¡Hola hola gente!

Hoy, os voy a contar la historia de cuando casi envenenamos a medio barrio por creernos las reinas de la fiesta.

Viernes por la noche, fiestas patronales del barrio.

Aquel año, nos solíamos juntar en un bar cutrecillo del barrio que había descubierto que podía hacer el agosto en pleno mayo ofreciendo litros de colores de garrafón del malo a los adolescentes locales.

El típico bar que, durante el día, está lleno de abueletes jugando al mus, pero que, por la noche, sacaban un radiocasete con una cinta de Camela, y una lista de precios.

Litro rojo: 4 Euros

Litro azul: 4 Euros

Litro amarillo: 4 Euros

Es todo lo que nos ofrecían. Ríete tu de la lista de alérgenos, o de la ley que no permite la venta de alcohol a menores de 18, allí estábamos concentrados todos los adolescentes del barrio.

La verdad es que ni siquiera me acuerdo de lo que llevaban los litros, pero eran baratos y subían rápido. Como adolescentes sin dinero, era lo único que importaba.

Estando sentados en una mesa, un día empezamos a mezclar los litros, y creamos uno naranja, uno verde y uno morado mezclando los originales.

Sencillo de hacer siguiendo la carta de colores primarios y secundarios, pero a nosotras nos pareció lo más.

El naranja y el morado sabían a rayos, pero el verde estaba que te cagas de rico.

Al poco la gente empezó a preguntarnos por él, y una hora más tarde la estábamos petando con nuestro “Litro verde”.

El dueño del bar se nos acercó a ofrecernos un trato: le decíamos como preparábamos el litro verde, y a cambio teníamos litros gratis el resto de la noche. Imagino que muchas luces tampoco tendrían los del bar si se fiaban de un grupo de adolescentes borrachas para manejar la coctelería del bar…o igual es que les daba lo mismo, porque con nosotros triplicaban las ganancias.

La noche siguió sin más, y al amanecer nos fuimos todos a dormir.

Aunque dormir dormir, lo que se dice dormir, no dormimos mucho. Al menos yo.

No llevaría ni una hora en casa cuando me empecé a ir por la pata abajo. Pero de una manera exagerada, como si me hubiera descompuesto por dentro. Mi pobre culo estaba al rojo vivo.

Hacia medio día, mi madre se preocupó y me dijo de acercarnos a las urgencias del centro de salud porque aquello no era ni medio normal.

No llegamos ni a entrar. En la puerta tenían un cartel “todo aquel que venga por el envenenamiento del litro verde: mucho suero y a esperar a que pase”.

Por lo visto estaban desbordados por la cantidad de casos que habían llegado, todos iguales, y avisaron en la puerta para ahorrarnos la espera.

Sin saber ni siquiera lo que aquello significaba, ¡habíamos creado una pandemia local! Más de 50 adolescentes habíamos caído en las garras del litro verde.

Los dos siguientes días me los pasé del baño a la cama, hasta que por fin resucité al tercer día.

En ese tiempo, nuestros padres se habían juntado para denunciar al local por vender alcohol a menores y el chollo se nos acabó, pero todavía hay gente en el barrio que nos conoce como “las inventoras del litro verde”.

Andrea.