Ser madre no es fácil, y más cuando te estás separado de tu marido y tienes que enfrentarte al día a día tú sola. Algo tan simple como ir a la comprar o sacar el perro, se complica cuando sólo hay un adulto en casa, y te tienes que buscar los trucos para poder hacer tus quehaceres.

Buenos pues hoy vengo a contaros la vez que decidí que no pasaba nada por dejar a mis hijos unos minutos solos en casa y salir a pasear a nuestro perro. Nunca imaginé que una decisión tan simple podría terminar con un policía en mi puerta.

Eran las siete de la tarde, una hora que suele ser tranquila en mi casa. Después de una tarde de tareas escolares, mis hijos, Mateo de 10 años y Lucas de 6, estaban instalados en el sofá viendo una película de dibujos. Yo estaba terminando de preparar la cena cuando Max, nuestro pastor alemán, empezó a ladrar y dar vueltas alrededor de la puerta. Sabía lo que eso significaba: necesitaba salir urgentemente.

He de aclarar que era invierno, y a las 7 de la tarde ya es noche cerrada. Normalmente abrigo bien a mis hijos y me los llevo a sacar el perro, al mismo tiempo que escucho sus quejas y lloros porque no quieren venir. Así que ese día pensé: “Ya son mayores, no pasará nada por que se queden solos un ratito”.

Miré a mis hijos, como os digo, tranquilos sentados en el sofá. “Voy a darle una vuelta rápida a Max,” les dije. “No tardo nada, solo 20 minutos. Mateo, tú eres el mayor, ¿puedes cuidar de tu hermano?”

“Claro, mamá”, respondió Mateo sin apartar los ojos de la pantalla. Lucas, por su parte, apenas reaccionó, absorto en la televisión.

Me puse el abrigo, cogí la correa de Max y salí. La tarde estaba fresca y tranquila. Decidí dar una vuelta breve por el parque cercano, confiada en que no tardaría más de media hora en regresar.

Todo iba bien hasta que llegué a la esquina de mi calle. Lo primero que vi fue el coche de policía estacionado en mi portal, con las luces parpadeando. Mi corazón dio un vuelco. Subí corriendo a mi piso y me encontré la puerta de mi piso abierta y a dos agentes hablando con mi vecina, la señora Rosa, una mujer mayor que vive justo al lado y que siempre parece tener un ojo puesto en todo lo que sucede en el bloque.

“¡Dios mío, qué ha pasado!”, murmuré, apresurando el paso. Max tiraba de la correa, como si también sintiera la tensión en el aire.

Cuando llegué a la puerta, antes de que pudiera preguntar nada, uno de los policías me dirigió una mirada seria y dijo: “¿Es usted la madre de Mateo y Lucas?”

“Sí, ¿qué pasa? ¿Están bien mis hijos?”. Me puse en lo peor, pensé que les había pasado algo. Que se había incendiado la casa, que uno de ellos se había caído por el balcón… en unas décimas de segundos, pasaron por mi cabeza todo tipo de catástrofes.

“Recibimos una llamada de su vecina. Al parecer, su hijo menor estaba gritando por la ventana que estaban solos en casa y tenía miedo”.

Miré a la señora Rosa, que estaba junto a los policías con los brazos cruzados y un aire de reproche. “Los niños no deberían quedarse solos a esta edad, especialmente por la noche”, dijo, como si se tratara de una lección moral. Vale, estaba de noche, pero eran las siete de la tarde.

Antes de que pudiera explicarme, el pequeño Lucas apareció corriendo en la puerta, con los ojos llorosos. “¡Mamá!”, gritó mientras se lanzaba a mis brazos. Mateo lo seguía, pero con la expresión de quien sabe que algo salió mal y no quiere recibir una bronca por mi parte.

Al parecer, según contó mi hijo mayor delante de la policía, el pequeño preguntó por mí, pues ni se había percatado de mi despedida cuando me fui, y al decirle su hermano que no estaba, que había bajado a sacar al perro, entró en pánico.

“No pude pararle mamá, abrió la venta y se puso a gritar pidiendo auxilio y a decir que estábamos solos en casa”, explicó Mateo.

Suspiré. La situación estaba clara. Lucas, con su tendencia a imaginar lo peor, había montado un escándalo que alertó a la señora Rosa. Y, siendo quien es, no perdió un segundo en llamar a la policía.

Intenté explicar la situación a los agentes: “No suelo dejarlos solos, pero pensé que, estando juntos, viendo la tele, no habría problema. Solo iba a pasear al perro, me he ausentado unos minutos”

Uno de los agentes asintió y me reprochó:  “Entendemos, señora, pero tenga en cuenta que dejar a los menores solos, aunque sea por poco tiempo, es un delito. Hoy no pasó nada, pero podría haber pasado algo muy grave, no lo vuelva a hacer”, y añadió con aires de superioridad: “Y si no puede atender al perro, pues no lo tenga”.

Me dieron ganas de contestarle, pero me mordí la lengua.

Esa noche, después de acostar a los niños, me quedé pensando en lo sucedido. Sentí mucha culpa, me sentí la peor madre del mundo. Me sentí juzgada por mi vecina y por los policías. Y yo, no seré la mejor madre del mundo, cometo errores, pero estoy pasando por un divorcio y adaptarme a vivir yo sola con dos niños no es fácil.

Quizás fue irresponsable por mi parte dejar a los niños solos, y más sabiendo que mi hijo pequeño es muy miedoso. Pero tampoco son niños tan pequeños, yo con la edad de Mateo, 10 años, ya me quedaba sola en casa. Supongo que los tiempos cambian.

Una cosa está clara: la próxima vez que Max necesite salir, llevaré a mis hijos conmigo. Prefiero enfrentarme al caos de dos niños corriendo y protestando por tener que salir a la calle, a que me quiten a mis hijos los servicios sociales por abandono.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora.