El champú que olía a chorizo y otras distorsiones olfativas

No se trata de una performance surrealista ni de realismo mágico: desde que pasé el Covid-19 tengo distorsiones olfativas. Como muchas otras personas, perdí el olfato y el gusto durante varios días, cosa que ya, de entrada, me tocó mucho las narices (lo siento, se me ha puesto). Pensé que lo recuperaría poco a poco como la mayoría, pero en mi caso no fue exactamente así. Más bien empecé a percibir el gusto ―y posteriormente el olfato― pero con errores en el sistema, me explicaré. 

Los procesados y los químicos eran los que me olían peor. Y cuando digo peor, me refiero a que no se correspondía con la realidad. Por ejemplo, con los productos de belleza lo pasé un poco mal porque me olían asquerosos, especialmente los que contenían fruta. Me acuerdo de que tuve que dejar de usar mi gel de baño de melocotón porque me olía a vómito y mi crema de noche, que era de té verde, me olía a judías verdes. Aunque este último olor no es tan horrible no es lo que deseas sentir por tu cara antes de acostarte ese sutil aroma a cocido. Sin embargo, lo más heavy que me topé fue un champú que me pusieron de amenities en un hotel y que al echármelo en la cara me puse a gritar. Mi novio se acercó para ver qué me pasaba y me encontró riéndome y gritando: “¡Este champú huele a chorizo!” Por supuesto que a él no le daba ese olor, aunque sí me reconoció que le resultó muy grasiento, no sé si existirá alguna relación…

En cuanto a la comida, me pasó algo muy similar. Cuanto más procesado estaba un alimento, más rara era la distorsión del sabor. La horchata me sabía a lo que mis papilas gustativas interpretaron como insecticida. Obviamente nunca he ido a un bar y he dicho: “Oye, ¿me pones un Cucal con Coca Cola?” pero por el olor una se hace una idea. De hecho, la horchata ya no la tolero, de ninguna marca, ni siquiera la artesanal. Mi novio me dio a probar una bebida tipo leche merengada, a ver si la podía como sucedáneo de horchata, y por suerte no me supo a insecticida… ¡sino a albahaca! Me gusta el pesto, pero no para bebérmelo como si fuera un Actimel. Y por si fuera poco, probé una tarta de oreo que me supo a ajo y perejil. Solo me faltaron unas natillas a las hierbas provenzales. 

Por desgracia estas extrañas distorsiones también se dieron con productos más naturales. En el caso de los huevos, daba igual cómo los cocinara, que mientras estaban en el fuego despedían un olor dulzón que nunca antes me habían dado, sobre todo si lo mezclaba con algún queso suave, tipo gouda. Los plátanos me dejaban un regusto metálico después de comerlos, y la coliflor una vez me supo a crema de cacahuete, pero aquello fue tan raro que me llegué a plantear si no sería una contaminación cruzada a la hora de prepararla. Las infusiones también las notaba raras. En concreto el té verde me despedía un olor que me recordó a cuando de pequeña me trajeron la tortuga de mi primo para cuidarla durante sus vacaciones. Me olía a agua estancada, un poquito.

Aun así, lo más raro que me pasó no fue ni con cosméticos ni con comida, sino con un medicamento. ¿Sabéis las clásicas pastillas analgésicas para la garganta que parecen efervescentes pero que se deshacen en la boca? Pues me tomé una de esas y me supieron a un plato típico de mi tierra hecho a base de habas con poleo. No coments.

Después de contar toda esta movida me doy cuenta de que durante casi un año he vivido una experiencia inmersiva de Grageas de Bertie Botts de todos los sabores. Las potterhead de la sala entenderán a qué me refiero.

Ele Mandarina