Comprendí lo que era la sororidad gracias a la novia de mi ex

Durante mucho tiempo creí saber en qué consistía la sororidad, cosa que, por si alguien se lo pregunta, es la solidaridad entre mujeres, especialmente en todo lo relativo a desigualdad, discriminación, sesgo de género, etc. Y eso es algo que, entre amigas, entre personas de tu círculo, te sale solo: una palabra, un gesto, un acto empático… La pregunta es, ¿y cuándo la mujer en cuestión no es “nada tuyo”? ¿Reaccionamos siempre igual?

Mi respuesta es que no, pero ojo, lo digo basándome en mi propia experiencia y bajo la premisa de que no es un error en el que incurramos sistemáticamente, sino más bien de forma aleatoria, según te pille o te caiga en gracia esa mujer. Esto no debería ser así, evidentemente, pero reconozco que, si me ha pasado, después de lo implicada que estoy en estos temas, os aseguro de que nadie está libre de cagarla y confío en que me entenderéis cuando os cuente mi historia.

 

Durante muchos años estuve saliendo con un chico y, debido a un cúmulo de circunstancias, lo dejé. No fue una ruptura especialmente dramática en el sentido de que no hubo violencia o acoso, pero sí es cierto que yo detecté unas actitudes en él hacia el final de la relación que fueron desgarradoras. Al haber perdido la magia del principio y ese enamoramiento acérrimo, tuve la claridad suficiente para entender que no me aceptaba tal y como era y que, en ocasiones, tenía la fea costumbre de infantilizarme y tratar de anular mi credibilidad públicamente con comentarios y actitudes que estaban fuera de lugar. En especial, apodos mal llamados cariñosos que lo que en realidad demostraban es que el tío era condescendiente y que necesitaba sentirme por encima de mí o, de lo contrario, se sentía incómodo, vulnerable.

Menudo regalito, ¿verdad? Como que lo acabé borrando de las redes sociales porque se me hacía bola seguir viéndole el jeto. Pero mis amigos, NO. En concreto, mi mejor amigo lo tiene aún, cosa que nos ha servido para reírnos, puntualmente, de alguna ocurrencia estrambótica del susodicho, apariciones tik tokeras que daban mucha vergüenza ajena o las publicaciones “románticas” con que la resultó ser mi sucesora.

Y sí, digo sucesora porque resulta muy llamativo que la muchacha se parece bastante a mí físicamente. De hecho, ha habido gente que ha visto una publicación y, si no se fijaban bien, creían que era una foto conmigo, ¡se rayaban muchísimo! La cosa es que esa gente coincide en que esta chica es mi versión… fea. Lo sé, suena fatal que yo lo cuente, pero es ahí de donde vino la madre del cordero.

La chica nos recuerda a mí, pero claro, una versión menos agraciada y han surgido burlas por un tubo. Sobre todo, a raíz de que la chica empezara a hacerse los mismos peinados que yo, se cambiara las gafas por unas como las mías… Cachondeíto asegurado. Está muy mal, ya lo sé, pero como os anunciaba al inicio, me acabé redimiendo. Además, he de aclarar que, aunque eso no reste importancia a las burlas, para nosotros la chica no era el objetivo en sí, sino mi ex, porque lo que nos hacía gracia era que parecía que al haberlo dejado se había buscado a una especie de doble para desquitarse. Pensad también que era un tío prepotente y que se tomó regu que lo dejara.

En fin, que hará cosa de poco tiempo, cuando se puso de moda esto de “sube una foto de tu mascota”, “sube la primera foto de tu galería sin hacer trampas”… en Instagram, mi mejor amigo me envío una captura de una historia que había subido mi ex. Era una foto de su chica, más bien desaliñada, en pijama, con una sonrisa forzada y algo desprevenida. La había subido con el título de “sube una foto de tu mascota”. Por primera vez no me reí, al contrario, sentí mucha pena por ella. De pronto, me vino un aluvión de flashbacks de todas esas veces en las que ese tío me redujo a precisamente eso, su mascota. Quizá a ella le dio igual que subiera esa foto (a mí no me daría), pero, bajo mi punto de vista, eso es secundario. Que ella tolere ciertas cosas o no dependerá de cómo entienda las relaciones de pareja, de su grado de empoderamiento y de mil millones de cosas más que tampoco vienen al caso enumerar. 

Lo cierto es que yo, gracias al azar (y al instinto cotilla de mi amigo) tuve la oportunidad de darme cuenta de que lo que yo hacía, bueno, lo que hacíamos, estaba mal. No es que tenga que dirigirme a ella y decirle “Hola, no te conozco de nada, pero que sepas que tu novio es un capullo”, porque, entre otras cosas, no toleraría esa intromisión en su intimidad y sería contraproducente.

Pero sí creo firmemente en que hay que dejar atrás esos comportamientos tóxicos entre nosotras, despojarnos de esa inercia hacia la comparación y la competición, y centrarnos en ser más amables y empáticas, que no cuesta nada. Que sí, que todo esto ya lo tenemos muy visto, pero hacedme casito, que en lo más llano caemos. 

 

Ele Mandarina