El amigo invisible es un juego más viejo que el invento de la rueda. Seguro que todos hemos jugado alguna vez en nuestra vida, ya sea en Navidad o en otra época del año. Parece que últimamente se ha puesto muy de moda en esta fechas que se acercan; muchas familias lo utilizan para hacerse un regalo por persona y ahorrarse el regalo del resto de familiares.
Entre amigos y compañeros de trabajo también se juega mucho; puede ser bonito recibir un detalle de un colega, o súper divertido cuando te toca regalar a ese compañero que te ha traído todo el año por la calle de la amargura (Nótese la ironía).
La dinámica ya sabéis cual es: escribes en un papelito el nombre de cada participante, se doblan, se mezclan y coges uno, el nombre que te salga es a quien tienes que regalar. Hay muchas versiones del juego; algunos se escriben cartas anónimas durante semanas antes de intercambiar obsequios, otros directamente se dan los regalos en la cena de Nochebuena o evento similar, y hay quienes mantienen el anonimato para siempre y jamás sabes quién te ha regalado.
Esa última modalidad es la que usamos en mi trabajo. Y no usamos ni papelitos, metemos nuestros correos electrónicos en una web y recibimos un email con el nombre de la persona a la que tenemos que regalar. Más anónimo y digitalizado imposible.
Después, fijamos un día para traer los regalos, ponemos una mesa en la sala de reuniones para irlos dejando, y al final del día, cada uno recoge su regalo, que debe ir identificado con el nombre del receptor, y los abrimos todos juntos.
Todos los años nos echamos unas risas porque algunos regalos son realmente cutres, mientras que otros regalos, se nota a la legua que quien te ha regalado te tiene un aprecio. Pero el año pasado fue épico.
El día 24 de diciembre nos tocó trabajar así que nos pareció el día ideal para el intercambio de regalos. Nos juntamos todos a la hora del café y poco a poco fuimos abriendo nuestros paquetes. Cuando le tocó el turno a mi jefa, hubo un silencio delator, me da en la nariz que más de un compañero ya estaba enterado de lo que contenía aquel presente envuelto con motivos navideños y un lazo rojo. Cuando mi jefa abrió la caja, su cara fue un poema. Se quedó primero blanca y luego roja de la vergüenza. Le habían regalado un satisfyer. El silencio dejó paso a alguna que otra risa entre dientes, que se quiere escapar, pero no puede. Ella se enfadó muchísimo, salió de la sala y entonces fue cuando empezaron las carcajadas a pleno pulmón.
No sabíamos quien era el remitente de aquel obsequio, pero tuvo un par regalándole aquel aparatito a nuestra señora jefa. No hizo falta ni tarjeta explicando el motivo del regalo, la indirecta era muy clara, pues amargada estaba un rato y un buen orgasmo no le iba a venir nada mal.
Tuvimos cachondeo hasta verano con el satisfyer dichoso. Según la actitud con la que aparecía cada mañana la susodicha bromeábamos: ¿Lo habrá usado anoche? ¿Se habrá quedado sin pilas de tanto darle al botón? Hoy seguro que no lo ha usado porque trae una cara que es mejor ni acercarse…
A veces estos jueguecitos pueden llevar a situaciones inesperadas y cómicas. Bueno, cómicas para algunos, porque a mi jefa ya os digo yo que no le hizo ni puñetera gracia, de hecho, este año no ha dicho nada de jugar al amigo invisible y era ella quien lo promovía todos los años…
Al final nunca supe de quien había sido la genial idea de regalarle el satisfyer, puedo intuirlo, pero no lo sé a ciencia cierta. Pero vamos, me alegró las navidades, a mí y a muchos compañeros que estábamos un poco hartos de la actitud de esta señora. Ya era hora de que alguien le bajara los humos un poquito y se echara unas risas a su costa.
Y aunque aparentemente a mi señora jefa no le hizo mucha gracia el obsequio, estoy segura de que, ya que se lo habían regalado, pues le dio buen uso.