Tengo un hijo de 16 años que es un chico problemático. Vaya novedad ¿verdad? Un adolescente metiéndose en problemas… Pero esta historia ha dado lugar a que nos veamos en una encrucijada apenas sin comerlo ni beberlo. Pero para que lo entendáis tengo que hablamos con más detalle de Eloy, el mayor de mis tres hijos y desde hace algún tiempo también la mayor de nuestras preocupaciones.

Eloy fue un niño buscadísimo. De hecho lo fue tanto que llegó tras más de un año de búsqueda del embarazo. Su nacimiento fue como una especie de milagro para nosotros ya que descubrimos que estábamos embarazados el mismo mes que habíamos decidido tirar la toalla. Tanto mi marido como yo teníamos muy claro cómo queríamos educar a nuestro hijo, informándonos muchísimo sobre alternativas a esas dinámicas tradiciones del ordeno y mando y de la disciplina porque sí. No hace falta que nadie nos lo recuerde, hoy en día mis propios padres me siguen recriminando mi falta de mano dura llegado al punto que hemos llegado.

Pero la cuestión fue que Eloy se crio como un niño de lo más normal. Cuando empezó en el colegio con 3 años sus profesoras en seguida destacaron de él lo inteligentísimo que era. Nosotros habíamos notado ya algunas cosas, como su capacidad para saberse los números cuando casi ni sabía hablar o para hacer construcciones de frases muy complejas. Cuando cumplió los 4 ya leía a la perfección y de ahí en adelante su nivel académico no hizo más que sorprendernos a todos.

Aunque del mismo modo que poco a poco Eloy demostraba sus altísimas capacidades, empezaba a sociabilizar mucho menos con sus compañeros de clase. Empezó a mostrarse mucho más reacio a las reuniones sociales. Pasaba por completo de los cumpleaños a los que le invitaban y cuando lo dejábamos en el colegio nunca se juntaba con ninguno de sus amigos de toda la vida. Se le veía feliz estando solo, pensando siempre en sus cosas o leyendo sentado en un banco.

Cuando terminó primaria nos propusieron que comenzase un programa para niños con altas capacidades, decidimos dejarlo en sus manos y él mismo dijo que no, que iría al instituto como el resto de sus compañeros y que no quería oír hablar de nada que tuviera que ver con su rendimiento o sus posibilidades de futuro. Creo que ahí mismo debimos sentir las primeras alarmas, pero en ese momento simplemente comprendimos que Eloy no quería ser diferente a los demás. Lejos de eso, tan solo un trimestre después de comenzar el curso en el instituto nuestro pequeño genio nos dijo que no tenía pensado esforzarse lo más mínimo por estudiar porque estaba harto del sistema.

Sí que sentíamos que Eloy había cambiado un poco, se había convertido en un adolescente que adoraba encerrarse en su cuarto y pasar horas con su ordenador. También leía muchísimo, sobre todo libros de informática y programación. Su pasión eran los ordenadores, montaba y desmontaba aquellas máquinas una y otra vez, haciendo de una habitación todo un taller.

Nunca nos importó que aquel fuese su hobby porque hasta entonces Eloy había sido un chico de diez en el colegio. Pero en el instituto las cosas cambiaron y con la llegada de las notas de las vacaciones de navidad pudimos ver cómo se sucedían los suspensos. Él nos decía que no le agobiaba ni lo más mínimo todo aquello porque su futuro no estaba en una clase y por más que le preguntamos qué podíamos hacer para cambiar su parecer él únicamente decía que se encontraba perfectamente y que debíamos respetar su decisión.

Nos dijo que nos nos preocupásemos porque sería capaz de sacarse la ESO aunque aquel primer trimestre hubiese ido tan mal, pero que por favor lo dejásemos a su aire. Es difícil entender todo esto sin escucharlo a él hablarnos como si fuese un señor de 30 años con todo bajo control. Mi marido entró en barrena y solo le recordaba que él era un menor de edad y que no podía ir por el mundo hablando así a la gente. Eloy ponía cara de no entender nada porque lo cierto era que estaba dirigiéndose a nosotros con mucha educación. Nada estaba bien en todo aquello.

¿Sabéis lo difícil que es tomar el mando de una situación ante un hijo al que le da igual todo lo que le digas? Cada vez que intentábamos sentarnos ante Eloy para dejarle claro que él no tenía razón su respuesta era escucharnos y después preguntarnos si habíamos terminado ya. Acto seguido nos rebatía todo lo dicho con sus palabras llenas de explicaciones que no lográbamos entender y nos dejaba allí, perdidos y con ganas de arrancarnos la piel a tiras.

Pero quizás lo peor de todo llegó este mismo verano. Eloy cumplió 16 años hace unos meses y empezó 4º de ESO aprobando raspado el último curso. Sus profesores están hartos de su actitud pasivo agresiva y todos los psicólogos y orientadores que lo han visto afirman que con él hay mucho trabajo por hacer, muy complicado cuando él no quiere colaborar en absoluto. Es su último año de instituto antes de eso que él ha decidido llamar el fin de la ‘mierducación obligatoria’ y estamos realmente asustados con todo lo que pueda llegar después. Este verano optamos por inscribirlo en unas jornadas de informática para jóvenes, a su vuelta después del primer día se volvió a encerrar en su habituación. Solo habían pasado un par de horas cuando me llegó un aviso de mi banca online de una transferencia de 10 euros que acababa de realizar a la cuenta de mi hijo. No entendí nada, fui a su cuarto y él me estaba esperando.

‘Solo han sido 10 euros pero puede ser mucho peor. Dejadlo ya, no intentéis controlarme, tengo el poder de la tecnología, esa que vosotros no entendéis, se acabó…’

Eloy comenzó a demostrarnos entonces todo lo que era capaz de hacer desde su habitación. Cada vez que le reprochamos algo opta por responder a través de una de sus jugarretas. Cambiar las claves de nuestros móviles y correos electrónicos, bloquear la smart tv o cualquier cosa que puedas imaginar. Tenemos muchísimo miedo de lo que será capaz de hacer no solo a nosotros sino más allá y realmente no sabemos cómo actuar ante todo esto.

¿Cómo se reeduca a un adolescente hacker?

 

Anónimo