Hace poco que, en mi pueblo, hemos sido testigos del caso más extremo de acoso visto hasta el momento.

Todo comenzó con una pelea de sábado noche. Un joven lanzó un vaso de vidrio y cortó en un brazo a la peor persona a la que podía agredir. El hombre que lanzó el vaso no se ha metido nunca en líos, pero aquel día, al parecer, se sintió amenazado e intentó defenderse. Una actitud cuestionable, pero eso fue lo que hizo. Y, desde entonces, no vive en paz.

El tipo agredido es todo un “angelito”. Tiene antecedentes penales por asuntos de droga y de palizas previas, entre otras personas, a su exnovia. Desde aquella noche, su máxima fijación es darle una paliza a la persona que lo agredió.

Desde la mañana siguiente, anda compartiendo mensajes amenazantes en sus historias de Instagram. Hace guardia a las puertas del trabajo del otro joven, que ya se ha pedido la baja y se plantea mudarse a otro lugar. El otro alardea por el hecho de tenerlo atemorizado.

No teme a nada ni a nadie. Dice que le da igual terminar en la cárcel, pero que, como lo vea, le va a dar una paliza de muerte. A él y a su pareja.

Vivir con miedo

La familia del otro chico ha reunido todas las pruebas posibles. Se han informado y pueden poner una denuncia, pero no confían en que eso resuelva el problema. Mientras se tramita y no, el otro tipo seguirá merodeando por su trabajo y por su casa, esperando a verlo solo o con su pareja. Los seguirá teniendo amedrentados en su propio hogar o, en el mejor de los casos, les obligará a irse del pueblo.

Hay personas tan carcomidas por el odio y tan secuestradas por sus instintos primarios que son incapaces de razonar. Da igual si el otro chico se disculpa públicamente, o si median amigos o familiares que pueda haber en común. Él ya está obcecado en un objetivo y, hasta que no lo cumpla, no va a parar.

Da miedo ver cómo la realidad supera a la ficción. Este caso me ha hecho recordar la película As bestas, en la que dos hermanos se obsesionan con un vecino por un conflicto. Ni el envenenamiento del huerto ni las amenazas verbales fueron suficientes para que la Guardia Civil interviniera.

Situaciones desesperadas, ¿medidas desesperadas?

Ante un nivel de acoso tan extremo, que obliga a vivir con miedo o replantearte tu vida, ¿cabría tomarse la justicia por tu propia mano?

He leído cientos de veces en este foro argumentos a favor, por ejemplo, cuando se trata de niños acosados en el colegio, acosadores que no razonan ni paran su actitud y una comunidad educativa que le da la espalda a la familia del acosado. O mira para otro lado o ponen en marcha acciones que son insuficientes.

El caso se ha puesto en un nivel en el que, sinceramente, no creo que haya solución sensata. “Es él o soy yo”, sin término medio. Si contratar a un matón que le dé un buen susto fuera una solución válida, que solucionara el problema de raíz, ¿lo haríais?

Parecen malos tiempos para ser pacifista y optar siempre por el diálogo. Estamos expuestos a más violencia extrema de la que podemos procesar, hasta el punto de que hemos normalizado el acoso en redes sociales. Cada vez surgen más voces contrarias a la diplomacia y cansados de esa actitud que llaman “buenista”, que creen que es la de personas que están dispuestas a tragar con todo. Hasta el día que les toque, piensan. Entonces, se tragarán sus palabras.

No voy a sacar conclusiones precipitadas de un caso cualquiera en un pueblo anónimo, que podría ser cualquiera de la España profunda. Pero, analizando el panorama actual, a nivel global no estamos mucho mejor. Quizás estemos abocados a un desierto sin ley ni orden en el que impera la ley del más fuerte y el ojo por ojo.

Anónimo