Cuando supe que estaba embarazada me prometí a mi misma que tener un bebé no me cambiaría, que sería fiel a mis gustos y mi forma de ser. No podía estar más equivocada. Un niño te cambia, por dentro y por fuera.

Cambia tu físico, tus emociones, tus prioridades. Cambia tu forma de pensar, de administrar el tiempo, de valorar de cada instante. Modifica tus rutinas, los horarios, las costumbres, el ritmo de vida. De golpe todo pasa a medirse en tomas, sabes qué día de la semana es porque le toca baño y poco a poco tu cabeza empieza a entender que esa sensación de «ojalá que llegue el fin de semana para descansar», no existe. Ser mamá es un trabajo 24 horas, 7 días a la semana, mismo horario diurno que nocturno.

Y cambias.

En ese mismo momento que te das cuenta de cuánto ha cambiado tu vida en tan solo 5 meses entiendes que te da igual. No has cambiado, has evolucionado, ahora eres alguien nuevo y te estás redescubriendo a ti misma cada día. Cuando piensas que no vas a poder, que el ritmo te va a ahogar o que no vas a ser capaz, te sorprendes y te das cuenta que sí puedes.

Ser mamá te cambia y te otorga una fuerza sobrehumana, una capacidad innata para saltar de la cama en las tomas nocturnas, para tener energía a las 6 de la mañana porque el peque está a tope y hay que jugar. Cuando antes creías que no tenías tiempo para nada ahora eres capaz de arreglarte a ti, al niño, la casa, el trabajo, salir a pasear, jugar con los juguetes, leerle cuentos, bailar, reír, darle baños cargados de sonrisas y tirarte horas y horas hablando con él, contándole cuánto le quieres y admirando esa sonrisa que te devuelve toda la energía para volver a empezar cada día.

Ser mamá te cambia, te inspira a ser mejor cada momento y en cada decisión. Piensas el futuro que le vas a dejar a tu hijo y el modelo que quieres ser para él. «¿Quieres que vea cómo su madre se ha rendido?» «El día de mañana tiene que saber luchar por sus sueños» «Ojalá mi hijo se equivoque mucho y tenga siempre el valor de volver a empezar», son mantras que te repites, porque quieres ser mejor persona y sobretodo mejor madre.

Empiezas a entender que la maternidad no es el camino de rosas que muchos se empeñan en relatar. Es duro, es difícil y es algo totalmente nuevo. Hay momentos donde te desesperas, donde solo quieres hacerte un ovillo y dormir, semanas que no recuerdas cuándo fue el último día que te duchaste, todos esos momentos te enseñan a ser más fuerte. Aprendes a organizarte, a que las cosas nuevas asustan y es normal, y cuando ya no puedes más, descubres que no pasa nada por darle al botón del pause, tumbarte junto al parque de juegos de tu hijo y pasarte horas tocando juguetes que suenan.

Eres una persona nueva y son muchos cambios para asimilar, muchos de ellos en tu propia persona. Tu cuerpo también cambia, se llena de estrías, marcas y cicatrices, nada vuelve a su sitio y las ojeras ya no son tan fáciles de tapar. Y te afecta, eres humana, pero de nuevo, día a día y con paciencia, vuelves a quererte. Un día te pones un vaquero ajustado, dos tallas más grande, y te ves divina. Decides darte tiempo para adaptarte, porque si algo te enseña la maternidad por encima de todo es a aprender.

Estela

 

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