Creo que era una secta y salí por patas.

Todos tenemos historias en las que hemos dicho “tierra trágame” o “dónde coño me he metido”. En algunas nos hemos reído, en otras hemos pasado el sofocón, en mi caso ya a día de hoy se juntan las dos cosas. Pero lo mejor es que siempre se aprende algo importante que no se olvida. 

Hace años una amiga me propuso ir a un curso de meditación y cocina vegetariana como plan de finde. A mí me pareció perfecto porque se juntaba el hecho de que me encanta conocer cosas nuevas y encima el curso era gratuito. Se realizaba en una finca a las afueras de la ciudad, la cual había sido un antiguo restaurante y posteriormente se dedicaba a acoger eventos. No pregunté más y se encargó de apuntarnos.

El tener expectativas sobre algo, que encima no conoces bien, no suele ser lo más recomendable. En mi caso, me pasó que yo me imaginaba que sería algo así como una clase de yoga en el centro cívico y una presentación de platos de Thermomix. Nada más lejos de la realidad.

Al llegar nos recibió una comitiva de unas cinco personas, simpáticas y agradables, muy contentas de nuestra visita. Al poco se fue sumando más gente. Unos se conocían, otros no, otros a unos pocos. Nunca me quedó muy claro quién pertenecía al grupo y quien no la verdad. 

Pasamos al salón de actos para hacer la presentación oficial, que consistiría en sentarnos todos con las sillas en círculo y decir nuestros nombres hablando un poco de nosotros. Me llamó la atención la fórmula que absolutamente todos utilizaron para ese momento. “Hola soy Menganita y llevo en este camino unos diez años, he estado buscando y he llegado hasta aquí…”, “Hola soy Fulanito y llevo en el camino no sé cuántos años y me ha cambiado la vida…”, “el camino”, ¿el camino? ¿A qué se referían? Sentía que me estaba perdiendo algo. En mí caso me presenté por mi nombre, les dije que era una persona curiosa, que no era vegetariana y que me gustaba aprender platos nuevos. Me dieron la bienvenida y prosiguió el círculo.

El curso comenzó con la parte de cocina pero primero expusieron los motivos por los que eran vegetarianos. Eran vegetarianos porque era la forma en la que mantenían su nivel vibratorio más “limpio”. No consumían huevos, pero leche sí porque su filosofía venía de la india y allí las vacas son sagradas. Ok, vale, cada cual sus costumbres.

Llegó la hora de cocinar y la verdad que estuvo bastante bien. Nos dividimos en grupos y cada uno hizo un plato. A mi grupo le tocó la tortilla de patatas con cebollita sin huevo. Salió estupenda. Luego nos sentamos todos a comer en plan comunitario y charlamos, nada fuera de lo común. No fue hasta la hora del café cuando la antena me volvió a saltar. Estábamos repartidos por el vestíbulo alternando tomándonos algo, y al bajar una escalera escuché como una señora le preguntaba a una de las organizadoras que cuando íbamos a meditar. La mujer le contestó que primero tenía que demostrar cierto grado de compromiso y de ser así se le asignaría un coach. “¡¿What?!” Me escamé bastante.

Después del break tocó el taller de ecohuerto. Por lo visto el programa del curso (del cual yo no me había informado) estaba lleno de mini talleres y estuvimos haciendo macetas con cajas de leche y hablando de tipos de estiércol con el dueño de la finca. Estuvimos entretenidas metiendo las manos en la tierra junto a los demás. Cuando terminamos mi amiga y yo nos fuimos a dar un paseo. 

Nos estábamos planteando si quedarnos o marcharnos ya, pero quedaba el taller de danzas del mundo. Como siempre con expectativas, ya me estaba imaginando danzas tribales, danza del vientre, danzas de países exóticos. Quizás alguien había vivido fuera en plan nómada y nos iba a contar su experiencia.

Al entrar al salón de actos estaban ya todos sentados. Una señora estaba a la guitarra cantando una canción que decía algo así como “Namasté, namasté….Oh Dios llévame en tu seno de amor”. Yo ya ni me molesté en quitarme el abrigo, mi cuerpo estaba preparado antes que mi cabeza que estaba realizando conexiones de posibles planes de acción. Nos sentamos en unas sillas algo alejadas. De repente una chica se levantó y con todo su arte flamenco se marcó un zapateo bailándole a una vela que había en el suelo. Entre vítores y olés nos pasaron una pandereta para que nos uniéramos al tinglado. Miré a mi amiga e intentando bromear le pasé la pandereta. –Toma para ti. Si hay que tirarse al líder te lo tiras tú. Mi cara debía ser un poema porque mi amiga me miró compasiva y me dijo que si quería nos íbamos ya si no estaba cómoda. ¡Pero es que yo tenía un problema muy grande! Era incapaz de hacer algo que pudiera considerarse maleducado, e irnos de repente me parecía feo. 

Cuando terminaron ese acústico intensito, la señora que cantaba nos dijo que nos levantáramos e hiciéramos un círculo en el centro de la sala. Había elaborado una coreografía que consistía en poner la mano en el corazón del compañero de al lado mientras nos cantábamos “Namasté, namaté yo pongo mi confianza en ti…bla, bla, bla”, e ir pasando tocándonos todos el corazón. Mira no. Ahí ya no. Principalmente porque a mí no me tocas el corazón sin agarrarme el melón, porque yo soy todo teta. NO. Yo perreo sola.

Así que de repente solté un perdona pero me tengo que ir a trabajar en breve y no quiero romperos el círculo así que mejor nos vamos. (Bueno así sonó en mi cabeza, mi amiga dice que lo solté medio en grito) Y nos fuimos por patas. 

Aprendí lo siguiente con esa experiencia; 

Hay que informarse siempre de quién, dónde y en qué consiste detalladamente el curso que se vaya a hacer. 

A cualquier señal de incomodidad o malestar una se va, no hay que aguantar por no hacer el feo. Respetarse una misma es lo primero.

La receta de la tortilla sin huevo, es uno de mis platos estrella. En casa preferimos “mi tortilla de la secta” a la tradicional. Tenéis la receta en mogollón de páginas de internet, no tenéis porque bailarle a una vela para conseguirla.

 

Mariló Córdoba