Cosas que odio de ir al supermercado

 

He de admitir que a mí ir al supermercado me gusta. Es una especie de paseo inter dimensional por estanterías de pecados con glaseados, yogures ricos, olor a pan y otras fantasías. Eso sí, no vayamos con hambre que sabemos lo que pasa, acabo llevándome esos bollos que no tendría que haber comprado. Pero hay cosas que realmente odio de ir al super, y estoy segura de que me daréis la razón:

 

  • La sensación de tener la nevera vacía.

¿A quién le va a gustar esto? Quieres coger algo de merendar y solo tienes atún en lata y un kiwi pocho al final del cajón. Ir a la compra no se me hace horrible, pero ir ya por necesidad imperiosa cuando no tienes nada para comer me gusta bastante menos.

 

  • Acordarte de la fruta cuando ya vas por el último pasillo.

De repente recuerdas que necesitabas mandarinas, o un tomate para una receta, y estás ya en la parte de cosmética y droguería. Ay chica, pues ahora vuélvete, qué rollo.

 

  • Ir con niños.

Jesús, qué pesados pueden llegar a ser. Que si cómprame estos cereales, que si ahora me bajo del carro para tirar 4 cajas de galletas que estaban perfectamente ordenadas, que si qué es eso o eso otro. ¿Por qué no hay guarderías en los supermercados? 

  • Los carritos.

Sí, así sin más, odio los carritos de los supermercados. Son enormes y muy aparatosos, y luego te ves rodeada por 50 en un pasillo y tienes que ir andando como si estuvieras esquivando balas. Además, se tuercen, sí lo digo, esas rueditas de chichinabo tan pequeñas para un trasto tan grande no valen, hay que ponerles unas de tractor.

 

  • Que cambien las cosas de sitio.

Entiendo que de vez en cuando será necesario por rollos de marketing, pero a mí me toca los ovarios. Si siempre están los yogures en ese pasillo, Manolo, no me los cambies, que ahora voy a dar más vueltas que un tonto. 

  • Los ingredientes en marciano.

¿Soy yo Carlos Ríos? Pregunto. NO. No sé qué es la espirulina, el aceite de colza o los 469 edulcorantes que les echan. Intento informarme para seleccionar siempre lo más sano, pero a veces tienes que leer la etiqueta con el Google abierto y pasarte un rato descartando productos. Que esto se solucionaría con buenas clases de nutrición en el colegio, también te digo, una asignatura fundamental que simplemente no se imparte porque no interesa, mejor que los ciudadanos sigan tomando Actimel lleno de mierdas o pan con harinas refinadas y aceite de palma.

 

  • Esperar para comprar en los puestos de dentro.

Cola para la pescadería, para la carnicería, para la panadería, ¡hasta para el jamón serrano! Qué bonito momento de martes, esperar con un número en la mano 20 minutos para conseguir tu merluza. No hay necesidad, ¿no habrá otro sistema más rápido? Yo qué sé, con un lector de mentes, vamos pasando y la señora pescadera ya sabe qué queremos y nos lo da directamente.

  • Pagar

Otra igual, vaya rollo pagar en los supermercados. Normalmente, ya te comes una pequeña cola (o gigante, según a cuál vayas) que te hace desear más estar en casa bebiendo vino y viendo Divinity. Pero es que, además, ¿a quién se le ocurrió que tienes que sacar cada objeto que compres y pasarlo individualmente por un escáner para saber el total? Eso falla, es un rollo, inventen algo nuevo mentes pensantes, que la mía solo sirve para quejarse.

 

Te falta perreo