De cuando un espectáculo pirotécnico terminó con el incendio de mi moto

 

 

Creo que ha sido mi peor comienzo de año en 50 años. La despedida del 2022 dejó el listón alto, con mi familia e hijos y un par de parejas de amigos que se sumaron a nuestro plan casero en el último momento. Todos cocinamos algo, uno trajo las uvas, otro los cotillones, yo puse el techo. Un fin de año tranquilo, pero ya sabéis cómo cambia la historia una vez decides formar familia. Y, ojo, encantado, que ya cerré demasiadas discotecas con 20 años. 

Mucha fiesta, pero sin pirotecnia

Una fiesta casera con extras, como juegos de mesa, luces de discoteca compradas en el bazar el día antes y karaoke, peeero… sin pirotecnia. Mis amigos son de tirar petardos. No bombetas, no. Tracas de Valencia. En cambio, en mi casa no pasamos de un paquete de bengalas para los niños. Tenemos prohibida la pirotecnia porque mis perros sufren mucho; y también porque me parece la manera más tonta de quemar billetes, no os lo voy a negar. 

Mis amigos se quedaron con ganas de lanzar cohetes por mi intento de proteger a mis mascotas. Un intento frustrado, dicho sea de paso.

No sé si conocéis la peli Un vecino con pocas luces protagonizada por Danny Devito. Un colgado que pretende que las luces de Navidad con las que adora la fachada de su casa se vean desde el espacio. Yo tengo a la variante fallera. Un vecino loco por la pirotecnia. 

El loco de los fuegos artificiales

No quiero ser despectivo, pero es que usar el término “loco” se queda corto. Mi vecino se debe gastar en cohetes lo que yo gano en un año de trabajo. Y él lo quema en media hora de espectáculo en cada Nochevieja. Mis perros escondidos bajo la cama de mi hija mayor, mi hija mayor renegando de la inconsciencia de la sociedad, pero el pequeño y los hijos de mis amigos salieron al balcón a disfrutar de los fuegos artificiales. Mi mujer aprovechó ese instante para ir recogiendo la mesa y yo me remangué la camisa dispuesto a fregar platos. 

Enfrascado en mis labores de limpieza, con la gala musical de turno puesta en la tele, intuí la palabra “bomberos” en una conversación. Mi versión más curiosa decidió cerrar el grifo e ir a preguntar qué pasaba. Uno de mis amigos me comentó que lo que parecía ser una caja china, era un incendio en la calle. 

Una moto ardiendo… ¡La mía! 

Sí, era el aparcamiento de motos que está al fondo de mi calle… Donde yo aparco. Al parecer un petardo (o similar) había alcanzado a uno de los vehículos que estaba aparcado… donde yo aparco. El vehículo se había prendido fuego, generando un pequeño incendio. 

Empecé a hiperventilar y decidí bajar a la calle para cerciorarme de que mi moto estaba bien y retirarla del peligro. Cuando crucé el umbral del portón de mi edificio. ¡Pum! La moto en cuestión y las de su alrededor… se fueron al carajo. El fuego llegó a la gasolina. 

Sin alcanzar el aparcamiento, ya sabía que mi moto iba a estar perjudicada; cuando llegué, me di cuenta de que había explotado era la mía. 

Sin responsables 

Bomberos, policía, vecinos cotillas… Allí se lio la de Dios. Varios testigos señalaron al vecino pirotécnico como el responsable, pero otros no garantizaban que fuese él porque aseguraban que también vieron a unos críos por la zona. En definitiva, unos por otros y la casa sin barrer; o, más bien, la moto quemada. 

La policía llegó a sugerir si fue un fallo de la propia moto la que generó el incendio. Una moto aparcada, parada, a 300 metros de su propietario. Me pidieron hacerme responsable del vehículo y de la limpieza de la calzada. Con dos cojones. 

A día de hoy nadie me ha pagado ni un céntimo por haberme quemado mi medio de transporte. 

 

Anónimo

Envía tus movidas a [email protected]