El otro día le pedí a mi hijo que ordenara su cuarto y se deshiciera de toda la basurilla que tiene allí acumulada.

El pobre estuvo un buen rato clasificando y ordenando los cajones y estantes, doy fe.

El problema es que nuestros conceptos de ‘basurilla’ no tienen nada que ver el uno con el otro.

Yo pretendía que se deshiciera de algunos juguetes en mal estado y de mierdecillas varias como cromos sueltos, muñequitos de esos que vienen con algunos dulces o snacks, etc.

Él se limitó a clasificar y colocar como es debido, pero solo metió en la bolsa para tirar un par de dibujos viejos y arrugados, un catálogo de Playmobil desfasado y el currado envoltorio de uno de sus dinosaurios.

Cuando me llamó para mostrarme orgulloso el resultado de su trabajo me encontré con los mismos montoncitos de tarjetas de Jurassic World, los Superzings y las pegatinas de unos personajes superfeos, que no recuerdo de dónde las sacó, repartidos por doquier… ¡Qué manía de acumular!

Me encantaría que se deshiciese de todas esas movidas que tanto dificultan la tarea de limpiar y recoger su habitación, pero lo entiendo perfectamente.

A él le da la risa solo de imaginarlo, pero yo también fui niña una vez.

Y, pensándolo bien, resulta que mi cuarto también estaba atestado de una gran variedad de cosas molonas que coleccionábamos en los 90:

 

  • Chapas y pins. Eran bien fáciles de coleccionar porque no tenías ni que tirar de paga para tener un buen número de chapas y pins. Estaban por todas partes. Además, no importaba que fueran bonitos o feos, llegados a un punto lo único que querías era poseer el máximo posible de estas pequeñas maravillas que a veces perdían el cierre y se te terminaban clavando en la piel. Au. ¿El sitio más seguro para lucirlos? Las solapas de tu cazadora vaquera.
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  • Sobres, cartas y hojas perfumadas. Las guardábamos por docenas en un cajón y cada vez que lo abrías el aire dulzón que se acumulaba dentro se apoderaba de toda la habitación. En la mayoría de los casos esas cartas nunca sirvieron a su cometido, pero no importaba. Las intercambiábamos con las amigas y buscábamos nuevos diseños cada vez que podíamos. Aunque luego no escribiésemos en ellas ni la lista de invitados a nuestro cumple.
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  • Juguetes de Kinder Sorpresa. En el interior de los Kinder Sorpresa de los 90 había dos tipos de juguetes, los chungos y los ohdiosmíomehatocado. Los primeros… bueno, venga, me he comido un huevo de chocolate con leche y ahora puedo entretenerme un rato con esta cosa enana mientras espero a que mis padres terminen de comer y nos vayamos de aquí. Los segundos eran una fantasía. Eran representaciones de animales de gran calidad y vivos colores que formaban una colección. Podrías ofrecer a tu hermano pequeño a cambio de la tortuguita o el cocodrilo que te faltaba para completarla. Yo lo hice una vez. Eché de menos al enano, pero se me pasaba cuando observaba mi colección completa de hipopótamos.
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  • Los Babies. ¿Los recordáis? Eran unos bebés super cuquis y monísimos en diferentes posturas que venían desnuditos, con un pedacito de tela pequeño y colorido que podías ponerle a modo de pañal o usar como mantita. Ay, eran tan adorables. Los querías todos.
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  • Tazos. No podías ir al cole sin tus tazos. Había que intercambiar los repes, admirar el montón que tenía tal o cual compañero y pasar el rato hablando de ellos como si realmente fuesen el juguete tan divertido que nos prometían. Estaban de moda y eran asequibles y fáciles de conseguir, pero… jugar con ellos era lo de menos.
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  • Álbum de cromos. Todos los niños de los 90 completaron uno o varios álbumes de Panini. O al menos lo intentaron. Yo estaba segura de que había ciertos cromos que no metían en los sobres, sino que se los reservaban para que al final tuvieses que claudicar y pedirles directamente los dos o tres que te faltaban para completar determinado álbum. En ocasiones te faltaba solamente uno. Malditos.
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  • Pegatinas Toi. A los señores de Bollycao se les ocurrió en algún momento meter pegatinas en sus bollos para hacerlos más atractivos, si cabe. Hubo varias colecciones, pero la más exitosa fue la de los Toi. Un muñeco verde que no se sabe bien qué venía siendo y que en cada pegatina nos decía algo como ‘Toi aprobao’, ‘Toi cateao’ o ‘Toi namorao’. Nosotros tábamos in love con él también por aquel entonces.
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  • Chupetes. De un día para otro los dichosos chupetes estaban por todas partes. En collares, pulseras, colgados en las mochilas, en imperdibles prendidos en las solapas… Los primeros eran chiquitines y en multitud de colores. Luego llegaron los medianos, los tamaño XXL, los de purpurina, los mate, los metalizados. Eran una pasada de chulos, a la par que completamente inútiles.
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  • Figuras de goma. Figuritas de no más de ocho centímetros de altura de personajes de lo más variopinto, el caso era tener muchas, aunque no pegasen nada entre sí. Por lo que te encontrabas con estanterías en las que convivían en perfecta armonía muñecos de los Pitufos, Dragon Ball, Hulk, Candi Candi, los Tres Mosqueteros y lo que hiciera falta.
Imagen de Rollonostalgia A. en Wallapop

 

Y tú, ¿también tuviste estas cosas tan molonas?