Diario de una despistada

 

  • Hola a todas, me llamo Desdu y soy una patosa.
  • ¡Hooola Desduuu!

 

Si hubiesen grupos de despistadas anónimas, yo sería presidenta honorífica. Desde que tengo uso de razón, soy una persona patosa y despistada, física y mentalmente.

Hoy me siento generosa y he decidido haceros partícipes de algunas de mis más épicas y torpes anécdotas para que os unáis a las carcajadas de quienes me rodean. Así soy yo, me gusta hacer reír a la gente aunque sea a costa de mis desgracias.

Prisas

Además de ser torpe a más no poder suelo ir con prisa siempre y, si no la tengo, me la invento. Ser ansiosa y torpe por naturaleza no es en absoluto una buena combinación. Soy ese tipo de persona que si al salir de un sitio e ir a coger el Metro, veo que quedan solo dos minutos para que llegue y 20 para que pase el siguiente, corro y lo hago como si no hubiese un mañana.

 

Un día salí del médico y me ocurrió eso mismo. La parada de Metro estaba a unos 4 minutos andando a paso normal, así que pensé que si corría lo pillaba fijo. Me disponía a salir a máxima velocidad cuando, de pronto, un gnomo me debió de poner la zancadilla porque, no me preguntéis cómo, pero en menos de dos segundos pasé de estar corriendo a estar de rodillas en el suelo.

 

Pero a mí me daba igual haberme caído, no era la primera vez, ¡ni siquiera era la primera vez esa semana! Yo solo quería salir corriendo y llegar a coger el metro. De repente un montón de gente me rodeaba y me preguntaba si estaba bien y, al fondo, se oyó a alguien decir “Pobrecita, está embarazada y se ha mareado”.

 

Me dieron ganas de decirle:

“no, cariño. Lo de mi barriga es caca y lo de caerme es porque soy torpe”.

Pero titis, que no tenía tiempo, ¡que tenía que salir corriendo y coger el puto metro! Y eso es lo que hice y, por una vez, no se fue en mi cara y pude cogerlo. Eso sí, con las rodillas llenas de polvo, moratones y rasguños varios.

 

Caídas como esta, tengo millones. Por suerte, me suele dar por reírme. En lo que a caídas se refiere tengo cero sentido del ridículo, será porque llevo toda una vida entrenando. Me caigo tanto que con 8 años me pusieron unas plantillas de esas de tortura y una dieta bastante restrictiva para que dejase de tener los pies planos. Todo esto para acabar dándose cuenta de que por mucho que mi cuerpo y mis pies cambiasen, yo seguía siendo la misma torpe de siempre. 

Despistada mental

Más allá de la torpeza física, soy una despistada mental. Suelo ser una persona inteligente, curvilínea y elocuente, pero a veces mi cerebro se da a la fuga y sufro cortocircuitos mentales que me llevan a hacer el ridículo. Una vez, en clase de marquetería, necesitaba bisagras y no tenía. Estaba decidida a pedírselas a alguien, pero mi cerebro hizo de las suyas y dudé entre si se llamaban bisagras o viagras. Ya os lo imagináis, ¿no?

Pues sí, fui por toda la clase preguntándole a la gente si tenía viagras hasta que el profesor se acercó y, avergonzado, me dijo que se llamaban bisagras. Tierra trágame en toda regla.

despistada

¿Dónde estoy?

Luego también está lo del sentido de la orientación, que yo creo que no tenerlo va totalmente ligado con lo de ser una despistada. He estado completamente perdida más veces de las que me gustaría reconocer, sí lo digo. Recuerdo aquella primera vez que me atreví a volver sola conduciendo desde mi pueblo, a unos 40 minutos de mi casa. Al principio parecía que todo iba bien, hasta que mi tío, que iba en su coche detrás de mí, me llamó y me dijo que me había pasado la salida.

Me explicó lo que tenía que hacer y yo hice como que le entendí, pero en realidad no tenía ni puta idea de lo que me estaba contando y decidí hacerle caso al Google Maps. En aquella época esta aplicación no funcionaba tan “bien” como lo hace ahora pero, aún así, conseguí llegar a las cercanías de mi casa. Bueno, eso creía, porque no tenía ni idea de dónde estaba pero todo me sonaba.

