Hace un tiempo empecé a notar que algo en mi vida no iba bien. Lo sentía cada mañana, cuando me despertaba agotada, como si en lugar de dormir, hubiera corrido una maratón. Mis amigos empezaron a hacer comentarios sobre cómo me estaba aislando y, aunque en un principio lo negaba, la verdad es que cada vez me sentía más incómoda en situaciones sociales. ¿La razón? Mi ansiedad social estaba fuera de control, y una gran parte de este problema tenía que ver con mi horrible rutina de sueño.
Siempre he sido de esas personas que se quedan despiertas hasta tarde, atrapadas en un bucle infinito de scroll en Instagram (ahora el maldito TikTok que ya me he desinstalado), viendo series hasta que Netflix me preguntaba si aún seguía ahí. Y aunque sabía que esto no me hacía ningún bien, no me imaginaba el gran impacto que la falta de sueño estaba teniendo en mi vida social.
El no dormir bien no solo me hacía sentir cansada, sino que también afectaba directamente mi humor y mi capacidad para manejar situaciones cotidianas. Lo peor es que mi ansiedad social, ese miedo irracional a interactuar con los demás, se intensificaba. Me encontraba evitando reuniones con amigos, posponiendo llamadas y, cuando finalmente estaba en algún evento social, me sentía constantemente fuera de lugar, hiperconsciente de cada palabra que salía de mi boca.
Fue entonces cuando empecé a investigar sobre el impacto del sueño en la salud mental y, por supuesto, en la ansiedad social. Resulta que dormir mal no solo te hace parecer un zombie al día siguiente, sino que también juega un papel crucial en cómo percibes el mundo y cómo te perciben los demás. Cuando no duermes bien, tu cerebro no tiene tiempo suficiente para descansar y resetearse, lo que significa que te despiertas con los mismos niveles de ansiedad, o incluso peores, que cuando te fuiste a la cama.
Así que, después de una epifanía (que, sinceramente, llegó después de un día particularmente horrible en el que me quedé en casa porque simplemente no podía lidiar con la gente), decidí que era hora de hacer algo. Empecé a buscar maneras de mejorar mi rutina de sueño, y aunque al principio fue un poco difícil cambiar esos hábitos nocturnos tan arraigados, la diferencia ha sido increíble.
Primero, establecí una hora fija para ir a dormir y me comprometí a cumplirla, incluso los fines de semana. Esto ayudó a que mi cuerpo y mi mente se acostumbraran a una rutina, lo que hizo que conciliar el sueño fuera más fácil. También dejé de usar el móvil en la cama (algo que pensé que nunca lograría) y empecé a leer un libro en su lugar, lo que no solo me relajaba, sino que también me ayudaba a desconectar del estrés del día.
Uno de los cambios más efectivos que puedes hacer es incorporar un topper en tu rutina de sueño. Puede sonar como un detalle menor, pero la comodidad adicional de un buen topper hizo que mi cama se sintiera como un nido acogedor, lo que me ayudó a descansar mejor. Al final, esos pequeños ajustes en mi rutina de sueño tuvieron un gran impacto en cómo me sentía durante el día.
Con el tiempo, noté que mi ansiedad social empezó a disminuir. Me sentía más tranquila y en control cuando estaba rodeada de gente. Ya no me preocupaba tanto por cómo los demás me percibían, y las interacciones sociales dejaron de parecer una tarea agotadora y empezaron a ser algo que disfrutaba.
Dormir bien no resolverá todos tus problemas, pero te dará la energía y la claridad mental que necesitas para enfrentarlos. Si sufres de ansiedad social, te recomiendo que empieces por mejorar tu rutina de sueño. Puede que al principio te cueste un poco, pero créeme, la diferencia es enorme. Y si puedes, incorpora un topper en tu rutina de sueño. A veces, los pequeños cambios son los que marcan la mayor diferencia.