Es curioso cómo, por una tontería, una relación puede irse al traste. Algo que parecía ir muy bien y que incluso parecía tener cierta proyección de futuro puede cambiar radicalmente de un momento a otro. En mi caso fue por un tacón. Pero no es la típica historia de la chica que encuentra zapatos de otra mujer en la casa de su chico o en su coche. Tampoco es de esas en las que aparece la marca de un tacón en alguna zona íntima por haber realizado alguna práctica un pelín sado masoquista. Esto rebasó los límites de la realidad para convertirse en la historia más tonta que me ha pasado en la vida.

Os pongo en contexto. Mi mejor amiga regresó de su viaje a Malta totalmente eufórica. Allí había salido mucho y también había ligado bastante. Me contó que la isla estaba llena de italianos y que iban a saco… en fin, que aquel día estábamos de celebración. Yo había ido a su casa para verla vestida de diario y ella se empeñó en salir, y claro, mis trapos no eran acordes a sus planes, así que se empeñó en dejarme algo de ropa para que no tuviese que volver a mi casa a cambiarme. Creo que todo empezó por ahí, porque mi amiga es súper pija. Yo no visto tipo choni de barrio, pero mi estilo no es tan divino como el suyo. Pero bueno, su ropa me quedaba bien y no lo pensé demasiado. Así que, ataviada como toda una Cayetana, me fui con mi amiga a pasar una noche loca en una discoteca.

Allí conocimos a un grupo de chicos. Eran muy guapos y muy pijos, como mi amiga. Uno de ellos me gustó. Estudiaba ingeniería mecánica y además de ser muy guapo y estar muy bueno, era muy divertido. Pasamos la noche con ellos y al día siguiente me llamó. Estuvimos toda la semana hablando. Los dos estábamos en la universidad, era nuestro último año y estábamos hasta arriba de exámenes. Empezamos a quedar en la biblioteca para estudiar. No es que hablásemos mucho, pero nos gustaba estar juntos.

 

Las cosas siguieron bastante bien. Un fin de semana quedamos para hacer un picnic en el campo con su grupo de amigos. Iban todos en chándal y aunque los suyos eran de marca y el mío de Zara, no desentonaba demasiado. Todos eran geniales conmigo, pero más que nadie, él. Hacía ya un par de meses que hablábamos y aunque nos habíamos visto más bien poco, yo sabía que me estaba enamorando. Y al parecer él también, porque me dijo que se tenía que ir unos meses a Alemania para hacer unas prácticas y me pidió que me fuese con él. Aquello me pareció algo arriesgado, pero a veces hay que arriesgarse en la vida, así que le dije que sí, que me iría a Alemania. Pero antes insistió en presentarme a sus padres.

Para aquel encuentro eligió una cafetería del centro de la ciudad. Yo intenté arreglarme, elegante pero sofisticada. Obviamente no tenía el ropero de mi amiga, pero mi ropa no estaba mal. Aparqué en un parking cercano al centro y él vino a recogerme mientras sus padres esperaban en la cafetería. Íbamos despacio porque me había puesto unos tacones finos que hacía años que no utilizaba y no estaba acostumbrada a andar con ellos. No llevábamos ni cinco metros cuando comenzó el principio del fin. Estaba cruzando por un paso de peatones cuando noté que algo crujía bajo mi pie derecho y casi me hizo caer al suelo. El tacón de mi zapato se había partido.

Fue un momento muy embarazoso. Iba cojeando, casi sin poder andar. No podía seguir con aquellos zapatos. En ese momento la solución se presentó ante mí con un letrero rojo y unos bombines de colores. Era una tienda de ropa china.

Le pedí que me ayudase a llegar hasta la tienda. Me compraría otros zapatos y nos iríamos a tomar el café. En ese momento me miró como si le hubiese dicho que los iba a cubrir de estiércol. Me dijo que esos zapatos eran muy malos y que no iba a dejar que me presentase delante de sus padres con algo así.

Me quedé de piedra. Le pregunté entonces qué era lo que se suponía que debía hacer y me dijo que un poco más abajo había otra tienda de zapatos artesanos que serían mucho más apropiados. Conocía aquella tienda, era carísima. Ni podía ni quería gastarme un pastizal en unos zapatos porque aquel chico fuese tan pijo y tuviese tantos prejuicios. Así que me negué. Entonces me dijo que les diría a sus padres que me había sentido mal de repente y que ya me los presentaría cuando llevase una indumentaria adecuada.

Por dentro me sentía triste, estupefacta, desengañada, pero por fuera me salió lo de furiosa y le mandé a la mierda en todos los idiomas que fui capaz de manejar en ese momento. No me podía creer que aquello estuviese pasando, que se avergonzara de mí por un par de zapatos.

Él me miró unos segundos muy serio, como si no llegase a procesar correctamente lo que salía de mi boca. Quizás mi lenguaje vulgar tampoco era el adecuado para sus oídos. Y sin más se marchó.

Así que yo fui sola a aquellos chinos y me compré unas maravillosas zapatillas con las que regresé a casa. Nunca me arrepentí de aquella decisión. No podía estar con una persona que valoraba más el exterior que lo que hay por dentro. Nunca he logrado comprenderlo. Pero lo que sí tuve claro desde el primer momento es que puede que yo lo quisiese, pero me quiero mucho más a mí misma y jamás dejaré que nadie me infravalore de esa manera y mucho menos, por algo tan superficial como las apariencias.