Hace poco más de dos años mi vida dio un vuelco de 180 grados. Hay mujeres que cuando se convierten en mamás o encuentran un trabajo ideal sienten que su vida mejora o que hay un cambio notable en sus vidas; bien pues mi cambio a mejor llegó cuando mi gata Frida entró en mi vida y la llenó de amor y pelos (muchos, muchos pelos).

De pequeña me daban muchísimo miedo los gatos porque mi abuela tenía uno que literalmente me quería matar. Ese gato me quería ver muerta ardiendo en el infierno y yo a él más de lo mismo. Creé tal pánico a los gatos que pensaba que todos eran como él: seres enviados desde el espacio para dominarnos y maltratarnos. Si me preguntáis hoy mi opinión sobre los gatos  os diré con la mano en el corazón que sí, que son seres enviados desde el espacio para dominarnos pero bien merecido nos lo tenemos porque son adorables.

Mi compañera de piso llegó ese día a casa con una cajita pequeña un ser diminuto que maullaba muchísimo. No, no era Frida; era su hermano Milo. Me quedé tan enamorada de esa cosita tan pequeña a manchas que me entró toda la envidia del mundo y quise acoger a su hermana, la última de siete bebés gatito que no tenía todavía hogar. Esa noche no pegué ojo y al día siguiente llegó como un ángel caído del cielo. Literalmente me enamoré de ella. Después de mudanzas, rupturas y demás dramas familiares Frida es una constante en mi vida a la que no puedo renunciar, por eso el día que creí que la había perdido fue uno de los peores días de mi vida. Sé que algunxs entenderéis el drama que puede ser esto. 

Ese día me levanté tan tranquila y me fui a la compra. Al volver tenía que ir al gimnasio así que mientras me cambiaba me di cuenta que la gata no estaba. Era raro porque la casa es pequeña y es sota, caballo, rey donde suele estar la gata.  Vi que sí estaba el gato de mi compañera de piso así que antes de irme de casa busqué a Frida. Nada, la gata no estaba. Repasé mis pasos y lo único que podía haber pasado era que al ir yo a la compra la gata saliera a la vez que yo por la puerta y que en mi cabeza la gata tenía que estar en el edificio sí o sí.

Antes de ponerme en modo pánico y drama (cosa de la que me acusan a menudo), respiré y desordené toda la casa: armarios, cocina, baño, debajo de las camas, cajones, detrás de los muebles… nada, no estaba. 

Llamé a mi mejor amiga ya en modo pánico y mientras ella venía hacia mi casa yo ya empecé la búsqueda por el edificio. Llamé desde el primero hasta el cuarto y nadie la había visto. Cuando llegó mi mejor amiga yo ya estaba llorando buscando desesperada y decidimos hablar con los bares y las tiendas que tengo debajo de casa por si alguien la había visto. Nadie. Era como si se la hubiera tragado la tierra.

Llamé a mi madre con tal llorera encima que ella se puso a llorar conmigo. Me acuerdo que le dije algo así como “que voy a hacer yo sin ella”. Lo pienso y la verdad que es así. Subimos a casa y yo ya iba a llamar a mi trabajo para decir que no iba hasta que no encontrara a mi gata pero le escribí a mi compañera de piso que estaba trabajando. Seguimos buscando ya con la ayuda de más amigos, mi nivel de ansiedad estaba ya en el límite y no podía dejar de llorar. Llegó mi compañera de piso (que se había ido de casa mucho antes que yo a la compra) y al volver quiso cambiarse de ropa rápido para unirse a la búsqueda de Frida. Bueno, aquí viene lo mejor: mi gata estaba dormida en su armario entre los jerséis encerrada con llave. Era el único maldito armario sin abrir porque tiene llave y no era quien para abrir un armario que no era mío. El único maldito sitio donde no miré, el único. Desde antes de las 9 de la mañana mi gata se metió allí, mi compañera de piso sin mirar cerró el armario y a las 2 de la tarde la encontramos tan plácidamente dormida entre jerséis calentitos.  

No se me pasó el susto hasta por la noche que dormí abrazada a ella como si me la fueran a quitar. No maulló, no hizo amago de rascar la puerta del armario, nada. Cuando digo que son extraterrestres y que nos dan mil vueltas lo digo con todas las de la ley, porque sino no lo entiendo.

 

Sandra Regidor