El maltrato en relaciones entre personas del mismo sexo existe.

No sé si esto os resultará una obviedad o ahora mismo os estaré descubriendo todo un mundo. Posiblemente ni siquiera habréis tenido que pararos a pensarlo nunca y, si ahora lo estáis haciendo os parezca una afirmación de lo más evidente. 

Pero dejadme confesaros algo: no es tan evidente cuando eres tú la que lo está viviendo. No creo que sea tan fácil ver lo que está ocurriendo en esa relación. Hay tantos pasos antes, tantos límites superados y tantas justificaciones que se generan poco a poco, que esa etiqueta que da un poco de cordura a tanta toxicidad queda muy lejos del alcance de casi todos. 

Nadie nos queremos ver en ese papel. Y la mayoría de las veces ni siquiera sabemos cómo hemos llegado hasta ahí. Es un bucle tan bien tejido en un hoyo tan profundo que no hay ni siquiera un atisbo de luz, que incluso sabiendo que tienes en tus manos la solución te ves incapaz de hacer nada. 

Nadie es nadie. En cualquier tipo de relación.

Pero el problema viene cuando no tienes referentes, cuando nada ni nadie habla de lo que te está ocurriendo. 

Cuando hablamos de maltrato nos vienen a la mente todas las noticias de violencia de género, de un hombre que maltrata física o psicológicamente de una mujer, el teléfono al que llamar, los testimonios que no dejamos de oír en la televisión o en las redes, los casos de juicios justos e injustos que salen a la luz… Un hombre sobre una mujer, siempre un hombre sobre una mujer, es la condición.

Y entonces, ¿qué ocurre cuando se da este maltrato dentro de una relación entre personas del mismo sexo? 

No me atrevo a hablar por nadie más, pero me arriesgo a decir que no fui la única incapaz de sentirse reflejada en esa etiqueta, incapaz de ponerle un nombre que le diera un sentido a lo que estaba viviendo, incapaz incluso de plantearme llamar a la policía porque… qué les iba a decir. Aunque después de cada discusión revisase cada parte de mi cuerpo casi deseando que hubiese algún moretón que me demostrase que no estaba loca.

Hacia el final de mi relación, encontré por casualidad el libro “En la casa de los sueños” de Carmen María Machado, un libro en el que no solo habla de su experiencia en una relación lésbica de abusos, sino que también hace notorio precisamente esta falta de referentes. En ese momento no compré el libro por miedo a que mi pareja lo encontrase, pero que después de la ruptura leí en un intento desesperado de encontrar paralelismos y de sentirme identificada con alguien. No fue como esperaba, quería más, necesitaba más, leer su historia me sabía a poco, puesto que yo había vivido situaciones que consideraba más duras.

Pero de algo sí sirvió… si ella hablaba de maltrato, quizá yo también tenía que plantearme el hecho de hacerlo. De sumar mi voz a lo invisible. De ir, poco a poco, desmitificando las relaciones LGTBI+.

Así que sí.

Soy una mujer que hace un tiempo tuvo una relación con otra mujer que me maltrató psicológica y, en algún momento, también físicamente. 

Un maltrato del que a día de hoy todavía sigo descubriendo, asumiendo y sanando poco a poco. 

Un maltrato del que me he sentido culpable, avergonzada y enfadada.

Y un maltrato que hasta hoy no había sido capaz de etiquetar después de dos años de relación y casi seis meses desde la ruptura.

 

Laura Martín