Soy un poco Hannah Montana, tengo dos vidas: la pobre que es dependienta de una tienda y la molona que entrevista cantantes para un proyecto personal. Hoy explicaré una anecdotita de la parte guay de mi vida. Osea cuando Hannah iba de rubia.

Hace unos años, entrevisté por primera vez a uno de mis crushes. Avanzo que no voy a decir el nombre. Solamente diré que tiene pelazo y canta en español. 

Tengo que decir que casualmente me puse una camiseta de tirantes. Una que sabía que iba a pasar calor. Quedamos en un hotel los tres: el artista tremendo, su manager y yo.

Educadísimo me dijo que si quería algo para tomar. Eran las 10.30 de la mañana. Y yo llevaba tantas horas levantada que pedí una birra. Y él: “yo una infusión”. Empecé dando una buenísima impresión. Pensaría: “Genial, me entrevista una borracha.”

Preparé todo mi tinglao y empezamos la entrevista. Yo que soy muy aplicada me escuché y requete escuché todas sus canciones las cuales hablan la mayoría de una noche de pasión. ¿Cómo le pregunto a semejante potro por esas letras? Pues muy profesional lo hice. Tengo que decir que como buen artista le encantaba hablar de sus letras y explicar sus respectivos detalles. Noches de hotel, borracheras en baretos y hablaba mucho de una ciudad que encima me encanta. 

¿Fue la entrevista en la que más me tuve que hacer la digna? EVIDENTEMENTE. Es que imaginaos que el cantante que más te pone te está contando sus escarceos y sus noches de pasión. Una situación totalmente normal y super controlable.

¡¡ME PUSE MÁS CACHONDA QUE MI YO DE 10 AÑOS VIENDO PASIÓN DE GAVILANES!!! 

Un calor… Me moría y no podía creer la situación y su carita contando eso. Él sabría perfectamente que yo necesitaba en ese momento un buen meneo. Ellos siempre saben que te estás derritiendo. Ellos saben que si tienen un instrumento en la mano y suben a un escenario, la erótica aumenta. 

Llegó el momento de acabar y me dijo que fuese al concierto que hacía por la noche. Por supuesto que iba a ir. Y en el momento foto para el recuerdo me cogió pero es que yo le empecé a acariciar ese espaldote hecho por dioses griegos. Pero no un poquito, no. Aproveché esos segundos como si se me acabara la vida. 

Salí de ese hotel con uno de los mejores sofocones de mi vida. 

Por la noche, fui al concierto. Al final me acerqué a saludar. Se giró, me pegó un abrazo que todavía recuerdo y salió de esa preciosa boca: “¡ANA HAS VENIDO!” Le hacía ilusión o eso quiero pensar. Engañada se vive mucho más tranquila y la historia queda mucho mejor.

Después se fue con amigos y ya pensé que no pintaba más ahí. Años después, en su siguiente disco, descubrí que esa noche conoció al amor de su vida (duraron un par de años) al cual le dedicó todas las canciones de ese álbum. 

Tócate el coño, maritrini.

Ana Jota