Cuando elegimos una profesión muchos de nosotros nos dejamos llevar por el idealismo, nos fijamos en lo que nos gustaría ser y vemos el mundo desde fuera, como si todo fuese relativamente sencillo.

Cuando estudié para dedicarme al cuidado de personas con necesidades especiales pensé que era algo hermoso. Que podría ayudar a otras personas que habían tenido menos suerte que yo. De manera inconsciente pensaba incluso que eso me hacía mejor como ser humano, pero todo lo que había pensado o imaginado sobre esa profesión estaba muy lejos de la realidad.

El primer día que fui a trabajar con niños con dificultades diversas, marcó un antes y un después en mi vida.

No era un grupo muy numeroso, pero sí bastante complicado. Me presenté orgullosa, feliz. Me sentía súper preparada, capaz, como si todos los títulos y los cursos que había hecho me hubiesen dado las herramientas necesarias para poder desempeñar aquel trabajo como si de cualquier otro se tratase.

Pero me equivoqué. Solo llevaba un par de horas y todo era un caos. Había muchas personas a mi alrededor, cada uno con sus características, su historial, su carácter, sus antecedentes…aquello estaba muy lejos de la lista de nombres, descripciones, síntomas y actuaciones que había estudiado. En ese momento sentí que todo lo que creía saber se había esfumado, que todos aquellos títulos no eran más que papel mojado y que era inexperta, torpe e incapaz. Me había preparado para tratar casos, no personas y ni mis horas de estudio ni mis buenas notas servían ahora para nada.

Me fui a casa llorando, abatida. Me sentía inútil y tenía miedo, mucho miedo. La realidad me había tragado y había escupido mis ideas preconcebidas y mi estúpida soberbia.

Llamé a mi supervisora para decirle que no estaba preparada, que iba a dejar el trabajo. Pero ella me convenció de que le diese otra oportunidad, me dijo que ella me acompañaría y que me ayudaría a coger el ritmo.

Tenía mis dudas, pero accedí y al día siguiente fui a la clase con ella.

Y ahí lo entendí.  Desde el primer momento había intentado enfrentarme a la situación con la mente, cuando lo que tenía que hacer era abrir el corazón.  Conocer a cada persona sin tener en cuenta nada más.

Quien diga que es un trabajo sencillo miente. Es difícil, muy muy difícil. Hay que poner todos los sentidos en cada acción, en cada palabra. Te enfrentas a rechazos, a fracasos, a situaciones que se escapan de tu control y puede ser muy frustrante. Hay días, semanas incluso en los que no consigues ningún avance…pero cuando llega, cuando consigues una reacción a uno de los estímulos que llevas trabajando semanas, cuando uno de esos niños que viven en su mundo y parece imposible llegar a hasta ellos, te mira a los ojos fijamente o te coje de la mano, es algo tan maravilloso que no tengo palabras para describirlo. 

Descubrí que todo mi miedo nacía de pensar que no era suficientemente buena para ellos, de no ser capaz de darles lo que necesitaban. Cada día que pasaba me daba cuenta de que yo intentaba enseñarle a ellos pero que eran ellos los que me enseñaban a mí. Aprendí un lenguaje nuevo, una forma de comunicarme a través de gestos, de miradas.

Señales casi imperceptibles que hizo que pudiera comprender a veces lo que sentían, lo que necesitaban. Ellos me enseñaron a darles espacio en ocasiones y en otras a acercarme incluso en los momentos en los que me rechazaban de la manera más evidente.

Y me enamoré. Me enamoré de mi trabajo, de lo que hacía cada día.

De cada lágrima de frustración que tenía que limpiarme a veces a escondidas, de cada pequeño gesto de felicidad de los que ahora para mí, eran mis niños. Me enamoré de ellos y entendí toda la fuerza y todo el amor que es necesario para desarrollar una profesión como esta, de la valentía necesaria para poner el alma en cada cosa que hago con ellos, porque han sido mis maestros de vida y aunque tuviese la posibilidad de volver hacia atrás y elegir otra cosa, no lo haría.

Y si, empecé este camino sin tener ni idea de a lo que iba a enfrentarme, supongo que todos en parte lo hacemos cuando elegimos cuál será nuestra profesión, es algo que marca nuestro destino. Pero hoy por hoy me siento afortunada, porque lo que empezó como un sueño y se convirtió en una pesadilla ha sido sin duda la mejor elección de toda mi vida.

Anónimo