Mis hijos casi nunca se levantan de noche, por lo general duermen como troncos y del tirón. Es más, las pocas veces que se despiertan, lo hacen pegando un grito para que vayamos a su cuarto. Son muy capaces de despertarnos a las cuatro de la madrugada y hacernos ir a la habitación para soltarnos ‘tengo calor’, pero ellos no se mueven. Normalmente…

Y cuando, muy rara vez, les da por venir, atraviesan el pasillo a pisotones. Que no sabes si es que viene uno de ellos, o si es una estampida de tiranosaurios rex.

Lo que quiero explicar es que mi marido y yo no tenemos la costumbre de cerrar la puerta del dormitorio… La dejamos arrimada, ya sea para dormir o… para lo que sea.

Llevamos haciéndolo así desde que nació nuestro hijo mayor y jamás hemos tenido ningún incidente. Es que, además, estábamos convencidos de que casi era lo mejor. Porque son tan escandalosos cuando se despiertan que, aunque les de por venir, les escucharemos y tendremos tiempo para recomponernos y disimular.

De verdad que era lo que pensábamos, de lo contrario, habríamos tomado medidas para evitar lo de la otra noche…

 

Nos pusimos a ello ya tarde, rollo la una o así, lo cual significa que los niños llevaban unas cuatro horas durmiendo y era un momento seguro.

No sé qué nos dio, pero el caso fue que nos vinimos muy arriba. En plan a tope de preliminares, posturitas y toda la parafernalia. Cuidándonos de no hacer ruido, eso sí. Somos siempre muy discretitos y comedidos.

Vamos, que le dedicamos un buen rato, no fue un aquí te pillo-aquí te mato, para nada.

Así que, cuando terminamos, yo me quedé tirada en la cama a recuperarme un poco mientras mi chico se iba al baño.

Y allí estaba yo, despatarrada y despotorrada, cuando escuché un siseo muy bajito y vi, en la penumbra, que la puerta se entreabría unos centímetros. Me senté de golpe e intenté taparme un poco al tiempo que le preguntaba qué le pasaba a mi dulce hijita de cinco años de edad.

Ella me miró por la rendija con una cara entre pilla y acojonante total, que parecía Jack Nicholson en El resplandor. Y entonces, susurrando muy bajito, me preguntó: ¿Ahora ya puedo pasar yo, mami?

¿Ahora ya puedo pasar yo, mami?

Ahora. Ya. Puedo. Pasar. Yo. Mami.

Ahora. Ya. Puedo.

¿AHORA?

 

¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Qué quería decir con lo de ‘ahora puedo pasar yo’? ¿Por qué leches tenía esa cara de estar aguántandose la maldita risa?

Tenía mil dudas, pero no me atreví a preguntarle ninguna, quizá porque no quería saber qué llegó a ver ni qué no. La niña entró, fue a hacer pis en cuanto terminó su padre y se volvió a su cama, sin más.

Por lo que no me quedó más remedio que hacer como si nada y prometerme a mí misma que en esa habitación no vuelve a haber sexo sin atrancar antes la puerta.

Palabrita.

 

Anónimo

 

Envíanos tus movidas a [email protected]

 

 

Imagen destacada