Ayer leí un artículo que definía con un anglicismo el hecho de que alguien deje de responderte a los mensajes cuando llega la hora de tener una segunda cita aún habiendo sido un éxito la primera.
‘Deflexing’.

«Mira, -pensé- ya sé cómo se llama eso que me hicieron la semana pasada.»

Es una especie de ‘ghosting’, que todos ya hemos integrado en nuestras vidas, pero más concreto. Ocurre justo en el momento de pasar a tener la siguiente cita. Por un momento respiré, me quedé tranquila.

«Ves Lucía, lo que te ha pasado es normal.» Ya que el hecho de que exista una palabra para definirlo lo normaliza.
Una vez ponemos una etiqueta a algo le damos el poder de existir y lo normalizamos.
Pero, si ya era una práctica que existía antes de saber cómo se llamaba, ¿no?

Si. Una actitud relacionada con el no-cuidado, la no-comunicación, la no-empatía, la no-educación.
El ‘deflexing’ o como quieran llamarlo, solo describe la poca educación afectivo sexual que hemos recibido. Y la falta de respeto con la gente con la que nos relacionamos. Y al ponerle una etiqueta corremos el peligro de normalizarlo.
Además cada vez salen más maneras de describir acciones que se relacionan con esos no-valores de comunicación y cuidado.

El ghosting, el deflexing, el benching (dejar a alguien en el banquillo) o el curving (aparecer y desaparecer en la vida de alguien).

Me pregunto si al darles el poder de tener un nombre propio no hacemos que estas prácticas se normalicen también.
Ojalá más nombres inventados (anglicismos o no, la verdad) que describiesen el momento íntimo en el que compartes tu vulnerabilidad con alguien que estás conociendo, el respeto por comprender el ritmo de las personas con las que tienes relaciones, el valor de una conversación honesta cara a cara con la persona con la que te acuestas, las ganas de seguir conociendo a alguien mientras trabajas tus miedos.

Eso significaría que lo estamos haciendo bien. Que estamos aprendiendo a amar.
Porque la verdad, lo que más miedo me da de todas estas etiquetas, es que seguimos teniendo un gran suspenso en educación sexual.

 

Lucia Ortín, sducadora social.

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