Cómo me gusta leer artículos en los que se habla sin tapujos de la cara menos amable de la maternidad. No sé si es por eso de que mal de muchos, consuelo de tontos o qué, pero me encanta comprobar que no soy la única madre que se caga en todo lo cagable y en el concepto de la maternidad que la sociedad nos impone. Aunque también os digo que, en mi caso, la cosa se puso aun más brava cuando me divorcié.
Soy consciente de que ser madre en solitario es jodido, pero ser madre en situación de custodia compartida, madre del amor hermoso… Que el señor me dé paciencia. Porque quebraderos de cabeza y movidas varias con las que lidiar en relación a la crianza de mis hijos, con eso se ha pasado tres mil pueblos. Y eso que yo tengo la suerte de llevarme bien con mi ex. Es decir, no somos los mejores amigos del mundo, pero tenemos una relación relativamente cordial. Ahora bien, existen ciertas asperezas que no hemos conseguido limar del todo.
No es una cuestión de cómo trata a nuestros hijos, ni de que se desentienda o no me respete o que se niegue a ponerles las vacunas que no entran por la Seguridad Social. El problema es que mi exmarido es un vago de narices y, por qué no decirlo, un inútil en la cocina. Lo cual me la traería al pairo… si no fuese porque mis hijos viven con él una semana sí, una semana no. Y la semana que sí, su dieta deja muuuuuuuuuucho que desear. Porque para ellos la cuestión se reduce a con su padre pizza y conmigo judías. Por tanto, la semana que están en mi casa ellos se tienen que comer la comida saludable que les pongo en la mesa. Y yo me tengo que comer sus morros enfurruñados y sus protestas.
De alguna manera tendré que compensar las pizzas, fritos, bocadillos y boles de cereales industriales que son las cenas en casa de su padre noche tras noche mientras están allí. Por suerte comen en el colegio y allí tienen cocina propia y un programa de comidas lo más equilibrado posible teniendo en cuenta que no deja de ser un comedor escolar. Sin embargo, siento la responsabilidad de compensar las semanas de ultraprocesados de su padre con alimentos sanos y ligeros las que están conmigo.
Y no es fácil. Yo tampoco soy chef, ni nutricionista ni tengo más tiempo libre que él para planificar, comprar y preparar cenas saludables. Pero lo hago, joder, lo hago. Porque es nuestro deber y responsabilidad como padres. ¡De los dos!
A ver si logro metérselo en la cabeza, porque ya me estoy cansando. Y no de no poder permitirme ni un día de relajo y de pedir unas pizzas, sino de ser la bruja que les da caña con la comida o que no les concede caprichos. Harta estoy de escucharlos decir que con papá siempre comen cosas ricas y que yo soy un rollo y una pesada de las verduras. ¡Hombre ya!
Anónimo
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