta del comportamiento individual de cada uno. No es un “autocontrol” de no comer para perder peso; se trata de que te apetezca mucho algo y renuncias a eso por autocontrol. 

También es un reto. Cuando termina el día y has conseguido “superarlo”, la sensación de satisfacción es inmensa. 

Por otro lado, te hace ser más agradecida. Algo tan normal para nosotros (por suerte) como abrir la nevera y que esté llena, pedir comida en cualquier aplicación móvil y que te lo traigan a casa o pasar por una tienda y comprar lo que te apetezca…, de repente, no lo puedes hacer. Porque pasar, pasas hambre; y valoras lo afortunada que eres. Además, te hace empatizar con aquellas personas desfavorecidas, para quienes ayunar no es una opción sino una imposición derivada de su precaria situación económica o por la incapacidad resultante de alguna enfermedad. 

La familia de mi marido también me explicó los beneficios fisiológicos que conlleva ofrecer un “descanso” al sistema digestivo, pero como ninguno somos personal sanitario, prefiero omitir los detalles científicos y dejarlos para expertos. 

En cualquier caso, a mí me gustó practicar el Ramadán. Lo bueno compensó a lo malo, y es muy posible que me anime a realizarlo otra vez. Eso sí, si alguna vez me coincide con las fiestas navideñas, las torrijas de Semana Santa o mi tarta de cumpleaños… ¡Me bajo del carro! ¡Ya lo advierto! 

Anónimo

 

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