Lee aquí otros diarios de una muslona

Apuesto a que este tema es sensible para más de una y no es para menos. En cualquier contexto, cuando menos nos lo esperamos, nos asalta un comentario fuera de tono, un gesto o una mirada que dispara nuestras alertas de gordofobia. No sé si estaréis de acuerdo, pero ir al médico en ocasiones se convierte en una tarea un tanto incómoda cuando te topas con un determinado prototipo de persona.

Gordófobos hay en todas partes. Es decir, que lo mismo que te los encuentras en el súper que en el gimnasio; puede ser tu jefe o tu cuñada o tu vecino del tercero. La jodienda máxima es que te pille en un estado especialmente vulnerable, como cuando estás enferma o arrastras algún achaque. Por eso quiero aclarar, ya de entrada, que esto no es un ataque hacia una profesión, sino a las personas que la ejercen y que, además, tienen detalles crueles hacia la corporalidad ajena. 

Toda la vida he sido muslona, independientemente de si pesaba más o menos kilos, los muslos anchos, en sus múltiples vertientes, han sido una constante en mi vida. En todo este tiempo he aprendido que hay personas a las que se la sopla y otras que necesitan catalogarte en función de tu corporalidad. Como nunca he sido muy gorda, si me veían de caderas para arriba solían pensar que tenía una complexión bastante estándar tirando a delgada. Vamos, que si me hubiera dado por ser presentadora de telediario o trabajar en la ventanilla de un banco me habría ahorrado muchos disgustos (nótese la ironía).

Esto que parece una estupidez para otras personas ha debido de resultar de lo más llamativo, porque igual que existe el “con lo guapa que eres de cara” existe el “con lo delgada que eres POR ARRIBA” y supongo que existirá también a la inversa. La cuestión es señalar los mal llamados “defectos” de los demás por no ser capaz de aceptar o gestionar los tuyos propios. Qué bien. Pues esta cantinela me la he comido con patatas más de una vez en los centros médicos.

Una vez me caí y me hice un esguince en tobillo y rodilla. Lo primero que recibí por parte de la médica al desvestirme para que pudiera explorarme fue desaprobación: “Esto te pasa por no hacer ejercicio” ¡Vamos a ver, señora! ¿Usted qué sabe el ejercicio que hago o dejo de hacer? ¿Acaso los deportistas no se lesionan? Venga ya. Lo curioso es que fue una lesión más aparatosa de lo que parecía en su momento y no fue ella la que precisamente dio con la tecla, sino otros médicos y fisios que sí me trataron bien. Cuando me recuperé, la traumatóloga me dijo: “Muy bien, sigue así, pero procura controlar tu peso porque a tu rodilla no le convendría tener que lidiar con sobrepeso”. Llevaba años con el IMC perfecto, solo que si te ven que tu corporalidad no cumple ciertos requisitos, automáticamente, afloran los prejuicios. 

Otra vez fui a mi médica de cabecera porque tenía mareos muy recurrentes y pesadez en las piernas, pesadez que llegaba a ser incapacitante. Con el tiempo me enteré de que había sido un efecto secundario de la píldora, así como los mareos y otras tantas cosas. Se lo expliqué a la médica, me tomó la tensión y me hizo alguna breve exploración más que no recuerdo bien. En vez de mandarme cita con algún especialista o una analítica lo que me dijo fue: “A ti no te pasa nada, es que tienes las piernas gordas. Te he visto sentada y he pensado que eras delgada, pero claro, al levantarte ya… es otra cosa.” Literal que me fui llorando a mi casa. 

Otras veces, especialmente cuando era una niña, algunas enfermeras cargaban contra mis brazos redonditos porque alegaban que era más difícil encontrarme las venas. Menos mal que con el tiempo, otras enfermeras me han dado recomendaciones para que se noten más como beber agua justo antes de que te pinchen o apretar el puño y que no me preocupara, que cada persona es un mundo y no tenía el brazo ni mucho menos como para quejarse. Y, aunque tuviera obesidad, ¿acaso son formas de tratar a alguien en estado de vulnerabilidad? 

No cuesta nada ser amable. Mejor dicho, no cuesta nada tratar con dignidad a las personas. Entiendo que trabajar bajo presión y en condiciones injustas no facilita que quienes se encargan de los cuidados ofrezcan precisamente eso, unos cuidados en el sentido más amplio de la palabra. Pero bueno, con que no invaliden tu malestar alegando que tooodo es culpa de tu corporalidad sin tan siquiera comprobar tu estado de salud real me conformaría. 

En fin, que me he desahogado un poquito con la tontería. 

 

Ele Mandarina