FOLLAR DESPUÉS DE TENER HIJOS: ¿MAESTROS NINJA O SOSOS DE LA MUERTE?

 

¡Con lo que nosotros hemos sido! Que nos veíamos al inicio de la cita y se nos iban las manos de forma irremediable. Que nos rozábamos por la noche en la cama y nos faltaba tiempo para ponernos uno encima del otro. Que no había estancia de la casa que no hubiéramos probado. Que podíamos echar cuatro polvos en un día y aún nos quedábamos con ganas de más. ¿Qué nos pasó? Ay, amigas… Que fuimos padres.

Irónico, ¿verdad? El objetivo biológico principal del sexo es precisamente ese, tener hijos. Pero resulta que, una vez los tienes, el follar se va a acabar. Bueno, no del todo, pero casi. Yo siempre digo que el anticonceptivo más eficaz que existe es un primer hijo, eso reduce una barbaridad las probabilidades de tener otro, no sólo porque se te quiten las ganas de repetir el parto y la crianza (que también), sino porque dejan de presentarse ocasiones para quedarte embarazada, porque directamente no follas.

Y cuando por fin consigues follar, olvídate de esos polvazos épicos de antes. A ver, no digo que el aquí te pillo aquí te mato no me guste, claro que es excitante de vez en cuando, pero cuando se convierte en la única forma de sexo, pues qué quieres que te diga, al final te aburres.

Nosotros éramos de los que con frecuencia poníamos velas, incienso, nos acariciábamos, nos comíamos enteros antes de entrar al trapo. Pero ahora… ¿Preliminares? ¿Qué es eso? Ahora con suerte dispones de 15 minutos entre que se duermen los críos y que te quedes frita tú. Vamos, que ni lencería sexy, ni juguetitos, ni leches.

La seducción se ha reducido a “¿Quieres? – Vale, pero rápido”. ¡Ooooh, qué erótico!

Eso sí, no veas lo expertos que nos hemos vuelto en follar en absoluto silencio. Ni un gemido, ni un grito ahogado, nos conocemos cada muelle del sofá y las posturas para evitar que chirríen, no sea que alguno se levante a beber agua y nos pille de esa guisa. Por no hablar de cómo le explico que no se lleve cosas a la boca si me encuentra a mí amorrada al pilón, o a su padre sorbiendo almeja.

Vale, es cierto, no somos unos ninjas del fornicio, somos unos muermos aburridos, pero bueno, por el momento es lo que hay. Ya crecerán y nos dejarán la casa para nosotros (aunque para entonces, la menopausia me habrá dejado más seca que un trozo de mojama al sol y a mi marido se le habrá quedado flojo el percebe). Hoy por hoy, la hora de la siesta ha pasado a ser nuestra aliada, el sexo se reduce a tres posturas contadas en el sofá y un orgasmo esporádico en silencio, y echo de menos las manos de mi marido electrizándome entera sin prisas y con muchas ganas, pero no me quejo.

Al menos tenemos ese ratito que es solo nuestro. Y que sepas, cariño, que aunque a veces el sueño me impida demostrártelo, me sigues poniendo a mil.

 

Anónimo