Hija mía, ¿pero qué has hecho? ¡Que los hijos son para las madres!

Esas fueron las palabras de mi madre cuando le conté que estaba embarazada. Sus palabras me dolieron porque yo quería una respuesta de alegría y esa respuesta no encerraba más que una incomprensión de mi realidad, el que yo fuera madre no iba a cambiar nada, yo iba a poder desempeñar mi carrera, la sociedad no era la misma que cuando ella era joven, yo iba a poder tenerlo todo y me dolía que ella no lo viera.

Aún así entendí que el tiempo me daría la razón cuando ella viera que yo iba a poder llevarlo todo para adelante. Dimos la noticia en el estudio, a los compañeros primero y luego a los jefes. Todo eran alegrías, menos mal…¡alguien por fin se alegraba! Todo iba bien, yo iba con mis ganas de vomitar a trabajar pero iba sacando fuerzas para terminar mi jornada. Un par de días me puse con faringitis y al tercer día recibo un mensaje de mi jefa diciéndome que si no puedo seguir con el trabajo que no me preocupe, que buscan a otra persona. Pero… ¡si yo sólo estoy mala de la garganta!

Seguí yendo a trabajar siempre con miedo de recaer o no poder ir… sabía que a la más mínima iban a prescindir de mí así que no podía darles motivos. En una reunión relacionada con el proyecto que yo estaba llevando de oficinas se metieron los jefes en la sala de reuniones con una persona que había venido a enseñarnos materiales, el jefe miró a la sala y llamó al chico becario que teníamos. “Toni, ven y entérate del proyecto”. Yo que llevaba meses trabajando en él y que hasta el momento lo había coordinado, me quedé fuera. Un par de meses después los jefes nos llamaron a Víctor y a mí para hablar, sentados en aquél banco al lado de la piscina nos hablaban de la nueva situación, de cuando yo tuviera al niño, de si nos íbamos a Londres a Víctor le tendrían que subir el sueldo para que pudiésemos vivir. En un momento dado yo le apunté convencida, “Bueno, yo cuando ya cumpla la baja pues me encantaría incorporarme, no quiero descolgarme del proyecto”. A lo que el jefe me respondió directamente y sin ningún tapujo. “no, no, tú ya estás descolgada”.

 

Ahora leo estas líneas y veo la injusticia de toda la situación, es muy básica, sí podían mantener en su estudio a un padre, pero no a una madre, e increíblemente por muy poco justa que fuera la situación, realmente no existió “el click” en mí, pensé que era una injusticia más de las que hay en el mundo, bueno, la vida es dura y a mí me había tocado… mala suerte.

Enrique nació y a los cuatro meses nos fuimos a vivir a Londres para que Víctor pudiera llevar la obra de las oficinas. Yo tenía claro que los tres teníamos que estar juntos, así que cogí a nuestro niño y nos alejamos de nuestra tierra para estar con papá y tener así un núcleo familiar. Los días eran largos, Víctor trabajaba todo el día mientras yo estaba sola con mi bebé precioso y llorón. Madre primeriza en un país extranjero sin familia, eso hay que vivirlo, pero yo sabía que era donde tenía que estar. Eso sí, contaba los minutos que faltaban para que Víctor llegara de trabajar, a partir de las siete de la tarde cada minuto se hacía un mundo, y a veces a las siete y media recibía un mensaje diciéndome que se tomaba una cerveza rápida e iba para casa. Una cerveza… la cerveza necesaria después de un día de trabajo duro… cortocircuito mental. ¿Y mi cerveza? shock.

A eso se le sumaba que cada mes venía el jefe a ver la obra, y Víctor tenía que ir a cenar con él. Y fue justo en estos momentos en los que empecé a oler cierto tufo desagradable que era el que me empezaba a chirriar y me explico: en el momento que veo que el que yo me quede en casa con mi bebé esperando a mi marido es una opción mía todo funciona, pero cuando leo la situación y veo que ya se sobreentiende que yo por ser mujer o madre o engendradora o lo que sea, tengo que absorber todas las tareas domésticas y me tengo que quedar en casa cuidando, porque es mi papel, una voz dentro de mí grita: Alarma, alarma… ¿qué????? ¡Ah! que tu jefe también te ha sacado unas entradas para que vayas con su sobrino a ver no sé qué exposición muy interesante… SOS!! claro, yo me quedo en casa a cuidar y tú a realizarte, como diría mi madre… ¡cógete el coño con las dos manos!

