Yo pensaba que en este mundo no había nadie más hater de la naturaleza que yo. Bueno, igual exagero una miaja, pero os prometo que odio ir al campo, odio hacer acampada y odio los mosquitos que siempre me pican a mí porque la sangre de gorda es como la de unicornio, LES DA VIDA. Respeto la naturaleza, pero en la distancia. Reciclo, uso transporte público y no tiro el aceite por el grifo… No sé, lo básico para que el planeta no se vaya a la mierda

La cosa es que estaba el otro día con unos compañeros del trabajo tomándome una caña cuando uno soltó:

“Pues el otro día mi prima me ha contado que conoció a un tío en Tinder pero es ecosexual.”

Y todos mis colegas asintieron en plan “Ahá… Ecosexual… Claro, claro… Lo típico. Como si me dices que es de Zahara de los Atunes.” Como los vi muy puestos en el tema, me dio un poco de vergüenza preguntar, así que me metí en San Google que todo lo sabe y busqué la palabreja en cuestión.

Ay amigas qué carica puse. Las personas ecosexuales están enchochadas de la naturaleza. No es como tú cuando vas al Doñana y dices “hostia, qué bonico… Voy a hacer una fotillo pa’ Instagram”. No, es más bestia aún. Es meter los pies en el agua y que se te ponga morcillona o acariciar un helecho y que se te ponga el pussy como un jacuzzi. Es entrar en las cuevas de Altamira y hacerte un dedillo en la oscuridad. Es bañarte en el Ebro y notar cómo la corriente te eriza los pelillos de la nuca. Es meterte en el Lago de Sanabria y soltar un grito, pero no de frío, sino de placer.

Así a priori me quedé un poco loquer, porque yo lo único «eco» que conozco es la sección del Aldi. La cosa es que cuantas más vueltas le daba, más sentido le encontraba. Cuando tú quieres echar un polvo con una persona, al fin y al cabo dependes de que a ella también le apetezca. En cambio, la naturaleza está ahí siempre pa’ ti. Es como el 24 horas del barrio, que sabes que no te falla nunca. No tiene sueño ni tiene gatillazos.

Y claro, a más leía, más descubría. Resulta que toda esta movida fue creada por Beth Stephens y Annie Sprinkle. Estas artistas no sólo han elaborado un manifisto ecosexual, sino que están casadas con la tierra y se definen como «acuófilas, terrófilas, pirófilas y aerófilas». Claro, yo me acuerdo de Galeno y de los filósofos de siglo XIX petándolo con los cuatro elementos, y me quedo flipada de la vida.

Pensándolo bien a mí me flipa el agua. Yo me voy a las Islas Cíes, me meto en el mar y no me sacas ni con un arpón. Con lo que cuesta entrar en el agua gélida del norte cómo pa’ salir. También me gusta la tierra; me traes un par de plantas y me pongo a trasplantarlas con todo el arte y las ganas del mundo. El fuego ya no tanto, pero las velas del Primark me vuelven loca. Y bueno, el aire no es que me guste, es que me da la vida.

Hostia… A ver si voy a ser ecosexual.