De cuando presenté una novela erótica frente a abuelos con nietos

 

Ha sido uno de los momentos más incómodos de mi carrera profesional. A comienzos de año, presenté un manuscrito a un concurso de novela romántica propuesto por una editorial. La historia resultó ganadora y el libro ha sido publicado hace unas semanas. Siendo mi primera novela, como parte de la estrategia de promoción, me ha tocado acudir a ferias y firmas para darme a conocer. 

Presentando ante octogenarios con nietos 

«¿Y ahora qué? Cómo evitar que un cabrón te joda la vida», así se titula el libro. Era domingo, al mediodía, y el auditorio llevaba toda la mañana escuchando presentaciones de libros históricos, de años de investigación y muy vinculados a la cultura; pero llegué yo, con mi novela romántica de tinte erótico, a hablar de un cabrón jode vidas frente a un público cuya edad se disparaba hacia los extremos: 80 y 8 años. Tocó medir las palabras, evitar los tacos; hablamos de periodismo, de deporte de alta competición, de machismo, sexo, aprendizaje y superación, por lo que logré retener a la mayor parte de los asistentes en sus butacas. 

El chico de sonido y la chavala del control de aforo, que rondarían los 20 años, me felicitaron al término de la presentación: “Ha sido la mejor del día”. Cogí confianza, sin saber la que se venía el gran bochorno.  

Compartiendo carpa de firmas con un cuentacuentos

Primer round superado. Acudí a la primera carpa de firmas, monté mi mesa y desplegué mi banner. Siempre he apostado por un tipo de comunicación disruptiva, que llame la atención, así que en mi roll up se puede leer (bien grande): «¿Qué significa ser un cabrón?», a lo que respondo con palabras del nivel «gilipollas». 

Cuando alzo la mirada al frente me veo a un autor disfrazado, con un tinglado montado en plan teatrito. A escasos minutos, empiezan a revolotear a su lado decenas de niños, que esperaban con ansias el comienzo del cuento. Nos separaban unos dos metros y pronto mi espacio vital empezó a verse invadido por menores de edad. Y yo allí, con mi libro erótico y un cartel lleno de palabrotas. 

Los primeros cuchicheos llegaron antes de que mi compañero de carpa empezase con su cuento: “¡Qué poca vergüenza!”, protestaba una señora junto a sus amigas, que no tardaron en sumarse al carro de las críticas: “La juventud de hoy no solo no tiene educación, sino que encima hace alarde de ello”. Un señor que acudía con su nieto a la sesión infantil, se me acercó para invitarme a irme: “Esto está lleno de niños, ¿cómo se te ocurre ponerte aquí?”. “Vete al salón del porno”, llegué a oír a lo lejos. 

En mi defensa, he de decir que yo no sabía que compartiría espacio con un cuentacuentos. No sé de quién fue la idea, si fue intencionado, una broma de mal gusto o una catastrófica cuestión de azar, pero salí de allí sin firmar ni un libro y humillada. 

 

Papá, ¿qué significa cabrón? ¿Y gilipollas? 

Recogí mi chiringuito antes de que se cumpliese el tiempo establecido, pero estaba al borde de una crisis de ansiedad. Tomé aire y marché a otra de las carpas donde tenía un nuevo compromiso. Eran las 17:00 horas de la tarde, del mismo domingo y, aunque aquí no había cuentacuentos, sí que estaba todo lleno de familias con niños. 

Recuerdo especialmente a una niña, que se puso frente a mi banner y me preguntó que qué significaba el término “cabrón”. Intentando salir del aprieto, le contesté que esperaba que nunca tuviese que descubrirlo; pero la cría no parecía contenta con mi respuesta y fue a buscar a su padre para preguntarle. Él solo se acercó para decirme: “Anda que…”, con miradita de desprecio. 

 

Avalancha de ofendiditos: “No todos los hombres”

“En aquel momento, mi radar anticabrones estaba averiado y lo fui arreglando a base de hostias”, se puede leer también en el roll up. Y eso levantó la liebre de los hombres ofenditos. Quien se lea la historia y sepa por quién va la palabra “cabrón”, me daría la razón y, es más, pensaría que me quedaría corta; pero los ofendiditos, fueron al cuello: “No todos los tíos somos unos cabrones, ¿sabes?”, “Las tías de ahora siempre igual, culpándonos de todo”. Incluso mujeres: “Los hombres no son nuestros enemigos”. 

Aunque no te hayas leído el libro, el subtítulo: “que un cabrón te joda la vida”, ya deja claro que no hablamos en términos generales, sino de un cabrón en particular. Que los hay, señoras, señoros. Que solo hay que estar mínimamente informado para saber que el maltrato físico y psicológico sigue siendo la realidad de muchísimas mujeres, que seguimos volviendo a casa con miedo porque las agresiones sexuales están a la orden del día. 

“No todos los hombres”, no; pero sí “demasiadas mujeres”. 

No hay que juzgar un libro por su portada

Además, la historia envía ese mensaje: “Las apariencias engañan”. Volví a casa antes de tiempo y algo acongojada, pero con los días entendí que no fue culpa mía; simplemente, no estaba en el momento que correspondía ni en el lugar adecuado. No será el libro más culto y digo tacos para llamar a cada uno por su nombre, sí. Soy real, sí. ¿Algún problema, cabrones? 

María Romero