Bueno, aquí es cuando empiezas a sospechar de que algo no te cuadra, y que ya tus circunstancias y realidad no la eliges tú, sino que hay algo en el aire que no sabes muy bien de dónde viene, pero que te desagrada profundamente.

Es entonces cuando entras el shock, te peleas con tu marido, te peleas con el mundo, te peleas con tu bebé, y reniegas de todo y piensas que vas a salir corriendo porque esta no es tu vida, porque esto no te gusta y no quieres estar atrapada en algo así.

Entonces conoces a una mami con otro niño que está en tu misma situación, pero ella conocedora del funcionamiento del mundo sabía todo esto que tú no sabías, y tú que no eres tonta y estás muy alerta, empiezas a atar cabos. Y progresivamente te das cuenta de que aunque tú te creías la reina del mambo, libre, poderosa, capaz de todo… no lo eres tanto, porque el mundo en realidad se rige con unas reglas que a ti anteriormente te sonaban como un hilo musical leve que escuchabas de fondo pero que no entendías bien… esa música no es de mi rollo…y ese hilo va subiendo de intensidad… y empiezas a entender la letra de la canción.. femi… qué??? patriar… qué??? Y ese hilo musical al que no hacías ni caso porque no iba contigo…de repente se convierte en la sinfonía de tu vida.

Y ahora sí… “¡¡¡click!!!” Y llega la paz…(silencio, mariposas, nubes, compresas…) y ya no odias a tu marido y ya no te caen tan mal tus antiguos jefes y ya entiendes a tu madre y ya quieres más a tu bebé. Eso sí, te has convertido en una feminista radical, en una loca del coño, en una feminazi y en todo lo que me quieran decir… pero benditos adjetivos hirientes, ahora sí soy dueña de mi vida, ahora sí entiendo las reglas del juego, ahora lo entiendo todo. Gracias.

Cuando hablo del “click” y se lo cuento tímidamente a alguna amiga o a mi propio marido, entiendo que siempre va a haber una incomprensión, porque el click hay que sentirlo dentro de tus entrañas, en lo más profundo de tu ser. No siempre se da con una situación injusta, yo tuve muchas en la carrera, en mi propio trabajo… y nunca lo tuve. Se tuvieron que alinear los planetas y crearse en mi interior ciertas resonancias para llegar a sentirlo. Quién lo sintió sabe de lo que hablo.

Mi click fue liberador y doy gracias por haberlo sentido. He sido madre de un segundo niño, me he hecho autónoma y trabajo para mí misma en un mundo de hombres donde me encuentro en mil circunstancias machistas e injustas, pero como ya he dicho, entiendo el contexto, entiendo mis circunstancias, entiendo nuestra herencia, lo entiendo todo. Ahora sí soy dueña de mi vida con sus complejidades. ¡Ay qué razón tenía mi madre! “Los niños son para las madres…” Sí mamá, los niños son para las madres… y tú nos criaste a las tres muy solita mientras papá trabajaba día y noche, ahora lo entiendo todo. Gracias por cuidarme tan bien a pesar de tus lágrimas y de tu soledad. Tú sólo me dabas un consejo que no supe entender en su momento, gracias por advertirme, ya lo entiendo.

Ojalá el resonar del feminismo hubiera llegado a tu contexto, a tu vida… pero yo tomo tus riendas…. Ahora vuelvo a ser la niña de pelos locos rizados que luchaba las injusticias de clase, vuelvo a ser la niña que quería una caña de pescar y no un tapete para coser como la prima Noemí, vuelvo a ser la niña que cortaba el césped con papá y arreglaba la moto porque fui lo más parecido a un hijo que tuvo. Soy la niña que corría más rápido de la clase, que no le tenía miedo a nada, que se sabía capaz de todo… Cojo el caballo que no me pudisteis comprar porque como bien decíais no cabía en el salón, cojo tus riendas madre, veo los obstáculos, los veo claro… y ahora… ¡¡¡a cabalgar!!!

 

Elisabeth Molina