Salir a la aventura buscando tomar algo, sin un plan determinado, sin un garito pensado y sin una ruta exacta, desemboca siempre en sorpresas. A veces desagradables, como no poder entrar en ningún lado o que te cobren 12 euros por una copa; y en otras ocasiones, puede llevarte a vivir la noche más divertida de tu vida. En este caso, digamos que fue una experiencia bastante peculiar.

Un sábado cualquiera, mi chico y yo quedamos para salir con otra pareja de amigos. Como en más de una ocasión, ninguno propuso nada concreto sobre el sitio y la hora. Simplemente fue un: el sábado nos vemos, y ahí quedó. Con mucho trabajo para ponernos de acuerdo, finalmente optamos por una zona de nuestra ciudad en la que hay varios bares, y allí decidimos vernos. Como era de esperar, no había sitio disponible en ningún lado. Aunque tuvimos que esperar bastante, al final nos dieron mesa y pudimos cenar medianamente bien.

Cuando terminamos era tarde y, de camino a nuestro pub de confianza, nos encontramos con una larga cola en la carretera por culpa de un control de alcoholemia. Mi chico conducía, y aunque no había bebido, decidió coger otro camino para no tardar todavía más. Se equivocó de salida y acabamos en un polígono cercano, en el que solamente había un local abierto, y semi iluminado.

“¿Y si nos tomamos algo aquí mejor?”, propuso alguien. Como nos pareció original, aparcamos y entramos.

El local estaba medio en penumbra, pero como muchos otros bares de copas. Aunque la decoración sí nos pareció un tanto diferente. En las paredes había cuadros exponiendo lencería provocativa y juguetes sexuales, los asientos de los sofás semicirculares estaban forrados con una especie de imitación a piel de serpiente negra, en el centro había lo que parecía una mesa de billar cubierta por una tapa mullida, en un lado había un mini escenario con una barra de pole dance y en el techo un gran espejo.

En cuanto entramos, notamos que las tres parejas que estaban tomándose algo allí nos miraron bastante, pero luego siguieron a lo suyo. Nos reímos un poco comentando el lugar, pero decidimos quedarnos y pedimos para beber.

El susto llegó cuando, junto con las cervezas, nos trajeron la cuenta. Querían que pagáramos 80 euros; eso sí, estaban incluidas otras 4 consumiciones más.

Se nos cambió la cara, y mi amiga directamente le preguntó a la camarera que eso cómo iba a ser. Entonces nos explicó que allí la entrada los sábados costaba 40 euros por pareja, con dos bebidas, y que si era nuestra primera vez nos acompañaría a enseñarnos las instalaciones y a explicarnos las normas. Pagamos, un poco por inercia, y, cuando se fue caí en el superletrero que colgaba sobre nuestras cabezas: SWINGER.

Entre risas les dije a los demás que creía que habíamos entrado en un pub liberal y que, muy resumidamente, además de a tomar algo, allí se solía ir a follar: con tu pareja, o con otras. A mi chico se le iluminó la cara, pero nuestros amigos se pusieron blancos. ¡Menos mal que había sido idea de ellos entrar allí! Ahora ya nos cuadraban algunas cosas y, aunque en un primer lugar quisieron salir corriendo, al final les convencimos para que nos quedáramos a tomarnos las consumiciones. ¡Al fin y al cabo nos había costado medio riñón!

Al rato, la camarera nos invitó a acompañarla para enseñarnos el resto del local y, como unos patitos detrás de su mamá, la seguimos con mucha curiosidad. Nos explicó que esa noche solo podían entrar a esa zona las parejas, o solteros invitados por parejas, pero estaba restringida para aquellos que fuesen solos. No se veía mucho y, aunque estaba bastante vacío, sí que pudimos escuchar algunos gemidos.

A lo largo de un pasillo se encontraban las diferentes habitaciones: que si un vestuario con taquillas y duchas, un jacuzzi, varios baños, un par de cuartos con una gran cama redonda y una ventana en la pared, otro con un columpio, una especie de jaula, una habitación totalmente a oscuras… ¡Alucinábamos! Pero cada uno a su manera: nuestros amigos estaban deseando marcharse, pero a mi chico y a mí nos estaba picando mucho… la curiosidad.

Una vez terminado el tour volvimos a la zona de la barra, que ya se había animado más. Varias parejas juntas charlaban, otros se metían mano, y una mujer bailaba sensualmente sobre la tarima. Yo no me quería marchar, pero habíamos venido todos juntos y teníamos que volver también juntos. Al final, aunque duró poco la visita, nos echamos unas buenas risas ¡Y pienso volver para probar la experiencia completa!

Anónima