Lo que vengo hoy a contaros es algo de lo que he hablado muy poco. No sé por qué realmente, quizás porque no es un tema que suela salir, porque no es algo cotidiano o porque para mi amiga y para mí quedó como algo anecdótico, pero hoy me apetece compartirlo y descubrir si es algo que pasa más de lo que yo pienso, puesto que jamás me ha vuelto a ocurrir, ni conozco a nadie que le haya pasado. 

De mi época en Inglaterra, mi amiga y yo recordamos mil experiencias e historias (de hecho, ella las sigue viviendo porque yo volví a España, pero ella se quedó allí), pero hay algo que nos pasó unas cuantas veces que cuanto menos, es curioso. 

Cuando empezamos a trabajar en las tiendas de unas gasolineras pequeñas, tendríamos unos 23 años y éramos “las niñas” para todos, incluido el jefe. No me malinterpretéis, esto solo era que todo el personal nos protegía mucho, nos ayudaba y nos guiaba en todo lo que necesitásemos, lo cual es de agradecer y mucho, porque cuando empiezas en un país extraño, con un idioma que no es el tuyo, y sin conocer a nadie, un buen ambiente de trabajo se convierte en un tesoro pequeñito que guardar con mucho cuidado. 

A lo que voy: a nosotras, como a cualquier persona de esa edad, cuando llegaba el fin de semana, nos gustaba salir, irnos al pueblo más cercano y recorrernos bares y discotecas. La cosa que a nuestro jefe también. Al principio intentaba esquivarnos o nos saludaba muy tímidamente, luego la cosa cambió. En pocas semanas, me dejó un coche para poder movernos por la zona, para que pudiéramos ir a comprar o salir por ahí sin depender de nadie, lo cual agradecimos enormemente.

Pero claro, el sentido real del coche no era otro que el de que lo llevásemos a casa cuando lo encontrábamos desfasado los fines de semana.

Él era adicto a la cocaína y le daba duro al alcohol, pero lo llevaba de una manera que a no ser que lo supieras, no era evidente a simple vista. Pero él sabía que después de haberlo visto mil noches, nosotras sí que lo sabíamos. Así que empezó a darnos el día siguiente del que lo hubiéramos llevado a casa libre o si era imposible, nos dejaba al menos salir antes. 

¿Nos compraba el silencio? ¿Debimos habernos plantado nosotras? ¿Hicimos bien en llevarlo a casa cuando lo necesitó o deberíamos haberle pedido un taxi y no vernos involucradas? Soy consciente de la variedad de opiniones que puede haber sobre esto, pero tengo que reconocer que con 23 años un día libre extra por llevar a tu jefe a su casa sonaba como la mejor oferta de Mercadona en un mes largo de enero y sinceramente, lo recuerdo como un buen tío. Supongo que cada cual, lidia con sus demonios como quiere, o como puede.

MilaMilano