He perdido la cuenta, lo confieso. Si no es para ponerlo como hashtag en mis publicaciones de Instagram, ya no me interesa saber cuántos días llevo encerrada en casa.

Solo quiero que pase pronto, rápido y como se suele decir, sin dolor. Sin embargo, y contra todo pronóstico, esta cuarentena, soltera, con un perro y una nevera a la que no le faltan JAMÁS cervezas, me está ayudando a redescubrirme, a volver a enamorarme de mí, y a adquirir una serie de rutinas random que hacen que este confinamiento sea más divertido (viva el optimismo, sí señor).

  • Tusa pa’l body

Sí, amiguis, me he aprendido hasta el rap chungo de la canción. Todas las mañanas, después de desayunar, me quito el pijama, me pongo mi ropa de deporte (madre mía, la estoy usando más que en mis 31 años de vida) y a bailar.

Bailo como si no hubiera un mañana, como si llevara cinco copas de más a las 6 de la mañana, como si me fueran a quitar Spotify Premium, como si estuviera en Tú sí que vales y necesitara el pase de oro para sobrevivir a la pandemia. En definitiva, como si me fuera la vida en ello.

¿Y os digo una cosa? Será cosa de las hormonas, pero me siento tan poderosa bailando Tusa que me olvido de las relaciones tóxicas que me atormentan últimamente; vamos, que me olvido hasta del coronavirus. Solo me dura 3:21’’, pero algo es algo, oye. Gracias Karol G y Nicki Minaj.

  • Bendito Crossfit, no me abandones

Con el subidón de Tusa en el cuerpo, me enchufo la playlist de Reggaeton Old School y a darlo todo con el Crossfit. Vale, no estoy en el box y no tengo el material necesario para seguir dándole caña al body, pero me las apaño.

Lo mismo me vale una maleta de mano llena de enciclopedias (menos mal que nunca las tiré en una de esas limpiezas a fondo), el palo de la escoba o una garrafa de agua de 5 litros. Hago fondo de tríceps con la silla de la cocina y hago dominadas debajo de una mesa. Y no, aún no me he hecho ningún esguince ni me he partido ninguna extremidad.

Estoy tan arribísima que lo único que pido es no venirme más arriba aún, porque un día de estos conectan desde Telecinco en directo con mi barrio porque me he descoñado escalando el balcón con las sábanas como arnés.

via GIPHY

  • La cervecita de las 20:10

Los aplausos de las 20:00h se han convertido tan indispensables en mi vida como la pausa del café en el curro. Vamos, ¡que me ducho y todo! Y después de darlo todo en el balcón y emocionarme, me abro una cervecita bien fría y … ¡a videollamar!

Se ha convertido en una rutina más, y no puedo fallar. Nos juntamos cuatro compañeros de curro y contamos nuestras batallitas diarias, que básicamente se resumen en contar cómo luchamos por el último rollo de papel en el súper o a imaginarnos los tres día seguidos de juerga que nos vamos a pegar juntos cuando todo esto acabe. (Resaca, ten piedad).

Vale, no es una terraza de un bar, ni la cerveza es de cañero, pero me siento tan en familia que es probablemente uno de los mejores momentos del día.

  • Jugar al escondite con mi perro

Pues oye, que igual me estoy volviendo un poco tarumba, pero, ¿y lo bien que me lo paso escondiéndome detrás de las puertas y viendo cómo mi perro se vuelve loco buscándome?

He mejorado mi táctica y ahora me escondo en el armario, y el pobre ya no entiende nada. Es una auténtica gilipollez que me ayuda a llevar mejor el confinamiento, pero sé que mi perro agradece recorrer 8 kilómetros yendo y viniendo por el pasillo buscando a la perturbada de su dueña.

  • Escuchar a los pájaros a las 6 de la mañana

Os juro que no me pongo ninguna alarma para despertarme, pero todos los días, a las 6 am, los pájaros cantando me despiertan. Parece que hay un montón, a veces hasta me acojono y pienso en si el fin del mundo llegará en forma de ataque de aves mutantes.

Pero luego se me pasa, disfruto y me relajo escuchando cómo estas pequeñas criaturas disfrutan de la primavera que no estamos disfrutando nosotros.

Probablemente si el mundo no nos hubiera obligado a poner nuestra vida en pause, sería una gilipollez de la que no me hubiera percatado.

  • Saber lo que es echar realmente de menos

Pues sí, he aprendido a saber quiénes sí y quiénes no. Quiénes se preocupan por mí encerrada entre estas cuatro paredes, quiénes solo me quieren salvar del castillo para echarme un polvo después y quienes, definitivamente, nunca debieron ni tener acceso a este jodido palacio de la que soy dueña.

Hasta hace 15 días, creía que echaba de menos tanto, que algún día me acabaría pasando factura. Y estaba equivocada. Lo que pasaba era que echaba de menos mucho y mal ( y sí, lo confieso, a la persona equivocada).

Ahora, he aprendido a echar de menos de verdad. ¿Y cómo se echa de menos de verdad? Echando de menos bonito, con ganas, con pasión. Echo de menos los abrazos a mis compañeros de curro, las cenas sencillas con mis amigas, las borracheras con mis mayores confidentes, los domingos de resaca con mi Mery yendo al Burger King cual yonkis a comernos y bebernos todos lo que pillemos para ahogar nuestras penas.

Y joder, qué bonito es ahora echar de menos.

Dicen que el cerebro necesita 21 días para hacerse a nuevos hábitos, y a mí, ahora, me da miedo que se termina la cuarentena y tener que hacer una pausa en el curro para bailar Tusa o aparecer un día en pijama. Ya lo veremos.