 

Al final, guiándome por lo que me sonaba, acabé más perdida que un pedo en un jacuzzi. A mi alrededor solo había campos de naranjas, la batería de mi móvil se estaba agotando y hacía HORAS que había entrado en reserva tratando de llegar a casa. Decidí parar a un lado del camino e intentar que mi chico, el dios de la orientación, me encontrase. Yo había salido de mi pueblo como a las 16:00 y para entonces, ya empezaba a anochecer.

 

Lo reconozco, cuando ví que mi chico me decía por enésima vez que iba a probar por otro lado, me desesperé y empecé a llorar. Me quedaba un 2% de batería y un 0% de paciencia. Al final, cuando a mí se me acababa de apagar el móvil, vi unos faros a lo lejos y era él, ¡por fin me había encontrado! Y, lo mejor de todo, es que había estado “perdida” a, literalmente, 2 minutos de la puerta de mi casa. De verdad os lo digo, no me soporto.

¿Gamusinos?

Pero aún hay algo que saca más carcajadas a mi gente que todo esto que ya os he contado. Mi cerebro de despistada, por alguna razón, se empeña en hacerme creer que cosas ficticias son reales. Me pasa mucho y es inevitable, porque real que en mi cabeza esas cosas son totalmente verdaderas.

 

¿A vosotras os han llevado alguna vez a cazar gamusinos? Seguro que sí, es una tradición española que consiste en vacilar a los niños y niñas, haciéndoles buscar un animal inexistente, una tarea que puede durar horas y que provee de tranquilidad y diversión a las personas adultas. Si no te han desvelado el secreto antes, normalmente creces y lo descubres por ti misma.

Pero ya sabéis, yo no soy así. ¿Que cuándo me enteré? Pues un día estaba en el trabajo y mis compis empezaron a hablar de algún animal real que era muy complicado de ver. Y ahí entré yo: “bua, ¿y los gamusinos?, ¿alguna vez habéis visto uno?”. Las risas generalizadas me dejaron descolocada. Me lo debieron notar en la cara, porque enseguida alguien dijo “tía Desdu, que los gamusinos no existen”. 

sorprendida

Yo, que cabezona también soy un rato, me empeñé en explicarles que sí que existían y eran parecidos a las musarañas. Al final recurrí a Google pensando que me daría la razón, pero no, ahí estaba ante mis ojos:

“el gamusino es un animal IMAGINARIO típico de varias regiones de España que sirve para gastar bromas y novatadas, especialmente a los niños”.

Fui la mofa de la oficina durante bastante tiempo.

 

Lo peor de todo es que salí del trabajo y, en cuanto vi a mi chico, le pregunté indignada si él sabía que los gamusinos no existían. Mira, ese hombre ha visto lo indecible conmigo, pero por primera vez en mucho tiempo le sorprendió mi torpeza mental. Mientras casi se ahoga de la risa, me dijo que lo mío no era normal. Y no lo es, ¡eso ya lo sé yo!

Un alce

Otro día estábamos de acampada y, viendo fotos del camping en internet, vi una en la que salía un alce. Soy un poco miedica y, cuando esa misma noche se empezaron a oír ruidos cerca de la tienda de campaña, me acojoné y le dije a mi chico que ahí fuera había algo. El me dijo que no, que eran ruidos del viento, pero yo no me quedé tranquila. Al siguiente ruido que se oyó, le dije algo así como:

“tío, ahí fuera hay un puto alce, vamos a morir”.

 

Él se quedó perplejo y me dijo que cómo iba a haber un alce ahí fuera, que allí no habían alces. Yo, ya ofuscada, le dije que claro que sí y me puse a buscar la foto que había visto, poniéndosela en la cara y diciéndole “¿ves? SÍ QUE HAY ALCES”. Él, una vez más, se descojonó y me dijo que eso era una foto del museo al aire libre que había un poco más allá del camping en el que estábamos. Mira, de verdad, yo solo pido que al acabar mi vida siga conservando un mínimo de dignidad.

 

Así que despistadas del mundo, ¡uníos! Estoy segura de que no puedo ser la única a la que le pasen estas cosas, haced acto de presencia y formemos por fin el club de despistadas anónimas. ¡Unas risas nos echamos fijo!

 

Desdudándonos