Desenmascaro a la monitora del comedor de mi hija y amenaza con pegarme
No fue ni la primera ni la segunda que presencié y que dejé pasar porque “un mal día lo tiene cualquiera”. El último show fue tan grave que no pude quedarme callada. Ni yo ni otras cinco personas que también fueron testigos. Claro que la bola de mierda ya era tan grande que al final, unos y otros, extendimos la queja a otras situaciones similares. Hice de portavoz y, como no podía ser de otra manera, “el mensajero siempre muere”. Ahora, la que está amenazada soy yo.
El detonante
Ella es la monitora de comedor. No es la única, pero sí “la jefa”. La sargenta. La que hemos escuchado prohibirle a una niña de 3 años ir al baño hasta que no se termine la comida y la niña ha terminado orinándose encima. El día de la fiestita de Carnaval, los niños llegaron al comedor “hartos” del pica-pica. Entiendo el concepto de “la comida no se tira”, pero no que los obligue a comer hasta a vomitar. Fue lo que le ocurrió a un niño de 5 años.
Mi trabajo me permitió prescindir del comedor ese día, por lo que fui a buscar a mi hija a la salida. Me quedé charlando con familiares de otros niños sobre lo graciosos que estaban disfrazados y lo bien que se lo habían pasado. Ese margen de tiempo nos dio la posibilidad de asistir a una situación bastante desagradable. Escuchamos gritos de adulto recriminándole a un menor que, por lo visto, había decidido esconder parte de su comida. No solo lo ridiculizó, sino que le obligó a comerse la comida escondida en pleno ataque de ansiedad. Presenciamos la situación a través de la ventana, pero otra mamá y yo accedimos al colegio para intervenir y nos echó de allí como a cucarachas: “¡Yo sé lo que hago! ¡Por llorar no se muere! Él tiene que reconocer lo que ha hecho mal y asumir las consecuencias”. Todo esto con un tono de voz tan elevado como agresivo. ¿Qué pasó? Que mientras nos echaba a patadas de allí, el niño acabó vomitando hasta la pizza de la fiestita.
Cuando haces ‘pop’…
Ya no hay ‘stop’. Por iniciativa propia, decidí contactar con el AMPA, la dirección del colegio y la madre del niño afectado. Mi marido me pedía no intervenir, que mi hija no estaba implicada; él quería que evitase el jaleo y las represalias. Yo pensaba que ese niño es compañero de mi hija, que mañana puede ser ella y, ¡qué coño! Que así no se trata ni a pequeños ni a grandes. ¡No jodas! Como fui la que empezó a liarla, recibí mensajes de madres y padres que querían sumarse a las quejas, aportando más y más anécdotas.
En un ocasión, cogió a un niño de segundo de primaria y lo puso a comer con los de infantil, diciéndole que si actuaba como un niño pequeño iba a comer con los pequeños. Entre risas y fiestas, y alentando a compañeros que pasaban por al lado a reírse del niño. A otro, que jugaba con un silbato en el patio antes de entrar al comedor, le transmitió su deseo de que “ojalá te lo tragues y te ahogues”. A una niña de 3 años, le gritó en la cara que al comedor se venía “cagada”, que ella no podía estar perdiendo el tiempo llevándola al servicio. Varios progenitores nos contaron que sus hijos habían desarrollado una relación negativa con la comida e incluso algunos hablaban de “terrores nocturnos” relacionados con la experiencia del comedor.
Como ya había iniciado los trámites de la queja, añadí el resto de vivencias y la queja escaló. Al volver a las clases después del Carnaval, esta señora me tachó de “exagerada” y me advirtió que tenía hijos adolescentes que conocían la matrícula y el modelo de mi coche. Añadió que también me reconocerían por la calle y que estaban en clases de boxeo. Guiño-guiño.
Yo respondí que el siguiente paso era denunciarla y enviar una inspección de trabajo. Se calló. Se calló porque, tal y como descubrí, está allí sin contrato, colocada a dedo por el AMPA y cobrando en negro.
Por supuesto, ya estoy buscando un nuevo colegio para mi hija.
Anónimo