Del famélico al exigente, lo que me he encontrado en un buffet libre

Acabo de regresar de unas minivacaciones en un hotel Todo Incluido en el sur de la isla de Gran Canaria. Tras una carga de trabajo brutal e insana, decidí tomarme un break con la llegada del buen tiempo. Mi primer día en el buffet libre me sentí intimidada con los comportamientos salvajes de muchos especímenes y, por lo tanto, decidí sentarme a charlar con el personal de cocina y de sala para que me contasen experiencias con la clientela. 

El que arrasa

No sé qué pasa en los buffet de tenedor libre, pero muchas personas optan por comer lo que no han comido durante el resto del año. Como está “todo incluido” y “todo pagado” ves platos que podrían alimentar a una familia de cinco miembros durante una semana solo en la cena. Ya no solo es la cantidad de alimentos, sino la mezcla: ves una pizza como guarnición de pollo al curry, una cucharada de paella y algo de bacalao encebollado. Juntos, revueltos, con apariencia de vómito posresaca.

exigente

Y, lo peor, es que “el que arrasa” suele transformarse en el que “desperdicia todo”. Biológicamente, es imposible engullir semejante cantidad de comida; por lo tanto, este individuo suele abandonar el plato picoteado. Por desgracia, acabará en la basura. 

El exigente

“Mire, ¿no tienen Coca-Cola Zero?”, preguntó con brusquedad un huésped. “No, lo disculpe las molestias. Le podemos ofrecer Coca-Cola Light”, responde la camarera. “En el bar de la piscina, sirven Coca-Cola Zero. Tráigamela”, exige el cliente sin incluir ni un triste “por favor” en su petición. La empleada le explica que el bar de la piscina está en el otro lado del hotel, que no puede abandonar su puesto de trabajo, que puede pedírsela de cara al siguiente servicio, pero que si desea tomar Coca-Cola Zero en ese momento, tendría que irla a buscar él. El pollo fue un espectáculo. Aquel hombre empezó a vocear, increpando contra la joven camarera y reclamando hablar con su superior, una hoja de reclamaciones y no sé qué pamplinas más. 

Tuve que saltar, llamarlo “gilipollas”, haciendo uso de la misma poca educación que él mostró con la chica; pero es que juro que me tocó las narices su prepotencia y exigencia.

El alérgico a todo

Sé que no es culpa suya, y que es una auténtica putada para él. No puede tomar gluten, tampoco lactosa ni nada que contenga proteína de vaca, le sientan mal las fresas y se hincha con los cacahuetes. La persona en cuestión debe tener en cuenta cada ingrediente que consume, obligando al personal a estar enterado de cada especie que usan en la cocina, de evitar las elaboraciones cruzadas que puedan poner en riesgo la salud del comensal. 

El de las ensaladas

Esta soy yo. Me paso todo el año deseando ir a un buffet libre y, cuando tengo la oportunidad, solo cato la lechuga. Me encanta la oportunidad de jugar con el atún, aceitunas, pimiento, sardinas, huevo…, no sé. La posibilidad de incluir todo tipo de sabores en una elaboración tan fresca y veraniega. Quizá salto al gazpacho, pero no me suelen sacar mucho de ahí. 

ensaladas

El que solo bebe

Luego está el que suda bastante de la comida y se ata a la barra libre. Come por supervivencia, pero este viajero solo está interesado en probar el mojito, la piña colada, el sex on the beach. Siempre está en la cola del coctelero, da igual la hora del día. A lo sumo lo ves picar algo de frutos secos o patatas fritas para poder sintetizar el alcohol que desea seguir ingiriendo. 

 

Sin duda, la experiencia de ir a un Todo Incluido es muy positiva, pero hay que vivirla con responsabilidad y respeto, sin ser exigente. Aunque yo, después de conocerla, me quedo con comer y beber fuera del hotel, disfrutando de la gastronomía del lugar y apoyando el negocio local. 

 

Maria Romero