DESANGRARSE POR EL COÑO Y OTRAS MARAVILLAS DE SER MUJER

¿No os pasa que hay días en los que decís: “hoy me bajo de la vida”? Pues a mí me pasa eso, pero con la feminidad. A veces me bajaría de ser mujer. 

Por un lado está lo obvio. Que la regla es un rollazo no es nada nuevo. Desangrarte por la vida mientras haces como que no pasa nada, que los perros te metan el hocico en la entrepierna, que estés todo el día pendiente de si te has manchado o buscar siempre baños aptos para días de regla (sí chicos, esto nos pasa). Todo acompañado de sus amigas inseparables “las hormonas”. Grandísimas perras que lo mismo te hacen reír que llorar, morder a alguien o simplemente escribir un texto echando pestes de todo. 

Pero lo que me tiene más hasta el higo no es lo puramente biológico de ser mujer, sino lo que viene por añadidura. Los machismos infiltrados en el día a día. Sutiles (o no). Hilados en frases inocentes. Trenzados en conversaciones jocosas.

Ese obrero que llega a tu casa a explicarte cómo te va a hacer lo que sea que vas a cambiar y en cuanto llega tu marido (o cualquier otro macho que reconoce de su misma especie) de repente, cual Harry Potter con su capa de invisibilidad, desapareces a los ojos del ser neandertal. 

Ese señor que aparca en la parcela de al lado en el garaje y un día comenta a mi marido que se nota cuándo he aparcado yo (sin tener él ni puta idea y además estar equivocado…). Cualquier día me voy a “confundir” de pedal y le voy a dejar un regalito en forma de mapamundi en el lateral de su precioso y enorme coche, símbolo de su enorme y grandiosa virilidad. Pero le dejaré también una nota disculpándome: “Lo siento, es que estoy con la regla”.

Sufrir lo más grande para encontrar ropa que además de gustarte, te entre. Cuando un hombre con el mismo tamaño tiene talla allá donde vaya… 

Soportar que a mi marido se le haga la ola por cambiar un pañal cuando yo lo hago las mismas o más veces, no solo sin reconocimiento, sino con críticas. Aquí entraría toda la sección de “Qué bien… cómo TE cocina/ TE limpia/ TE hace la compra/ TE cuida los niños/…” Él ME hace todo eso y vosotros ME tocáis la moral y ME encendéis el instinto asesino.

 

¡BODA! Yupi. Hombre: Ducha, traje, pista. Mujer: Ducha, depi, pelu, maqui, uñas, de manos y de pies, vestido, complementos, tetris para meter los tampones en el microbolso, taconazos, y sus rozaduras, retoques de maqui, tiritas para los dedos amputados, y…. “Cari, lleva tú las llaves en el bolso que en la chaqueta me molestan”. Por supuesto, pero espero que al menos alguien te diga: “Que bien… cómo TE lleva las llaves”.

Y todas estas cosas hacen que me quiera bajar de ser mujer hasta que un día… en un restaurante… una camarera… se acerca a mi mesa… y mirándome a los ojos y sin titubear me dice:

“¿Qué vais a tomar?” 

Y a cada palabra y petición, esa camarera se dirige a mí, ignorando a los hombres de la mesa. ¡AAHHH! ¡POR FIN! Siento cómo el empoderamiento entra en mí, aún mejor que el Moscato que le acabo de pedir. Y recobro la esperanza en la humanidad. Y recuerdo que ser mujer es lo mejor que te puede pasar en la vida. Que esas dichosas hormonas son las que te dan todo el power, lo mismo para ser la más sensible que la más poderosa. Podemos hacer lo que nos propongamos y mucho mejor, porque toda la vida nos lo han puesto tan difícil que nosotras sí que sabemos lo que es luchar por algo y superarnos constantemente. No olvidemos que nosotras somos el principio de la vida y en nuestra mano está conservar el resto. Apoyémonos, que para hundirnos ya está es resto. Y sobre todo…:

Gracias camarera anónima, porque en un pequeño gesto está la diferencia.

Marta Toledo