En la celebración del cumpleaños de mi sobrina conocí al amiguito del cole con el que más le gustaba juagar cuando iba a clase. En aquel momento mi sobri cumplía 5 añitos, pero coincidía poco con su amigo Fran porque faltaba mucho; al parecer era uno de esos niños que lo pilla todo, el pobre, y siempre estaba enfermo.
Yo ayudé a mi hermana a organizar la fiesta. Sus suegros tenían un tobogán y una enorme zona ajardinada en su casa, así que celebramos la fiesta en el bajo de su casa porque había sitio más que de sobra para la familia y los 5 amiguitos y amiguitas que quería invitar.
Cuando avisamos a las familias de los peques invitados recibimos respuesta en la misma tarde. Mientras mi hermana y yo recortábamos y pegábamos goma eva para hacer gorritos para la fiesta, las confirmaciones para ese fin de semana iban llegando sin mayor importancia, hasta que la mamá de Fran escribió que no le suele dejar ir a cumples por “su condición”, pero que tratándose de mi sobri (que es tan amiga de él) le gustaría poder traerlo. Nos interesamos por qué necesitaba. Nos preguntó por la comida que se pondría, los ingredientes de la tarta, el tipo de snacks, frutas o lo que fuéramos a poner. Le preguntamos si tenía alguna alergia o intolerancia, pero nos dijo que no sabía, que aun estaban estudiando su caso, pero que había cosas que le solían sentar mal.
Tras un buen rato hablando de que mejor comería solamente fruta, pero que solamente fruta sin semilla pequeña, porque suelen ser las frutas más propensas a dar alergia y por si era eso lo que le sentaba mal, no fuera a tener una reacción alérgica en plena fiesta. Entonces empezó a preguntar cuanta gente iría, porque “dada su condición” (nuevamente) se agobiaba en aglomeraciones. Le dijimos que seríamos la familia (unas 10 personas) y los 5 compis que la niña había elegido de clase. Todo dependía de si las familias decidían quedarse o no. Dijo que entonces mejor ella se quedaría por si debía sacarlo de allí o lo que fuese. Le dijimos que por supuesto, lo que ella y su peque necesitasen.
Una vez llegado el día de la fiesta todo nos llamó mucho la atención. Dos familias dejaron a las niñas y prefirieron aprovechar la tarde para hacer recados, el resto se quedó y, mientras las niñas jugaban, los mayores charlamos y nos reímos de las curiosidades de nuestras niñas. Entonces llegó Fran con su mamá. Ella lo seguía por el jardín cuando otra mamá se acercó y le propuso que viniese con nosotras a la zona donde estábamos charlando.
Ella no sacaba la mirada de su hijo, que jugaba alegre con sus amigas del cole. Nos explicó que él “por su condición” necesitaba mucha supervisión. Le preguntamos cual era su condición y nos contó que los neurólogos no se ponían de acuerdo. Ella sabía perfectamente que a su hijo le pasaba algo, pero nadie daba con la solución.
Al llegar la hora de la tarta empecé a cortar porciones y preguntar uno a uno “Fulanito, ¿tarta?” “Menganita ¿tarta?” entonces llegó su turno “Fran, ¿tarta?” y su madre, abriéndose paso como si fuese una urgencia, le gritó “¡No te va a gustar!” Vi su mirada apagarse mientras rechazaba el plato que yo le ofrecía. Otra mamá la apartó y en tono de broma le dijo “Bueno, si no le gusta que no la coma, pero primero tendrá que probar” Me quitó el plato de las manos y se lo dio al niño, que sonrió muy alegre. Probó la tarta y dijo que le encantaba, entonces siguió comiendo con mucha ansia, por lo que su madre, al llevar la mitad más o menos, se la quitó y le dijo “¡Ya! Que te va a sentar mal y luego lloras”. El niño, contento por haber podido comer un poco de dulce, le dio el resto de la tarta a su madre.
Luego me preguntó de dónde era la tarta, ya que jamás le gustaban y esa parecía haberle gustado mucho.
Al día siguiente Fran no fue al cole. Mi hermana, preocupada, le preguntó a la mamá si estaba malo y ella le dijo que no lo llevó por precaución, al haber comido tanto toda la tarde y estar tan cansado no quiso que fuera al cole por si debía más tarde ir a buscarlo y que no lo señalasen como el niño que se va a media mañana.
Ese día mi hermana me lo contó cuando merendamos con las niñas. Le parecía un poco extraño todo. Era alérgico, pero no sabían a qué, tenía algún problema neurológico, pero no sabían cual, no le gustaba nada de comer pero el niño moría por comer de todo…
Como estuvieron tan a gusto juntos, mi hermana le propuso verse de vez en cuando para jugar en el parque o en su casa, ya que vivía muy cerca y ella aceptó encantada. Yo solía ir cada tarde a casa de mi hermana con mis hijas también y así las peques y Fran se hicieron muy amigas y la mamá de Fran se desahogaba con nosotras de lo frustrada que se sentía con los pediatras de su hijo.
En aquel momento ya había cambiado dos veces. El pediatra que lo llevaba cuando nació le dijo que no necesitaba suplemento y a ella no le convenció y cambió. Al segundo lo despachó cuando, al darle las pruebas de la alergia negativo y no tener síntomas de alergia, le dijo que no tenía alergia alguna. Ella decía que veía claramente que las heces de su hijo a veces eran más blandas de lo normal y eso era que no le sentaba bien la comida. Mi hermana y yo nos miramos y supimos lo que la otra pensaba.
Al llegar a primaria, las faltas de asistencia complicaron mucho la vida familiar, pues el papá de Fran no estaba de acuerdo con su mujer, pero ella si lo oía toser, si tenía gases o si tenía algo de moco, no lo llevaba al cole y pronto tuvo que ir a una reunión con la asistente social. Entonces lo empezó a llevar a diario, aunque cada día salía del cole llorando por dejar allí a su hijo “con su condición” abandonado.
Hoy en día están en 4º de primaria. Al cole solamente falta para las consultas médicas o si tiene fiebre, por las amenazas del cole con llamar a servicios sociales. Pero por las tardes debe descansar… Si, por “su condición”. Ya ha visto a tres neuro pediatras y dos psiquiatras infantiles que le han dicho que a su niño no le pasa nada. El alergólogo la echó de allí en la última consulta muy cabreado por las insinuaciones que ella hacía de que no fuese buen profesional. El endocrino se negó a verlo al ver su historial y que su sintomatología era… Ninguna. Ha cambiado tres veces más de pediatra. Según ella, todos la tratan de loca y no prestan atención a las necesidades de su hijo.
Mi hermana y yo sentimos mucha pena por ambos, porque el niño no está disfrutando su infancia apenas por el control de su madre y ella sufre muchísimo, pues está convencida de que su hijo tiene de todo y nadie la escucha. El último psiquiatra le insinuó que podría pedir cita para ella, pero no lo tomó muy bien. Finalmente, por consejo de mi hermana, empezó a ir a un psicólogo, pero no le convencía mucho que pusiera cara rara cuando le explicó “la condición” de su hijo.
Y así está ahora, tramitando el cambio de centro de salud, pues los pediatras de este centro ya los ha despachado a todos, y en pleno divorcio con el padre de Fran, que ya no puede más con la situación y ha decidido irse y pelear por una custodia compartida con supervisión psicológica para su futura exmujer. Sinceramente, no tengo ni idea de quien la podrá ayudar, pues su preocupación y obsesión con su hijo son muy reales.
Espero que con terapia se calme y pueda empezar a disfrutar de su maternidad.
Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.
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