La vorágine del día a día, el estrés, los niños y sus quehaceres, las facturas, las disputas familiares, la planificación del tiempo de ocio… Al final de cada semana puedo contar con los dedos de una mano los minutos que mi marido y yo hemos hablado de nosotros como personas individuales o como pareja. El sexo pasó de ser algo espontáneo a algo mucho más programado, pues con niños, ya se sabe. Pero entonces me doy cuenta de que aquí, delante del ordenador escribiendo alguna cosa sobre nuestros inicios, todavía siento ese cosquilleo en el estómago, esa sensación de haber acertado, ese amor profundo… Está ahí, pero no sale jamás.

Un día me preocupé porque, mientras él está fuera trabajando pienso en él con mucho amor y deseo, pero al llegar a casa es hora de cenar, duchas, pijamas, él duerme a la niña, yo ayudo a los niños. Cuando está todo en orden hay que preparar las cosas del día siguiente, recoger la cocina… Ya no siento ese cosquilleo de la mañana, pero será porque el cansancio puede con la ilusión.

Analicé nuestras rutinas durante varios días y me di cuenta de que nos besamos muchas veces, pero poco. Es decir, nos damos muchos besos al o largo del día, pero son besos de pasada, besos que quedan como un check de “nos seguimos queriendo, ok, tira para adelante”. Solamente nos recreamos en esos momentos cuando podemos tener relaciones más íntimas.

Cuando empezamos a salir, una de las cosas que más me gustaba es que nos besábamos mucho, siempre, todo el rato. Y pensé que quizá ahí estaba la clave. Así que un día, antes de que se fuera a trabajar, me dio un beso y yo le acaricié la cara, sabiendo que se acercaría de nuevo y lo besé en condiciones. Nada de un pico de una milésima de segundo. Él me abrazó fuerte, me miró con sorpresa, me besó de nuevo y se fue. Ese día hablamos mucho más durante el día en sus descansos del trabajo.

Recordé eso que se ha dicho tanto últimamente de que un abrazo de más de 8 segundos hace que tu cuerpo se llene de oxitocina. Pues un buen morreo, ¡eso sí que te recarga el cerebro de hormonas!

Al día siguiente me besó como cada día y lo dejé ir, pero al llegar de noche repetí lo del día anterior. Volvió a sorprenderse y me preguntó si pasaba algo “¿tiene que pasar algo para que nos besemos?” a lo que respondió con otro beso.

Y es que un buen beso no tiene que ser obligatoriamente el preludio de una sesión de sexo, que puede serlo y es genial, pero también puede ser conexión, amor…

Dos semanas después ya era una rutina. No habíamos discutido apenas y, las pequeñas cosas que podían surgir, las solucionamos muy rápido y con una complicidad increíble. La paciencia con los niños parecía infinita y es que nuestros cerebros lo estaban gozando con el festín de hormonas del placer.

Entonces me escuchó hablando con una amiga sobre “el morreo diario obligatorio” y me miró extrañado riendo. “¿Cómo es eso?” y le pregunté si era consciente de cómo estábamos últimamente, más felices, relajados, más conectados, más enamorados incluso. Me pasó el brazo por la cadera y, acercándome a él, me dijo que sí. Y entonces le pregunté si sería capaz de decir desde cuando había notado eso. No supo contestar. Entonces le expliqué todo lo que había barrenado las semanas anteriores y cómo había cambiado nuestra rutina monótona introduciendo solamente unos segundos más de tiempo un par de veces al día en besarnos. Él dijo que al principio había sido muy consciente de que yo quería besarle más, pero que como era algo que el también deseaba, simplemente lo disfrutaba sin pensar más.

Pero cuando lo analizamos juntos me dio la razón y lo celebramos con un buen beso con lengua.

Ahora hay días que la vorágine nos devora, pero si uno se da cuenta dice “hoy no nos hemos morreado aún” y eso cambia todo nuestro día.

Puede parecer absurdo, pero os prometo que cambió nuestro día a día. Mi marido siempre decía que no entendía a esas parejas que decían que con los años dejaban de tener sexo y que perdían interés, pues nosotros se supone que ya pasamos esa franja de tiempo de convivencia y deberíamos de estar en esa fase y todo lo contrario, sin embargo, mira tú, habíamos dejado de besarnos, que es algo mucho más básico que no nos requiere una logística tan compleja como el sexo, que nos fuerza a buscar momento en que todo el mundo duerme. Nos podemos besar en cualquier momento y en cualquier lugar  y desde que lo hacemos más, todos en casa somos más felices.

Luna Purple.