Esta maravillosa reflexión surgió cuando mi amiga Anita (nombre inventado para preservar su intimidad) me contó que como esta semana se iba de viaje de trabajo, su suegra había llevado un montón de tuppers a casa porque «si no estaba ella quién iba a cocinar«. No sé… Me pregunto quién más tiene un par de manos y cinco dedos en cada una para encender la vitro, colocar la sartén, echar un poco de aceite y cascar un puto huevo frito.

Cómo yo tengo mucha confianza con Anita, le pregunté que qué opinaba su novio Juan al respecto. Si ya estaba sorprendida de antes, flipé en colores cuando me contó que el estaba encantado. No te jode, estás en casita y te traen la comida sin pagar y sin descargarte la aplicación de Just Eat, pues cómo para estar triste.

Indagué e indagué y aunque Juan siempre me había parecido un poquito señoro, a más me contaba Anita más flipaba. Ella cocinaba, limpiaba, fregaba y hacía cualquier tarea doméstica mientras él se tocaba los huevos en el sofá jugando en el móvil. Y sí, los dos tienen un trabajo, para ser más exacta el mismo (aunque en empresas diferentes), así que no me vale la excusa de que «él llega cansado de el trabajo«.

Total, que ahí estaba yo con la tesitura de o decirle a mi amiga que su novio era machista y que ella lo consentía o callarme y dejar que hiciese lo que le daba la gana. Como me parecía un poco brusco soltar ese comentario, simplemente le pregunté si era feliz, y ella me dijo que esas cosas no le gustaban mucho pero que esperaba que cambiase cuando se casasen.

  1. Si una persona es machista (o racista, homófoba y cualquier derivado del concepto «gilipollas») y nadie le dice nada, es imposible que cambie.
  2. Tampoco es tu responsabilidad educar a tu novio, lo suyo sería que viniese criadito de casa.
  3. Si algo te molesta díselo YA y no esperes a que las cosas cambien por ciencia infusa cuando haya un anillo de por medio.
  4. Eres su novia, no su madre. Te aseguro que no se va a morir de hambre si tú no le haces la comida, ya verás como aprende a cocer pasta.

Y me he dado cuenta de que muchas relaciones de mi entorno siguen esta dinámica. Es como si la mujer adoptase el rol maternal y tuviese una responsabilidad inmensa sobre los hombros. Yo misma me he visto en esta situación. 

Mismamente yo soy capaz de ir al supermercado y comprar un kilo de patatas, papel higiénico, cuchillas de afeitar para mi novio y desodorante porque se le ha acabado. En cambio, cuando él va solito me escribe un mensaje al WhatsApp para saber qué patatas comprar, si para cocer o para freír, qué bandas de cera prefiero, si en frío o en caliente y qué desodorante uso, si en roll-on o spray. Lo peor de todo es que si no contesto, no compra nada. Es como si me convirtiese en la mamá pato y él en un polluelo que necesita supervisión. Es entonces cuando yo me planto, me cabreo y le digo que para venir con las manos vacías mejor no venga. Y sí, podéis llamarme borde, porque él lo hace con buena intención -no quiere cagarla y equivocarse comprando-, pero la que mañana está sin desodorante soy yo cuando él tiene todo lo que necesita en el armarito del baño. 

A veces he llegado a pensar que es porque las mujeres, por naturaleza, nos fijamos más en los detalles, pero cada vez estoy más segura de que la realidad es que nos han educado para ello. Debemos estar SIEMPRE pendientes de las necesidades de los demás y cumplir sus expectativas, y yo estoy hasta el moño. Hoy me quito el delantal metafórico, el rol de madre y las ganas de velar por las necesidades de los demás ignorando las mías. ¿Te unes a mi huelga?

 

Redacción WLS